Capítulo 15

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–Creo que te quedaste corta definiendo a ese galán –la voz de Bea me despertó de mis pensamientos.

–¿Por qué me dio un beso? –pregunté molesta caminando de vuelta al sofá.

–No sé... tal vez porque es una forma de despedirse, tal vez porque se preocupa por ti, tal vez porque pretende ser amable y cercano, tal vez porque le gustas cacho boba.

–¿Acabas de escuchar la gilipollez que has dicho? –reí forzosamente– tú le has visto a él y tú me has visto a mí.

–Sí, claro. Polos opuestos.

–Deja por un momento las películas y libros, que consiguen sobreponer siempre el amor a todo; y unir a personas con poder, aspecto y mentalidad contrarias. Lograr que se enamore uno de Unidas Podemos y uno de Vox, un rico de un pobre, un famoso de un fan y un guapo de un feo, por favor, Bea, es un repetido cuento lucrativo. La gente se ata a sus iguales, porque es donde encuentran la comodidad y donde no necesitan aparentar, es donde no tienen que recibir miradas de superioridad ni de inferioridad, simplemente, es mirar a los ojos sin arriesgar.

–Estás tan equivocada... puedes divagar si así te sientes mejor y más fuerte, pero el amor es el amor. Y si surge, tu teoría del nihilismo emocional se va a la mierda. Aunque pretendas ignorarlo y luches cada día de tu vida contra los instintos y los sentimientos naturales, intentando así aparentar que no tienes debilidades y que nada de eso te sucederá a ti. Aunque tu pequeño cuerpo de uno sesenta y cinco esté cubierto por una coraza para evitar que descubran que eres frágil, aunque te joda escucharlo, a ese chico que termina de salir por la puerta le gustas. ¿Me oyes? Le gustas, tonta, le da absolutamente igual, tener dinero en el banco y que tú estés en números rojos. Le da absolutamente igual, llevar trajes de Emidio Tucci o Roberto Verino y básicos de Armani y que tú vistas de Primark, de Zara o de las rebajas. Le da igual, sacarte dos cabezas porque seguro que estaría encantando de agacharse a besarte. ¿Lo escuchaste bien? Hasta la torre más alta puede derrumbarse, así que, cómo no iba a hacerlo tu armadura de escepticismo, orgullo, individualismo y frialdad, claro que puede y además, caería como un castillo de naipes con el soplido de un bebé.

Si es lenta de mente ¿entonces de dónde sacó todas esas palabras? Encima guardaban un sentido coherente con el tono de represalia. Al final en pequeños detalles tenía razón, me conocía, así que en parte era fácil acertar. Ella apareció en mi vida en segundo de carrera y sorprendentemente, pasó de compañera de trabajos a mi única amiga. No sé cómo, supongo que ahí acaeció el giro especial e inexplicable. Hablo con gente, sí, pero siempre bajo formalismos y sin exponer aspectos de mí más allá de lo laboralmente necesario. Las personas están acostumbradas a contar su vida, su rutina, sus problemas, etc. incluso a desconocidos; y así creen sentirse bien. Yo restrinjo esos datos de cara a todos menos a Bea; y siempre dejando cuestiones en el tintero, que cada uno debe quedarse para sí mismo.

–¿Sabes qué te digo? –pregunté golpeando con las palmas de las manos en mis muslos.

–Que me vaya a tomar por culo de tu casa ¿verdad?

–Objetivamente yo no soy la propietaria, sólo la inquilina temporal.

–¿Me mandas ya a la mierda o todavía no?

–Es evidente que tenemos diferentes opiniones, pero es que hay tantas opiniones como personas. Cada uno defiende la suya por encima de todo y todos. Y supongo que ese es el error que se comete de manera reiterada en la historia, sólo dar validez a nuestro criterio y despreciar los de los demás, limitando las percepciones. Por tanto, no te voy a mandar a la mierda, al menos no por eso –cogí un cojín y lo estrellé contra su cara.

–Te quiero.

–Yo también. Ummm... ¿Te apetece acompañarme a Salamanca?

–Como adulta responsable, hay que saber priorizar en la vida y tengo clases del curso de verano de la universidad, así que... ¿Cuándo nos vamos?

El miércoles de la semana siguiente, me encontraba con mi amiga agarrada del brazo tirando de una maleta por aquellas calles, que hace más de año y medio no pisaba. Todo fueron recuerdos, cada rincón por el que pasábamos. El calor era terrible, nada extraño si tenemos en cuenta que estábamos a mediados de julio.

El reencuentro con mis padres que no me esperaban fue emocionante, sin embargo, cuando les conté la razón de estar allí la emoción trajo otro tipo de sentimientos. Sí, su hija se marchaba de nuevo, pero ahora mucho más lejos y lo peor, es que por primera vez se iba sin un plan, simplemente a sobrevivir, intentando al mismo tiempo hacerse un hueco en alguna de las muchas y grandes empresas que había en el país americano. Una locura que distaba bastante de mi forma organizada y razonada de proceder, supongo que cuando experimentas una decepción así, es necesario romper con todo, para luego retomar el normal acontecer.

Los diez días que íbamos a estar en Salamanca se estaban pasando rápido, ya en el penúltimo, Bea y yo quedamos, bueno, mejor dicho, Bea quedó con tres compañeras de la carrera por la noche y yo, yo simplemente la iba a acompañar. A las diez estábamos las dos en una terraza junto a la Casa de las Conchas esperando por las demás. Llevábamos un escaso cuarto de hora pero ya habíamos pedido un tinto de verano. El lugar no estaba lleno, sin embargo, había otras cuatro mesas ocupadas cerca nuestro.

–Carol, sé simpática y amable –me exigió mi amiga.

–O sea básicamente me estás pidiendo que no sea yo.

–Sólo durante un rato, sonríe, por favor.

–¿Así? –reconozco que me costó más fingir esa sonrisa que los primeros orgasmos de mi vida.

–Gracias, únicamente quiero que recordemos viejos tiempos y...

Bea se calló de repente cuando separaron la silla, que estaba a mi lado y una figura de aspecto siniestro se sentó.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora