–¿Qué haces? –me preguntó mi amiga con cierta dosis de confusión.
–Problemas –nerviosa volví a abrirla– lo siento –afirmé avergonzada.
–Tranquila ¿Puedo pasar?
–Emmm... sí, supongo que sí.
Sus ojos discurrieron por el piso mientras caminaba despacio detallando el espacio; y yo, detallándolo a él. Dejó la caja de cartón que traía con mis cosas, en la mesa y fue en ese momento, en el que su mirada se topó con la de mi amiga.
–Buenas tardes –le tendió la mano– soy Nacho.
–¿Nacho? –ante la cara de mi amiga carraspeé para llamar su atención– ¿Nacho de Ignacio?
–Lamento desmontar tu teoría, pero Nacho, en mi caso, no es diminutivo.
–Bea –por fin le correspondió con la mano– que en mi caso, sí, es diminutivo de Beatriz.
–¿Así que tú eres Bea? –yo que continuaba haciendo gestos para que mi amiga me viera y conseguir de esta manera, mandarla callar, me encontré con que, de repente, ambos me miraron, forzándome a parar de golpe mientras fingía una sonrisa– Bueno, en realidad es una pregunta estúpida, sí, eres Bea, claro, es lo que acabas de decir.
–Ehhhh... Nacho –irrumpí entre ellos para silenciar cualquier respuesta inapropiada que pudiera improvisar mi amiga– gracias por traer mis cosas, la verdad es que esperaba a María.
–Sí... aunque bueno, ella tenía compromisos, debía ir a recoger a su hijo al campamento urbano y entonces, yo me ofrecí. Me cae de camino a casa –palpó con sus manos los bolsillos de su traje– espera –asintió con la cabeza– toma el móvil también.
–Fue una sorpresa tu visita pero... no sé... puedes sentarte si te apetece ¿Quieres algo de beber?
–Gracias. Sí, por favor, lo que traigas estará bien.
Su mirada era esquiva, no se detenía en mi cara aunque parecía estar luchando por hacerlo, sin embargo, incómodo acababa recorriendo mi cuerpo mientras la estúpida de Bea se reía.
–Carolina –me llamó mi amiga, al tiempo que Nacho se sentaba en el sillón individual junto al sofá.
–Bea, cállate mejor –respondí entre dientes.
–Creo que por primera vez en la historia democrática de España, me agradecerás lo que quiero decirte.
–Más tarde ¿Vale?
–Mira, si no lo suelto reviento. Carolina, cariño, estás en bragas...
Escuché esas palabras y aún sabiendo que tenía razón, ya que yo misma me quité los pantalones después de comer, como una ilusa, me incliné para comprobarlo y darme un guantazo de realidad, mientras Nacho se atragantaba con su propia saliva. Avergonzada tiré inmediatamente de la camiseta para taparme. Cerré los ojos en un intento de "tarima, por favor, trágame y escúpeme en las Bahamas" sin embargo, no fue así, el único verde turquesa que podía vislumbrar no correspondía a una playa paradisiaca sino a los ojos de Nacho, que destacaban en su rostro tanto como el rubor que tiznaba sus mejillas y las mías.
Sí, realmente es patético, tuve que ofrecerle agua porque mi nevera estaba vacía y es que ayer no pude ir a hacer la compra, no sé, llamarme irresponsable si queréis, pero estar triste y frustrada no me lo permitió. Al final era, agua, agua con el medio limón de los olores o un Actimel, eso sí, de fresa. Después del exhaustivo análisis de un minuto frente a frente con mi frigorífico, sentencié que la mayor viabilidad se la llevaba el producto más básico. Al final, el gusto por el agua es lo único que realmente comparte todo el mundo, independientemente del nivel económico de cada uno. En cuanto se terminó el vaso se levantó del sofá para marcharse, habíamos hablado un poco, sobre todo de temas triviales. En ningún momento intenté detallarle mis planes, ya que a él no le correspondía saberlos.
–Bueno, yo me tengo que ir. Encantado, Bea.
–Igualmente –respondió mi amiga.
–Te acompaño –propuse incorporándome casi al mismo tiempo.
Caminé delante para abrirle la puerta, recostada en el canto de esta, aguardaba a que saliera.
–Gracias por el agua.
–Gracias por no tirármela a la cara. Ahora en serio, agradezco que me trajeras todo, no me apetecía volver a la oficina.
–Espero que estés bien.
–Lo que no te mata te hace más fuerte, o eso dicen.
–Puedes contar conmigo siempre que lo necesites –asentí con la cabeza sonriendo tímidamente– nos vemos.
–Supongo que sí.
Por primera vez, su despedida no fueron sólo palabras. Por primera vez, su despedida no fue un estrechón de manos. Por primera vez, su despedida implicaba cruzar la línea, que separaba ambos espacios vitales, para así dejar un beso en mi mejilla. ¿Por qué las personas frías no pueden vivir tranquilas en este mundo de muestras de cariño, fingidas además? Pura hipocresía, que lo único que consigue es desvalorizar esos gestos cuando realmente los sientes. Un beso es un beso; y un abrazo es un abrazo, la acción es la misma, el esfuerzo dedicado es el mismo ¿Dónde está entonces la línea que separa a un cualquiera, de una persona por la que guardas sentimientos?
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Lo Inesperado
Teen FictionCarolina es una joven de 25 años, decidida y con una personalidad arrolladora. Desde la adolescencia no se sintió identificada con los chicos de su edad, lo que hizo de ella una persona independiente, con pocas amistades y sin pareja. Su vida gira e...