Si me preguntan qué hago a las doce y media de la noche por las calles del centro de Madrid, camino de una de las discotecas de moda de la ciudad, con un vestido y mi loca amiga agarrada del brazo, no sabría dar una explicación, simplemente aludiría a la capacidad de persuasión que tiene Bea.
–¿Por qué me dejaría convencer? –cuestioné a regañadientes no muy contenta.
–Porque me amas cariño y necesitas despejarte después de lo que ha pasado.
–Lo que necesitaría en este momento es estar comiendo helado y chocolate o un gran helado de chocolate en el sofá del piso, piso que ahora ya no podré pagar más por esa maldita.
–Shhhhh... la culpa no es sólo de ella.
Al llegar al local, la fila que nos encontramos para entrar era larga. Si a eso le sumábamos los ciento veinte kilos del hombre de seguridad la conclusión era clara, intentar colarse no era una opción. Después de media hora, sólo quedaban cuatro personas delante, aunque mi paciencia se había terminado hace veinte. Si no fuera por Bea, yo jamás estaría perdiendo mi tiempo esperando para entrar en una discoteca, era ridículo. Entonces y para mi sorpresa, a una de las chicas le prohibieron el paso por la vestimenta, ya que parecía no ser adecuada para ese lugar, quise incorporarme a las quejas, realmente estaba a punto, pero mi amiga me conocía y colocó su mano en mi boca para evitarlo.
Ya entraba la última pareja y las siguientes éramos nosotras. Un acelerón de un coche captó la atención de toda la larga avenida silenciándola por completo. Todos nos volteamos y acabamos descubriendo un Ferrari rojo que se detuvo en seco delante de la puerta de la discoteca y al que le seguía a escasa distancia un Hummer negro. Bea expectante, sin apartar su mirada de los coches, comenzó a darme codazos en el brazo.
–Tía, tía, tíaaaaa ¿Lo has visto? El coche del caballo.
Ignoré a mi amiga y me concentré en observar a las personas que bajaban de los vehículos. Cuatro mujeres jóvenes y despampanantes, salidas directamente de un videoclip de Maluma, incluso con la misma ropa del rodaje o mejor dicho, con la misma no-ropa del rodaje. Junto a estas, dos tipos de poco más de treinta años, con pantalones chinos oscuros ceñidos y camisas blancas. Otro hombre algo más mayor que el resto, destacaba demasiado, pero no por la vestimenta sino por su tamaño y aspecto nada afable. Para terminar ambos conductores entraron en escena, sus edades no podían ser muy distintas a las nuestras, sin embargo, entre ellos el estilo era bastante opuesto, uno de ellos llevaba un pantalón blanco tobillero y una camisa rosa con algún tipo de estampado, que no llegaba a distinguir bien por la falta de luz. Y el otro... el otro definitivamente destacaba por despuntar entre todos, pantalón vaquero negro, camisa negra bastante larga abrochada hasta el último botón, como si la luz de las farolas le fuera a hacer una reacción alérgica. Vamos, que de no ser por la pequeña parte blanca de la suela de las deportivas, que resaltaba entre tanta oscuridad, diría que ese chico es el hijo perdido de la familia Addams, además su outfit lo terminaba una... espera un momento, se estaban colando en nuestra cara y sin que el trabajador de la puerta les pusiera freno, es más le estaban dando las llaves de los coches mientras todos le bailaban el agua al gótico de turno.
–Ese imbécil de mierda ha llegado más tarde –entoné furiosa reprochándole al de seguridad, que por cierto, ni siquiera bajo la cabeza para mirarme, así que simplemente me encontraba discutiendo con su barriga de trillizos.
–Shhhh... Carol ¿No sabes quién es? –me contestó Bea exaltada.
–Sí, un gilipollas sin arreglo.
–Id entrando vosotros que ahora os alcanzo –aquel chico se dirigió a todos sus acompañantes para justo después girarse y encararse conmigo– ¿Qué me has llamado?
–Lo puedo decir más alto pero no más claro, a ver, repite conmigo, gi–li–po–llas –acerqué mi rostro al suyo mientras vocalizaba exageradamente y de manera pausada cada silaba.
–Tía, cállate. Vámonos a otro lado –me susurró Bea mientras tiraba de mí.
–¿Escuchas a tu amiga? Será mejor que le hagas caso.
–Perdona ¿Tú me estás dando una orden a mí?
–No, guapa, no disfrutarás de ese placer, sólo es un consejo.
–Cambio la pregunta entonces ¿Realmente eres tan hipócrita, que crees que voy a seguir tus consejos? Ni con una pistola en la cabeza al borde de un precipicio con las manos y los pies atados y los ojos vendados.
–Vaya con la niñita.
–Vaya con el niñato.
–Estoy perdiendo demasiado tiempo contigo. Así que si me disculpas, princesita sin modales, voy a beber un poco para quitarme así tu molesta voz de la cabeza –se giró dejándome con la palabra en la boca y empezó a caminar hacia la entrada, después de darle al de seguridad una suave palmada en el hombro.
–No permitiste pasar hace unos minutos a una chica porque supuestamente su vestimenta no era adecuada y ahora sí, a ese personaje con gorra que desentona en formalidad sobre cualquiera de aquí. Únicamente falta que le tires pétalos de rosa en el suelo para que acceda al puñetero local –volví a reprocharse a aquel gigante, que de nuevo, no presentaba ningún interés en lo que le exponía.
–Carolina, cállate, por favor –repitió mi amiga mostrando cierto atisbo de nerviosismo.
Manteniéndose de espaldas y sin ni siquiera dignarse a mirarme me enseñó el dedo corazón mientras se reía, comportamiento que elevó la temperatura de mi sangre.
–Que te jodan, capullo.
–Ya te gustaría ser tú la que lo hiciera, cariño –sentenció su intervención abriendo la puerta de la discoteca.
–¡Ahhhhh! No me llames cariño –rebatí enfurecida– ¿Sabes qué? –desapareció de mi vista, sin embargo, seguí gritándole esperando que me oyera– ojalá se te destiña toda la ropa.
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Lo Inesperado
Подростковая литератураCarolina es una joven de 25 años, decidida y con una personalidad arrolladora. Desde la adolescencia no se sintió identificada con los chicos de su edad, lo que hizo de ella una persona independiente, con pocas amistades y sin pareja. Su vida gira e...