Capítulo 5

578 28 1
                                    

Nacho decidió acompañarme fuera. Aprovechó nuestra cercanía para colocar su mano en la parte baja de mi espalda, mientras con la otra abría la puerta para que saliéramos. No dejamos de hablar animadamente durante el camino a la parada de taxis. Quizá desconfiaba de que no fuese a prender el edificio en cuanto se diera la vuelta. Pensándolo fríamente, tampoco sería una mala idea si tomamos en consideración que eliminaría de forma simultánea a la tramposa incompetente y al capullo, cuyas posibilidades de salvarse el culo estando en un piso cuarenta, eran escasas. Por suerte no soy así. No podría hacerle eso a Ana y tampoco haría levantar del sofá al de recursos humanos ¿Cómo se llamaba? Ahhh sí, Emilio, se le veía tremendamente cómodo allí sentado. Además ¿Yo, vengativa? No, como mucho quemaría su coche con ellos dentro, sólo eso. Aguardamos la llegada de un taxi en completa afonía. Él se apoyó en una farola, observando como yo caminaba con los brazos cruzados de un lado a otro.

–Nacho, tengo curiosidad –afirmé de repente cuando pasé junto a su cuerpo.

–¿Sobre qué?

–¿Cómo acababa la frase? –me detuve justo delante de él.

–¿Qué frase? –cuestionó arrugando levemente el ceño por el desconcierto.

–Somos una compañía que prohíbe las relaciones entre trabajadores, sí... ¿Qué le seguía a tu silencio?

–No puedo hablar por todos –se impulsó para dejar atrás la farola y con ella, a mí también, dando entonces algunos pasos hacia un lado– hay mucha gente en la empresa trabajando y conviviendo día a día durante horas, Carolina.

Me pareció que intentaba rehuir el tema pero yo insistí.

–No te estoy pidiendo que hables por todos, sólo que hables por ti.

–¿Quieres saber mi opinión sobre esa regla? –preguntó con cierto eco de nerviosismo en su voz.

–Únicamente quiero saber, lo que tú ibas a decir sobre ella hace un rato.

–Vale, como quieras –se envalentonó acercándose a mí–. Somos una compañía que prohíbe las relaciones entre trabajadores, sí, y esa puta regla de mierda la estoy sufriendo hasta las últimas consecuencias desde hace meses ¿Satisfecha?

–¡Vaya! –apoyé tímidamente en su pecho la carpeta anaranjada en la que guardaba mi inútil proyecto– el jefe está enamorado –una risa fresca escapó de mi garganta.

–No es gracioso, señorita Márquez –sonrió ampliamente mientras agarraba mi muñeca para moverla y apartar así, la carpeta de él.

–Ohhh venga... no fastidies. Un futuro truncado versus un corazón desocupado. Mi desgracia es mil veces peor, reconócelo.

–Lo único que reconozco es que son cuestiones totalmente distintas, sobre las que hay multitud de puntos de vista, por tanto, no es justo compararlas, ni para ti, ni para mí.

–Trabajo fijo, poder, estabilidad y cierto nivel económico, razones por las que sufre gran parte de la población y tú, lo tienes todo, Nacho.

–Sí, llevas razón. Pero olvidaste o decidiste omitir el pequeño detalle de que los sentimientos, aunque sean abstractos, hacen sufrir y no poco.

–Me rindo –levanté las manos fingiendo inocencia– no me reiré más –hice silencio un instante mirándole fijamente, aunque sin llegar a verlo, tan sólo pensaba a través de sus ojos.

–¿Qué quieres saber, Carolina?

–¿Por qué crees que quiero saber algo?

–Me estás atravesando como si intentaras buscar una respuesta dentro de mí.

–Vale. Tú ganas ¿No has pensado nunca en...?

–¿En saltarme la regla? –me interrumpió con seguridad– Cada minuto del día durante todo este tiempo.

–¿Y...?

–Siempre estuve dispuesto a hacerlo.

–Entonces no entiendo nada.

–No me importaban las consecuencias que pudiera tener sobre mí, pero sí, las que pudiese sufrir ella. Se esfuerza tanto por conseguir sus metas, que quién era yo para decidir por ambos.

–¡Joder! –exclamé con un tono de voz ahogado que iba perdiendo fuerza.

–¿Qué pasa?

–Me sorprendió tu confesión, realmente disparaste directo a lo que creo que es el corazón.

Le di un suave puñetazo en el hombro mientras le sonreí esperando el mismo gesto por su parte. Sin embargo, su cuerpo no se inmutó con mi contacto, simplemente se mantuvo impasible, imponente hasta imprevisible; y todos los adjetivos que empiecen por imp– y acaben en tremendamente sexy. Lucía allí parado delante de mí, con sus brazos cruzados a la altura del abdomen, postura que hacía resaltar sus bíceps y que conseguía que estos se marcaran notablemente en las mangas de la chaqueta del traje, un traje de marca que debía revalorizarse sólo por la carne que se ocultaba debajo.

Me observaba con expectación, detenimiento y hasta profundidad. Tal profundidad que temí por mis pensamientos. Sus facciones no se inmutaron, la expresión era neutra, sin atisbo de ninguna emoción que me permitiera descifrarlo. Respiraba relajado e inexplicablemente me transmitía esa misma calma, había conseguido apaciguarme ni sé cómo, en un simple viaje en ascensor, eso sí, de cuarenta pisos y con una parada. Sus labios ligeramente entreabiertos y húmedos parecían imantar a mis ojos, que se debatían en un verdadero conflicto armado por elegir la parte de su cuerpo que merecía más atención.

Algunos rayos de sol impactaban directamente sobre la escasa piel que le quedaba al descubierto y que guardaba un ligero tono moreno, a pesar de que habíamos salido de un largo invierno y una casi inexistente primavera. La luz que azotaba su rostro dilataba sus pupilas y hacia destellar el verde de sus iris, además su... ¡Wait! Retrocede un momento Carolina ¿Verde? ¿Desde cuándo Nacho tiene los ojos verdes? Ayyy no... ¿Y esos jodidos lunares por el cuello de dónde salieron?

Realmente mi conciencia me estaba insultando y creo que hasta si pudiera me zarandearía por estúpida. Nunca me había parado de esta forma frente a él, sin las etiquetas jefe–director creativo y empleada–becada, para descubrir cada detalle y reconocer que ese hombre de, me parece 30 años, era un delirio hormonal.

Nota mental: dejar de descubrir América cinco siglos, dos décadas, un lustro y dos bienios después.

Su voz me extrajo a la fuerza del ensimismamiento en el que él me había sumido.

–¿Por qué?

–¿Por qué, qué? –pregunté de manera agitada aunque procurando sonar inocente, para no denotar ningún indicio, de la agresiva pelea que estaba aconteciendo en mi cabeza, por desnudar o mantener con ropa, su cuerpo en mi mente.

–¿Por qué te sorprendió tanto mi confesión? –descruzó los brazos para colocar ahora las manos a ambos lados de su cintura, acción que abrió su americana y resaltó su pecho apretado en la camisa blanca.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora