Capítulo 25

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De repente, sentí que tiraban de mi camiseta. Era el pequeño de la familia. Me había descubierto y encima en el mejor momento de la conversación, cogí su mano para alejarnos de allí.

–¿Por qué viniste a buscarme, Dylan?

–Porque nos dejasteis solos ¿Qué hacías?

–Pues...

–¿Hay reunión en el pasillo? –preguntó Alan saliendo de aquella habitación junto a aquel chico.

–No –respondí mientras negaba con la cabeza.

–Enano ¿Ya se terminó la película y me perdí el final?

–No, Al.

–¿Al? –cuestioné curiosa.

–Así me llama este enano –contestó mientras agarraba a su hermano por sorpresa y lo levantaba.

Me giré para volver a la sala de cine y así zanjar una situación, que podría ser bastante humillante para mí, si su hermano le cuenta que le estuve espiando.

–Todavía no me dijisteis qué hacíais aquí.

–Yo salí con el propósito de encontrar uno de tus diez baños.

–Como Carolina tardaba en regresar, vine a buscarla y... –preparada para la amarga confesión, se va a reír en mi cara de lo estúpido que suena la idea, de que yo escuche sus conversaciones a escondidas– y le enseñé donde estaba el servicio, porque estaba dando vueltas sin sentido.

Le guiñé al pequeño por cubrirme. A este libro pongo por testigo, que jamás afirmaré de nuevo que los niños son problemas con piernas. Al terminar la película estuvimos jugando al billar e incluso echando torneos a los dardos, eso sí, Alan tenía que levantar a Dylan para que pudiera competir en parecidas condiciones de altura, al menos. En el momento en que Penélope estaba acabando de lanzar en su ronda, el reloj marcó las doce de la noche.

–Es hora de irse a dormir –sentenció el hermano mayor y supuestamente responsable.

Dylan salió corriendo del lugar. Ahora mismo compadecía a Alan, porque como tuviera que buscarlo en esa casa, se tiraría toda la noche. Sin embargo, y para mi desgracia, nos pidió ayuda a su hermana y a mí.

Subí al piso de arriba para mirar por algunas de las habitaciones. Abría la puerta, miraba en el baño, en el armario y debajo de la cama, y si no estaba, me iba a la siguiente. En la tercera que entré, me sorprendí al descubrir que ese cuarto tenía más vida que los anteriores. Así que por unos minutos dejé de lado el objetivo, que me había llevado allí y comencé a curiosear.

Había dos estanterías blancas repletas de libros. Desde lejos se distinguía bien que algunos eran bastante antiguos. Pasé mi dedo por el lomo de algunos ejemplares y me fijé en los títulos: El Retrato de Dorian Gray, El Perfume, Cien Años de Soledad, El Alquimista, La Iliada, etc. Interesante, siempre creí que sus gustos se limitarían a obras de pura fantasía, porque para su música hace falta mucha fantasía ¿Tú te estás escuchando, Carolina? Ahora ya es música lo que hace ¿No eran ruidos?

Tenía una chaqueta doblada en la silla, el ordenador encima de la mesa y varios cargadores no muy lejos tirados de cualquier manera. Había discos y recuerdos seguramente de su infancia; y por supuesto, varias fotos. Resulta que el instagramer guarda fotos en físico. Encontré fotos con sus hermanos y no todas actuales, fotos con amigos, fotos con mucha gente, supongo que su familia; e incluso algunas en la que aparecía sólo él, en varias etapas de su vida.

En concreto, me detuve en dos, una de ellas la cogí para observarla con detenimiento. Alan disfrazado de Spiderman con la máscara levantada, su edad rondaría la de su hermano, sonriendo con los huecos de los incisivos aún por salir, su cara de travieso, esa que conserva con los años y esos ojos verdes, que ya te atravesaban siendo tan pequeño. Parecía realmente feliz y sin motivo aparente, la felicidad que irradiaba me hizo sonreír.

Al devolver el marco a la estantería, para tomar la segunda imagen que levantó mi curiosidad, me topé con otra foto antigua. Estaba detrás, menos visible a una ojeada superficial, la miré sin sacarla, aparecía Alan con unos quince años junto a una mujer muy guapa. Era la misma mujer que le sostenía en brazos de bebé, en la fotografía que aún me quedaba por ver. Sin embargo, ese retrato parecía estar recortado, como si hubiera una tercera persona al lado de la mujer, que no quisiera que estuviera en ese bonito recuerdo. Sin darle más importancia de la necesaria, coloqué el portarretratos de nuevo tapándola y seguí contemplando a ese bebé regordete.

–Encontraste un pasatiempo mejor que buscar a mi hermano, por lo que veo.

Me asusté al oír su voz porque estaba sola y no lo esperaba.

–Lo siento. Entré a buscar aquí a Dylan pero ya me marcho.

–Es mi madre.

–¿Ehhh?

–Que la de la foto que estabas mirando hace unos segundos, es mi madre.

–Ella es preciosa y su pelo rizado es muy bonito.

–Sí, realmente lo es –se colocó a mi lado y miró la foto mientras no paraba de sonreír.

–Ya veo de quien sacaste los ojos.

–¿La belleza también?

–Jamás dije que fueras guapo –me mantuve un instante en silencio– ¿El bebé eres tú?

–Claro.

–Eras muy mono.

–¿Ya no lo soy? ¿Mono de pequeño y feo de grande?

–Todavía eres mono, todos somos monos si supuestamente venimos de ellos.

–Buen punto.

Me reí y lo dejé en la habitación para seguir buscando. Sin embargo, al salir, Dylan estaba esperándonos. Ellos se quedaban esa noche, así que cada uno dormiría tranquilamente en su cuarto.

Ya por la mañana, nos despedimos de sus hermanos. Y a las doce del mediodía, estábamos de nuevo subiendo al avión.

–¿Tus padres a qué se dedican? –le pregunté para hablar sobre neutralidades y sobre todo, al recordar las fotos de su cuarto.

–Mi padre es arquitecto y mi madre no trabaja desde hace muchos años, pero antes fue secretaria y luego camarera ¿Los tuyos?

–Estoy preguntando yo, por si no te has dado cuenta y todavía no he terminado.

–Vale, vale, no me pegues.

–¿Qué pasaba ayer cuando te fuiste en mitad de la película?

–¿Por qué quieres saberlo?

–No, por nada. Tu compañero parecía estar de mal humor con el asunto, sólo por eso.

–Pues no hay nada de qué preocuparse, problemas con antiguos representantes y equipo, asuntos sin importancia que se pueden solucionar.

Me dediqué a mirar las nubes en silencio por la ventana. Sentía el peso de sus ojos sobre mi cuerpo. Me ponía nerviosa ser su centro de atención y que no se cansara de que lo fuera. Me mantuve impasible. Siendo una completa cobarde para evitar enfrentar una posible conversación sobre lo que sucedió la otra noche entre nosotros. Aunque creo que, realmente, no me equivocaba en que somos iguales en eso, pasó, pero lo olvidamos y cada uno sigue con su vida.

–¿Alguna vez te has enamorado? –preguntó de la nada apoyando sus codos en los muslos y juntando ambas manos para agarrárselas, formando un puño a la altura de su barbilla.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora