Capítulo 13

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Al regresar por la mañana de comprar dos cafés para llevar bien cargados en el bar de la esquina, me encontré a mi amiga sentada en el sofá, con la mano en la frente y hablando por teléfono. En cuanto me vio entrar por la puerta se calló repentinamente, algo nerviosa me dedicó una sonrisa, luego recuperó la palabra.

–Ya llegó Carol.

–¿Quién es? –pregunté en voz baja aproximándome y dejando su vaso de papel en una pequeña mesa junto a ella.

–Mamá, no bebí casi nada –Bea continuó con su conversación.

–Dile que sólo te faltó escurrir en tu boca el agua de los canalones –mi amiga me sacó el dedo supongo que con amor y yo empecé a reírme.

–Al final fui por acompañarla.

–Jodida mentirosa –exclamé con incredulidad.

Le arrebaté el móvil de la mano y me aparté para hablar con su madre. A pesar de la resaca, se levantó inmediatamente pidiéndomelo, creo que hasta enfadada, encima que la única que difamaba a la verdad era ella.

–Juani, soy Carol –estiré el brazo para impedir que Bea se acercara.

Y entonces ese pitido que indicaba el final de la llamada se hizo presente en mi oído, dejándome desconcertada.

–Me ha colgado...

–Siempre le caíste mal.

Le tiré el teléfono al sillón y me fui a la cocina a por algo de comer.

–Perdón por joderte el polvo de tu vida –mi amiga se sentó en la encimera con el café humeante en sus manos.

–¿Qué polvo? –reí intentando asimilar la tontería que terminaba de decir.

–Vamos, Carol, reconócelo, vuestra complicidad era evidente hasta para el ciego del Lazarillo de Tormes.

–La complicidad que pudiera haber entre nosotros, era inversamente proporcional a las ganas de tener sexo desenfrenado con un tipo que se cree el rey del mundo.

–¿Ehhh?

–Vale, a ver si esto lo entiendes, aunque no te hubieras subido borracha a la barra yo no me habría acostado con él, así que objetivamente no jodiste nada.

Bea parecía que hoy no quería irse de mi casa. Así que a las seis de la tarde aún estaba conmigo, es más, yo me encontraba sentada en el sofá y ella tumbada con su cabeza apoyada en mis muslos.

–¿Puedo preguntarte algo? –soltó de la nada interrumpiendo el silencio mientras seguía mirando el techo.

–Claro.

–¿Qué vas a hacer?

–La noche fue larga y tus ronquidos no ayudaron mucho, así que lo estuve pensando con calma.

–¿Y?

–Me voy a ir.

–¿Has quedado?

–Bea, sé sincera... ¿Alguna de las personas que estuvo presente en tu nacimiento te dejó caer al suelo?

–Por supuesto que no, aunque no entiendo muy bien a qué viene eso... estamos hablando de ti.

–Olvídalo, se dice la tontería no la tonta. Bea, me marcho de aquí.

–¿A dónde? –se incorporó rápidamente de mis piernas.

–Regresaré a mi ciudad a pasar unos días y luego...

–¿Luego qué? Ayy no... –colocó su mano en el pecho y empezó a hiperventilar– no, no quiero, borra ahora mismo esa cara de, habrá océanos de por medio entre nosotras.

–Me iré a Estados Unidos, ya está decidido.

–No, no puedes irte –su tono era duro– Madrid es la ciudad de las oportunidades.

–El mundo es grande.

–Nuestra amistad es más grande.

–Precisamente por eso no debes preocuparte, si es tan grande no tendrá problema en mantenerse.

– No quiero que te vayas.

–Seré tu excusa para viajar.

–Son muchos kilómetros, no podremos vernos tanto.

–El icono de Skype se queda en el mismo lugar.

–Estarás muy lejos.

–Las limitaciones las ponen las personas.

–Sí, claro, no te jode; y el océano y la distancia...

–Llámame futurista pero creo que existe algo que se llama avión.

–Te echaré de menos.

–Mejor eso a que me eches de más.

–Eres una estúpida, Donald Trump no da oportunidades, tan sólo construye muros para romper sueños sin piedad y conseguir así, sentirse un poco mejor con su complejo de inferioridad.

–Pues no lo dejaremos ganar.

–No quiero que luego vuelvas llorando porque de ser así, estaré ahí para enfrentarte con un, maldita, Carolina, te lo dije. Además cogeré un avión y patearé el culo blanco de ese presidente que cree vivir en un videojuego de gánsteres.

Bea se lanzó a abrazarme sin medir la fuerza, incluso agradecí que comenzara a sonar el timbre para no morir estrujada

–¿Quién es? –preguntó mi amiga llevándose una manta a sus piernas desnudas.

–Por la hora, debe ser María. Me dejé cosas en la empresa, entre ellas el móvil... supongo que la habrán mandado a traerme todo porque ya estarán despejando el despacho –bajé el manillar para abrir mientras seguía mirando a Bea.

–¿Para que haga su nido la cigüeña en celo?

–¿Qué te apuestas a que manda tirar la pared para compartir espacio con Nacho?

–No jodas, güey, por lo que me has dicho yo también lo haría.

–Seamos sinceras. Tú tirarías la pared y te lo tirarías a él –las risas de ambas retumbaron en el salón, me giré hacia el rellano buscando a aquella mujer de reducida altura y pelo corto– hola, Ma... ¡ohhh mierda! –empujé la puerta de golpe cerrándola de nuevo.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora