Ahora que acortaba la distancia a paso apresurado y firme, sí que sentía como imponía su cara y su tamaño, ahora es cuando entendía al Quijote viendo un gigante, sólo que el mío, era una realidad, no un molino. Antes de que se acercara de más, el chico lo frenó pronunciando en voz alta su nombre y mostrándole la mano.
–Gracias –solté rápido y sin pensar.
–¿Cómo? Creo que no he escuchado bien.
–Capullo... –entoné entre dientes– te dije gracias.
–Ohhh dios mío, ohhhhh dios, diosssss, creo que voy a llorar –las miradas de algunas personas se detuvieron en nosotros por sus exagerados y dramáticos gritos– pensé que desconocías esa palabra tanto como a mí.
–Recibí una buena educación aunque no lo creas.
–En ningún momento lo he dudado, sólo que me emocioné. Fue una escena tan maravillosa que la guardaré en mis recuerdos, junto a películas como Un monstruo viene a verme o El paciente inglés.
–Ja, ja, ja – aunque intenté ocultarlo, por primera vez con él, la inflexible línea de mis labios se curvó ligeramente.
–Debes sonreír más, te ves tan diferente cuando lo haces.
Nota mental: ¿Te suena a ti esa frase tanto como a mí? Sí, querida, sí, pero el hipocampo está un poco más para allá, deberías interrogarle a él si quieres invocar a los recuerdos.
–¿Te queda por soltar alguna estupidez más?
–Sí, una muy importante. En el amor, del gracias al me gustas, sólo hay dos pequeños pasos.
–No tiene sentido –sonreí negando con la cabeza.
–Tú eres el gracias –dio un pequeño paso hacia mí– uno –contuve la respiración mientras sus pies acortaron la separación de nuevo hasta pegar nuestros cuerpos– y dos –hizo una pequeña pausa sosteniendo su frente contra la mía– quiero besarte, no puedes imaginarte cuanto... –respiró agitado contra mi rostro– porque sí, yo soy el me gustas, por si todavía no lo habías deducido. Me gustas mucho, pero eres la única chica que desea que mi ropa se destiña, sí, te oí... así que no desperdiciaré nuestro primer beso en un sitio como este.
–Ya lo desperdiciaré yo por ti.
El choque de mis labios con los suyos fue brusco, tal como lo estaba siendo nuestra atropellada relación. Sentí la molestia del impacto durante unos segundos, sólo hasta que nuestras bocas se encontraron en el punto justo y todo lo demás, simplemente sucumbió al placer. La realidad era esa, ardíamos en deseos, por lo que fue fácil fundirnos. Estreché su cara entre mis manos para guiar los movimientos, el tacto de su piel era agradable al igual que el olor a loción de afeitar con el que me impregnaba. Noté como sus brazos descendían por mi espalda hasta unirse a la altura de mi cintura, rodeándola con firmeza y consiguiendo reducir el casi inexistente espacio que aún nos separaba.
Yo me había lanzado al vacío comenzando este juego peligroso y sin sentido, mía fue la iniciativa y por tanto, mío tenía que ser el control. Sin embargo, hablar de control cuando apenas podía retener mi lengua dentro de la boca sería bastante hipócrita, pero así era, sin pedirme permiso se coló entre sus labios entreabiertos para encontrarse con la suya, que era lo que más anhelaba. Y ahí empezó el ansiado baile, me colgué de su cuello para atraerlo hacia mí y profundizar el beso mientras nuestras cabezas se movían en sincronía con las lenguas, intentando enredarse entre ellas.

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Lo Inesperado
Teen FictionCarolina es una joven de 25 años, decidida y con una personalidad arrolladora. Desde la adolescencia no se sintió identificada con los chicos de su edad, lo que hizo de ella una persona independiente, con pocas amistades y sin pareja. Su vida gira e...