Capítulo 19

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Bea y yo llegamos a mi casa en silencio. Y es que, últimamente el silencio era mi más cercano acompañante. No sé las horas que llevaba en vela, con los ojos abiertos viendo la oscuridad en el techo. Me sentía frustrada conmigo misma y no entendía el motivo, necesitaba claridad entre tanto desconcierto, tanteé la pared hasta encontrar el interruptor e iluminé la habitación mientras me incorporaba.

–Vas a decirme de una vez lo que piensas –no recibí respuesta– Bea.

–¿Hablas conmigo? –preguntó haciéndose la confundida.

–Acaso ves a alguien más en la habitación.

–Mira, Carolina. Realmente no te interesa mi opinión, sólo odias no tener el control. Buenas noches –apagó la luz nuevamente.

–Bea –la encendí otra vez– suéltalo.

–¿Para qué? Si nunca me haces caso. El único criterio que te importa es el tuyo y los demás, por mucha validez que tengan, nunca te molestas en valorarlos. Simplemente te sientes mejor escuchando a los demás, porque así parece que les dejas inmiscuirse en tus cosas, pero tu decisión siempre está tomada antes de recibir consejos de segundas personas.

–Bea, por favor... en esta ocasión no consigo tener un criterio, no sé... no sé qué hacer ¿Lo entiendes? Estoy confundida.

–Mi opinión ya la sabes desde hace rato, así que no voy a repetirla –se movió sobre el colchón dándome la espalda.

Claro que sabía su opinión. Bea quería que fuera. Para ella no había otra opción. Para ella el viaje sería una experiencia que merecería la pena recordar. Para ella ese chico no tenía malas intenciones. Para ella estas oportunidades nunca hay que dejarlas escapar. Para ella sería una alegría verme formando parte de una locura que terminara con mi cordura. Para ella todo era tan fácil siempre... ojalá ser como ella en algunas situaciones críticas o incluso en el normal acontecer de los días.

Los primeros gorjeos de la mañana empezaron a colarse por mis oídos, estaba amaneciendo. Cogí el móvil para mirar la hora exacta, pero me sorprendí al acabar buscando el perfil de Instagram de Alan James Mayer. Su cuenta estaba verificada pero con el nombre de usuario Alan May, por tanto, ese era el seudónimo con el que casi veinte millones de personas le conocían en la red social y quién sabe, cuántos más fuera de ella.

De repente vi aquella foto... su última foto. Una de las que hizo ayer visitando la ciudad, desde el Puente Romano. La imagen de postal que cualquiera quiere guardar. Con las catedrales luciendo imponentes su tonalidad dorada en la espesa oscuridad de la noche, en contraste con la Casa Lis y sus vidrieras de colores, que rompía absolutamente con la sobriedad de la arquitectura de Salamanca. Sin embargo, había algo más... con él siempre tenía que haber algo más... esa estampa jugaba al despiste. Hacer una captura de un determinado instante, sabiendo que la atención de todos está condenada, aunque sea inconscientemente, a enfocarse en la belleza histórica, le dejaba vía libre para arriesgar y divertirse conociendo, que el verdadero motivo de retratarla era que yo aparecía en ella, de espaldas, caminando por el puente, a la sombra de la iluminación monumental. Imperceptible para todos, demasiado ostensible para él... sonreí como una tonta por su perspicacia.

Carolina, bloquea el teléfono, me gritaba mi conciencia. No abras la publicación, no te interesa si tiene texto... no cambiarás tu decisión, no viajarás con un desconocido, no te meterás en la boca del yeti, no, no, no... Cumplirás tus propios mandamientos de la racionalidad.

Nota mental: reflexionar sobre ese refrán, porque me parece que suena realmente raro.

¿En qué momento mi dedo tocó la imagen? Bueno, ya que llegué aquí por causas indeterminadas y ajenas a mi voluntad, aprovecharé para echar un vistazo. ¿Por qué no podías quedarte quieta, Carolina? Todo se complicó sobremanera cuando leí aquella perfecta cita en el pie de la foto "Nada es invisible a los ojos que quieren ver". Este chico... joder, no sabría definir lo frustrante y sorprendente que era ¿Por qué me hacía sentir culpable? Maldita sea... cogí ambos lados de la almohada y tapé mi cara con ella para soltar un grito ahogado.

–¿Ya te diste cuenta de lo estúpida que eres? –la voz de Bea se escuchó en la habitación.

–Vete a la mierda, Bea. Me estoy volviendo loca –le tiré un peluche sin saber exactamente dónde la golpearía.

–Sólo te diré cuatro palabras.

–Ahí ya van cinco.

–Razón off, impulsos on –me lanzó el peluche de regreso.

Todo lo que sucedió en las siguientes dos horas fue fugaz. Me estaba riendo yo sola de la gilipollez que estaba a punto de hacer. Recordaba el hotel en el que me dijo que se hospedaba y llegaba con el tiempo justo. Después de haberme entretenido unos minutos despidiéndome de mis padres, Bea me acompañó hasta allí.

–¿Qué estoy haciendo? –le pregunté asustada cuando bajamos del taxi.

–Estás haciendo, sencillamente, lo que sientes que tienes que hacer.

Faltaban dos minutos para las diez y media, sólo suplicaba para que la hora de salida no hubiera cambiado y sobre todo, para que aún siguiera en Salamanca. Mi amiga me dio entonces un codazo sacándome de mis pensamientos. Al girarme hacia ella pude ver como señalaba algo detrás de mí. Una furgoneta negra, de grandes dimensiones y lunas tintadas, de la marca Mercedes-Benz, se detuvo justo delante de la puerta del hotel e involuntariamente mis labios esbozaron una sonrisa. Dos hombres bien vestidos se acercaron al vehículo, eran los tipos de traje de la discoteca. Un trabajador del establecimiento cargó las maletas y entonces todo sucedió muy rápido o muy lento según la percepción, no lo sé... en ningún momento estuve plenamente convencida, sin embargo, verlo mitigaba bastante la confusión o por lo menos la empujaba a un segundo plano.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora