No nos retrasamos mucho en volver, porque a las dos de la mañana salía el vuelo. Viajaríamos de noche y dormiríamos en el avión.
–¿Por qué DJ? –le pregunté después de haber despegado.
–¿Y por qué no DJ?
–No me parece que tenga mérito serlo. Pulsar botones es asequible al común de los mortales, no es nada excepcional.
–En eso te doy la razón. Pulsar botones lo puede hacer cualquiera, pero no cualquiera sabe hacerlo con sentido, debes componer una pieza con carácter propio y que hable por sí sola.
–¿Una pieza? ¿Te comparas con Mozart o algo así?
–En ningún momento he pretendido compararme con él, porque ambas técnicas para componer música son diferentes. Aunque es cierto, que podrían llegar a fusionarse con criterio y obteniendo un resultado muy interesante.
–¿Qué tienes tú, que no tengan los demás de tu género, para triunfar por encima de ellos?
–No puedo responderte a eso. Yo sé lo que yo hago, pero no lo que hace el resto. Ni siquiera sería sensato valorarme a mí mismo. Al final, el secreto está en lo que siente el público, en las personas que ajenas al proyecto te escuchan con objetividad. Sin embargo, sí creo, que como en todo el mundo artístico y cultural, está bastante presente el Efecto Mateo. Aunque a veces ni eso te salva de la cuerda floja.
–¿Y tú que sientes cuando estás en un escenario frente al público, haciendo lo que supongo que te gusta?
–Jamás habrá alguien, que llegue a explicar con palabras ese conjunto de sensaciones, porque esas sensaciones o se viven, o en el proceso de intentar exteriorizarlas mueren.
–Aunque no conciba vuestra producción sonora como música, me pareces un chico reflexivo y claro en tus ideas. Y ahora si me disculpas, hibernaré durante unas horas. No me despiertes, a no ser que para salvarnos haya que saltar en paracaídas, en cuyo caso, igual prefiero que tampoco me despiertes, porque lo de lanzarme al vacío quizá me da más pánico aún.
Tiempo de descanso y de alguna conversación en la que nos seguíamos conociendo. Después de más de doce horas tomábamos tierra de nuevo. Tercera parada: Londres. Eran casi las siete de la tarde allí. Se llevaron nuestras maletas, mientras Alan me decía que nosotros pasaríamos un rato caminando, cenando y si nos quedaban ganas, tomando una copa. Los cambios de horario nos estaban matando, literalmente.
–Creo que debemos volver ya, descansaremos en la medida de lo posible esta noche y mañana, aprovecharemos el día entero.
–¿Dónde está el hotel exactamente?
–Bueno... no es un hotel como tal
–Aquí hemos tirado el caché por los suelos, ehhh –reí– ¿Qué es? ¿Una pensión?
–Mi casa.
–¿Cómo?
–Es mi casa.
–¿Estás bromeando?
–Poca broma...
–No voy a ir a tu casa.
–Será divertido.
–Te dije que no íbamos a dormir juntos.
–Y nadie ha dicho que vayamos a hacerlo hoy.
El coche que nos fue a recoger, paró justo delante de una mansión en pleno corazón de la ciudad.
–¿Esa es tu casa? No puede ser...
–Sí, lo es. Mil setecientos metros cuadrados de casa –afirmó riendo.

ESTÁS LEYENDO
Lo Inesperado
Teen FictionCarolina es una joven de 25 años, decidida y con una personalidad arrolladora. Desde la adolescencia no se sintió identificada con los chicos de su edad, lo que hizo de ella una persona independiente, con pocas amistades y sin pareja. Su vida gira e...