Capítulo 3

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Tenía razón, ese cretino tenía razón, los pilares que sostenían mis planes de futuro se tambalearon y él me estaba ofreciendo una posible estabilidad, aunque fuera en otro lugar. Debía reaccionar rápido y lo peor debía aceptar su hipócrita solidaridad, estaba a punto de regresar sobre mis propios pasos para excusarme como una perdedora, cuando la puerta se abrió dando paso a su secretaria.

–Perdonen que les moleste, pero está aquí...

–Hola, soy yo, Arturo –una voz aguda y molesta interrumpió a Ana y tras empujarla a un lado, esa persona se presentó en el despacho– ¡Qué sorpresa! Pero si estamos todos –centró su atención en el director de recursos humanos– Emilio.

–Elisabeth –respondió el hombre del sofá que no hizo ningún intento por levantarse, manteniendo un serio semblante.

–Nacho –su tono al pronunciar ese nombre, se volvió aun más repulsivo para mí.

Por unos segundos observé con detenimiento a esa chica, que rondaba mi edad. No sólo pretendía aparentar con la vestimenta y las formas, si no que parecía que ambos factores realmente iban impresos en su ADN. No pude por menos, analizarla también con cierto desconcierto; y es que algo en su expresión me resultaba familiar, hice un esfuerzo por intentar recordarla, sin embargo, la conclusión fue la misma, no la había visto antes. Estaba casi segura que si la conociera me acordaría de ella. Su cuerpo era tan perfecto como el de Ana, la secretaria, estaba a otro nivel comparándola con el común de las mortales y no sólo por la longitud de sus piernas y de sus tacones. Su voz llamativa, su olor fresco pero distinguido a perfume caro, su piel bronceada, su cabello rojizo que caía en una melena totalmente peinada. Sus rasgos y curvas, no diré de diosa, porque el único dios sería el cirujano que la operó. Si yo hubiera compartido espacio vital con esta mujer, realmente la recordaría, por eso lo que más me extrañaba es que ella los conocía a todos y todos la conocían a ella.

En el despacho se vivió un incómodo silencio que nadie se atrevía a romper. La tensión y la confusión de la que yo misma fui participe se percibía en el ambiente. Desvié por un instante mi atención hacia Nacho, y me sorprendí cuando sus ojos se encontraron con los míos sin titubeos, parecía que me estaban esperando para que tuviéramos esa breve e incorpórea conexión, parecía que él buscaba mi atención. Y sólo conseguido su propósito, dirigió su mirada a esa mujer, una mirada que tornaba ahora a una frialdad y dureza absoluta, manteniendo la acritud en cada una de sus facciones, acabó haciendo un leve movimiento de cabeza con el que creo que la saludó. Acto seguido, se giró apoyando bruscamente las manos en la mesa y reclinando su cuerpo hacia adelante, enfrentó a su amigo al otro lado del escritorio.

–Arturo, dime que no es lo que estoy imaginando.

–Nacho –llevó su mano al nudo de la corbata para aflojarla– sabes que al final soy una puta marioneta más en este juego, no he podido hacer nada.

–No me lo puedo creer –su cuerpo cayó como un peso muerto en la silla de nuevo.

–Elisabeth. Nuestra reunión estaba fijada hace horas y ahora como ves, no puedo atenderte. Estoy ocupado, así que, por favor, acompaña fuera a Ana y espera a que termine.

–Mejor vuelvo mañana cuando estés solo; y ya firmamos el contrato para trabajar en el departamento de Nacho –declaró orgullosa y con cierto atisbo de superioridad.

–¡Joder! –exclamó Emilio revolviéndose en el sillón.

Debía salir de allí, así que esquivando a los dos ángeles de Victoria's Secret que me hacían sombra y después de echarles un vistazo rápido a todos en aquella sala, atravesé la puerta despidiéndome sin detenerme.

–Señores, Ana. Buenas tardes.

–Señorita Márquez –insistió Arturo.

–Carolina, por favor –Nacho se levantó de nuevo para intentar alcanzarme– No me toques Elisabeth –se apartó cuando ella lo iba a agarrar– Carolina, espera.

Ignoré sus palabras y simplemente aceleré el paso. Enfadada, decepcionada y más de mil sentimientos que me llevaron a apretar a golpes el botón del ascensor de forma reiterada, mientras aguardaba impaciente su llegada. Notaba el corazón chocando fuerte contra mi pecho y el cuerpo moviéndose para evitar la quietud. Allí sola comencé a espetarle al ascensor.

–¡Vamos! ¡Vamos! ¿Quieres llegar de una maldita vez? Necesito escapar de aquí, me estoy ahogando, joder –mi mano impactó contra la puerta de metal, como si así fuera a conseguir que reaccionara.

La pantalla que se encontraba justo encima marcaba ya el piso cuarenta. Era el momento de abandonar esas oficinas. Las puertas se abrieron permitiéndome entrar por fin. Cuando me di la vuelta para quedar frente a ellas, me asusté al chocar contra alguien, contra algo, contra el pecho de Nacho.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora