Capítulo 26

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–Ya ni siquiera te esfuerzas por dar un rodeo para sacarme información.

–Eres lo suficiente sincera, como para decirme la verdad desde el principio, o eso quiero pensar.

–Si me he enamorado nunca he sido consciente de ello.

–Entonces no lo has hecho, sino sabrías dar una respuesta monosílaba.

–¿Y tú? ¿Has estado enamorado?

–Sí.

–¿En cuántas ocasiones?

–Dos. Aunque puede que... –se calló de repente.

–¿Puede qué?

–Nada que... –carraspeó– que puede que a una de ellas no la quiera contar porque me engañó.

–Supongo que lo siento.

–¿Supones? –sonrió.

–Olvida el supongo. Me gusta joder, pero no cuando implica sufrimiento.

–Gracias, supongo.

–El amor no es exclusivo.

–Si no encuentras a alguien que crea en lo mismo que tú, no, no lo es. Y puede que te equivoques unas cuantas veces en el proceso.

–Suerte entonces.

–Ojalá esté encontrando mi suerte, sí.

Aterrizamos a las dos y diez de la tarde. Cuarta y última parada: Oslo. Durante los dos días, visitamos la ciudad, sobre todo por la noche. Pero en lo que invertimos más tiempo, fue en hacer alguna ruta de senderismo. Rutas que te llevaban directamente a los abismos. Al regresar de una de ellas, Alan recibió una llamada. Las veces que había contestado desde que estamos en el viaje, no le había importado que yo le escuchara, sin embargo, hoy se alejó unos pasos. Creo que al bajar más gente le podían impedir hablar. Fue perfecto, porque así me dejó sola con... ¿Cómo se llamaba el protector? ¿Ben? ¿Dan? ¿Denzel? No... Denis, eso es.

–Denis –me acerqué a él, dándole la espalda al lugar donde estaba Alan.

–Dígame, señorita.

–Tú y yo ya somos casi familia, de todo el tiempo que hemos pasado juntos últimamente. Así que con confianza –sonreí– me vas a hacer un favor.

–¿Yo?

–Claro, y a escondidas del señorito egocéntrico.

–Uy, no.

–Uy, sí, Denis. Uy, sí.

–Él es mi jefe.

–Y tú sabes la influencia que suelo tener sobre tu jefe sin pretenderlo.

–¿Qué necesita?

–Llama a quien sea, para que reserven una mesa de dos para esta noche, en algún restaurante con cierta reputación. Tampoco te digo que lidere la guía Michelin, pero que se pague acorde a una gran calidad de producto y cocina.

Espera un momento... ¿Denis se estaba riendo? Ohhh, dios mío, pero si el grandullón tiene dientes y muy blancos, jamás los había visto.

–¿Tienes algo que objetar al respecto y por eso te ríes?

–No.

–Es una invitación por pura cortesía, para agradecerle estos días. El motivo que quede claro.

–Muy claro, sí –sonrió de nuevo, sin embargo, esta vez de forma contenida.

Aquella cena iba a ser, el gracias y el adiós, simultáneamente, a esta aventura. Antes de regresar al hotel, después de nuestra última excursión en plena naturaleza, me atreví a pedirle que se arreglara más formal para la noche. Me inventé que me apetecía salir a tomar una copa.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora