Capítulo 20

346 23 0
                                        

A diferencia de sus acompañantes su ropa era... era la de siempre, inconfundible. Sudadera negra con los cordones del cuello blancos y pantalones vaqueros oscuros, con rotos en las rodillas. En esta ocasión no llevaba su gorra, simplemente aprovechó la capucha de la propia sudadera para cubrirse. Salió a paso ágil hacia la furgoneta, con las manos en los bolsillos, únicamente y justo antes de entrar, las sacó para tenderle una, al botones, que había guardado el equipaje. El hombre le estaba diciendo algo, pero cuando sus ojos recayeron en mí, adiós atención, hola sonrisa boba.

Arrastré la maleta hasta colocarme junto a él, aunque manteniendo cierta distancia, esperando a que terminara de firmar los autógrafos que le había pedido. Estaba a punto de improvisar una explicación coherente, sin embargo, no tuve tiempo, se abalanzó sobre mí para abrazarme.

–Viniste –su respiración sonó aliviada.

–Sí, vine, pero te seré sincera, no estoy segura de nada.

–Empezarás a estarlo poco a poco.

Acabamos viajando a Madrid con Bea también. La dejamos en la puerta de su casa y tras despedirnos pusimos rumbo al aeropuerto. Le pregunté varias veces cuál sería el primer destino, sin embargo, me lo ocultó. Al bajarnos del coche aquello no parecía una terminal normal, con su tráfico de personas continuo y numeroso, y entonces lo entendí. ¿En serio íbamos a volar en un avión privado? ¿Qué tipo de ostentosidad era esta?

–¿No podíamos haber viajado en un avión junto al resto de la civilización? Aunque fuera en primera clase si necesitabas lujos.

–El itinerario está programado de tal forma, que los horarios no coinciden con la disponibilidad de los vuelos ordinarios, por tanto, con un avión propio se puede jugar en ese aspecto.

–No voy a llevar bien esto...

–¿Lo qué?

–Tu forma de vida, odio que me paguen todo como si fuera una mantenida y tú, pretendes hacerlo sin límite durante días.

–En la mayoría de los sitios yo tampoco pago, son invitaciones, así que no te preocupes.

Llevábamos más de ocho horas de vuelo y los parpados comenzaban a caer por su propio peso.

–Carolina ¿Qué te hizo cambiar de idea? –su pregunta me mantuvo despierta.

–Supongo que Bea... –hubo varias fuentes de convicción pero restringí las que él no debía saber.

–¿Y tú?

–¿Yo qué?

–¿Cuál es la verdadera razón de que estés haciendo esto por mí?

–Fuiste la única persona desde hace mucho tiempo, que aún sabiendo quien soy, no me trata diferente por serlo. Ni siquiera trataste de aparentar para llamar mi atención; y no buscándola, es como realmente la conseguiste. Te importaba una mierda el DJ, sólo te enfrentabas al chico insoportable. Y esa sensación de igualdad, de naturalidad, de sencillez, de sinceridad... la valoro mucho, porque llevo años sin sentirla.

–¿Y por qué no me regalaste unas entradas para tu próxima actuación en España? Es lo que hacen los cantantes para agradecer y promocionarse a la vez... está claro que no iría pero sin duda, hubiera sido más fácil.

–Nadie dijo que me gustara lo fácil y tú, me pareces el reto perfecto.

–¿Por qué un viaje?

–Que una empresa base su vida en el análisis de riesgos, es entendible. Que lo hagas tú, me preocupa. Huyes de muchas cosas que para ti son riesgos, cosas que en realidad, no lo son. Dejas de hacer muchas cosas, porque tus prioridades, con perdón, no están ordenadas como debieran. Así que con un viaje pretendía ser ambicioso, buscando romper un poco tu forma de actuar y de pensar.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora