Capítulo 28

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A la mañana siguiente estábamos desayunando en el hotel. Me tomé un cola–cao y él, unas piezas de fruta, incluso me ofreció varios pedazos de pera que no rechacé.

–El festival no es en la ciudad exactamente, es en otra localidad. Así que iremos en avioneta hasta allí.

Había pasado más tiempo en el aire durante los últimos ocho días, que en toda mi vida. Es más, casi había pasado más tiempo en el aire que en la tierra, durante los últimos ocho días.

–Ya, Alan. A cuatro mil quinientos –le avisó el piloto cuando estábamos volando perdidos en medio de la nada.

–Perfecto –lo miré sin entender a qué se referían– vamos, Carolina.

–¿A dónde vamos, Alan? Estamos en el aire por si no te diste cuenta, espera que aterricemos y entonces iremos donde te apetezca.

–Repito –rio– vamos, Carolina. Te enfrentarás a uno de tus miedos.

–¿Ehhh?

–Te daba pánico tirarte al vacío, pues hoy lo solucionaremos. Así podrás salvarte si alguno de los aviones en los que viajas, se estropea.

–¿Qué? Debes estar bromeando ¿no? –mi expresión mostraba un profundo desconcierto– ¿No? –grité más alto asustada.

–No, no bromeo.

El otro hombre que nos acompañaba en la parte de atrás, empezó a preparar cosas. Una mochila y... y arneses.

–Esto no puede estar pasando... definitivamente esto es un mal sueño... –me agarré la cabeza– ¿Pero a ti se te quemaron las pocas neuronas que tenías? ¿Cómo voy a hacer eso? ¿Estás tonto? Más tonto que la tabla del uno –volví a levantar la voz a medida que avanzaba mi monólogo.

–Lo haremos los dos, todo irá bien. Cuanto menos lo pienses mejor.

–Bueno, dale. Si tan seguro estás, yo me quedo aquí esperándote mientras saltas.

–Saltaremos los dos a la vez.

–No.

–La avioneta no regresará hasta que no nos hayamos tirado.

Me colocaron el arnés y lo peor es que lo permitía. No era capaz de reaccionar. Lo único que tenía claro es que no quería morir. Valiente estúpida ¿En cuántas ocasiones te hablé de este chico y los problemas? Si me hubieras hecho caso y no te hubieras acostado con él. ¿Eres consciente de que si muero yo, mueres tú? Somos un mismo cuerpo ¿Es momento de sacar trapos sucios sabiendo que van a la misma lavadora?

–Ya estás –me confirmó el chico que viajaba con nosotros.

–Todo irá bien.

Alan se aproximó a mí, rodeó mi espalda y me abrazó para que sintiera perfectamente su contacto y calor. Contradictorio pero cierto, creo que en vez de estar enfadada y deseando empujarle le agradecí su gesto. Desconcertante si tenemos en cuenta que él me llevó a esta situación.

–No propondría algo así, si no supiera que puedes hacerlo. Confío en ti, puedes con más cosas de las que crees –respiré hondo.

–Y si el instructor se tira conmigo ¿Tú qué vas a hacer? ¿Os lanzáis más tarde?

–Tú saltarás conmigo, yo seré el instructor.

–¿Hasta el último momento antes de morir con tus bromas de mal gusto? –le miré seriamente esperando a que se riera y confirmara que era un chiste, pero para mi sorpresa no lo hizo– ¿Así que estás hablando en serio? Genial, díganle a mis padres y a Bea, bueno a Bea no que me animó a viajar contigo, que los quiero.

–Señorita, Alan es un paracaidista experimentado. Lleva haciendo esto más de cuatro años –aclaró el tipo que nos preparaba.

–Olvídalo, Bryen. La señorita jamás le dará la razón a alguien, que afirma lo contrario a lo que piensa ella, va en contra de sus principios, por muy verdad que sea –di un paso hacia Alan clavando mis ojos en los suyos, tenía cierto temor a que mis pupilas pudieran temblar igual que mis piernas y lo notara, perdiendo la credibilidad de mi atrevimiento repentino fundado en orgullo.

–Tirémonos, necesito ver cuánto tardas en terminar con nuestras vidas.

Nos sujetó con un doble arnés. Estábamos demasiado pegados, pero ni siquiera era momento de hacer bromas con la cercanía. Casi sentía su corazón en mi espalda, mientras que el mío golpeaba tan fuerte, que parecía que me atravesaría la piel para huir y esconderse debajo del asiento del piloto. Lo entiendo, barajé esa posibilidad y si no fuera por la diferencia de tamaño realmente yo haría lo mismo.

Nuestro acompañante abrió la puerta y la ínfima distancia con el vacío que nos separaba, desapareció. Pisé el borde del suelo de la avioneta. Pensé en personas, pensé en recuerdos, pensé en momentos y hasta en algún momento vivido con el chico que ahora iba a matarme. Cabeza hacia atrás, manos cerca del pecho, me repetía una y otra vez haciendo caso a las indicaciones.

–Carolina, no voy a dejar que te pase nada. Prométeme que no cerrarás los ojos, debes disfrutar.

El frío viento impactaba directamente en mi rostro, acelerando aún más mi corazón. Eché un rápido vistazo hacia abajo para saber a qué debía enfrentarme. No fue buena idea, miles de metros de distancia sin ver con claridad el final, me abrumé por el agobio. Antes de que mis lágrimas rebosaran miedo ya estábamos cayendo. Acostados sobre la nada, perdiéndonos en el vacío, entregándonos a la fuerza natural. 

El malestar del estómago consiguió apaciguarse. La forma en la que te tocaba el frío y te empujaba el aire. La impresión de apoyar tus pies en la completa ausencia. La atracción que la tierra ejercía sobre tu cuerpo, el magnetismo de la gravedad vivido en tu propia piel desde una perspectiva jamás imaginada. En un segundo pasamos de estar en el avión a no estar en ningún sitio materializado, y aquella certeza era tan disparatada como excitante, logrando que el miedo del principio se quedara en un simple eco de temor a lo desconocido. Pero, sin duda, enfrentarme a lo desconocido con él, fue la mejor parte.

El segundo paracaídas se abrió y entonces comenzó el planeo. Realmente volábamos, lo que todo el mundo ha soñado alguna vez yo lo estaba haciendo. Y no mentiría si dijera que desde ahí arriba los pájaros podrían dominar el mundo sin problemas, a golpe de pico. Disfrutábamos del blanco de las nubes, de la inmensidad del horizonte y del paisaje que nos regalaba aquel lugar.

En cuestión de minutos, para mí segundos, sus pies nos estaban frenando en aquella llanura, acabando sentados sobre la hierba. Entonces es cuando me di cuenta de que todo sucede tan rápido, el tiempo en esas condiciones se acelera. Ni siquiera era capaz de procesar la avalancha de sensaciones que suponía la caída libre. La sobrecarga de información me desconectaba del cuerpo, dejas de pensar, sólo sientes; y cuando intentas acostumbrarte, todo termina, todo termina y no eres capaz casi de evocar los detalles de lo sucedido.

Un pequeño silencio mientras nos encontrábamos allí parados sin movernos y luego por fin, grité, grité para liberar la puta adrenalina que alcanzó hasta mis pestañas. En un segundo plano, por detrás de mi voz, escuché su risa. Él aprovechó mi inconsciencia para desatarnos. Estaba viva y mejor aún, me sentía viva, esa era la sensación más poderosa, como si ahora pudiera enfrentar cualquier cosa que se cruzara en mi camino.

Me incorporé quedándome de rodillas frente a Alan, que continuaba desprendiéndose del equipo y sin más explicaciones, me dejé caer sobre su cuerpo hasta tumbarlo completamente y así tener libertad para disfrutar de su boca. Sujeté mi frente en la suya. Una simple palabra, dos silabas, siete letras y grandes recuerdos que la envolvían

–Gracias –le confesé sincera depositando un beso en su mejilla antes de levantarme.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora