Capítulo 33

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La siguiente semana, la pasé casi enteramente con Nacho. Necesitaba su ayuda para dar este gran salto, de ser dirigida a dirigir. Horas y horas en la empresa, explicándome los procedimientos y estructuras de la compañía, entre esos temas, por supuesto, se mezclaban otros personales, que contribuían a conocernos más que durante todo el año anterior. Aunque los días se sucedían, yo no terminaba de creer lo que ese chico había hecho por mí. Nacho era íntegro, pautado, trabajador, sincero y comprometido, era como yo, con alguna pequeña diferencia, pero como yo. Una de esas tardes que se alargaron demasiado, en aquel despacho elegido para mí: las risas, sus ojos y cierta inconsciencia de nuevo, al recordar las palabras de Arturo, "Debes ser la única en toda la puta empresa que no se dio cuenta de lo perdido que estaba contigo" "Mi jodido amigo está loco por ti", preguntaron por mí

–¿Y la normativa de esta compañía respecto a las relaciones entre empleados, cómo es?

–¿Le interesa, señorita Márquez?

–Quizá.

–No puede estarme poniendo los cuernos ya, sólo nos hemos separado para dormir –respondió siguiendo la broma.

–Y para ir al baño, no lo olvide.

–Pues temo decirle que de ese contenido específicamente, no estoy informado. Sin embargo, es de fácil comprobación si lo encuentra necesario para su permanencia aquí.

Me había estado preparando para que el martes trece de agosto, tuviera lugar la reunión en la que conocería al equipo con el que trabajaría. En ella, yo debía explicar mi proyecto y dar una serie de pautas de cómo quería que se llevara a cabo. Quince minutos antes de empezar, yo no estaba preparada. Un repentino miedo se apoderó de mí, nublándome la confianza.

–Nacho, no puedo hacer esto –estaba sentado encima de la mesa mirando el móvil pero en cuanto me escuchó levantó la vista.

–Carolina, puedes hacerlo.

–No, no, crees demasiado en mí y yo no estoy capacitada. Es mucha responsabilidad, yo... yo no –me incorporé de la silla, sin embargo, no me dejó avanzar, deteniéndome para ello agarrándome del brazo.

–Estás asustada y nerviosa, lo entiendo. La experiencia hace al maestro. Yo no nací aprendido tampoco y además, mis ideas del principio distaban bastante en calidad de las tuyas, así que juegas con ventaja –colocó una de sus manos en mi rostro permitiendo que su dedo pulgar me acariciara.

–Tengo ganas de vomitar.

–Sólo son ganas tranquila –rio tímidamente– son las reacciones del cuerpo a lo desconocido, puros espejismos –rodeó con sus piernas las mías, acercándome aún más a él y las ganas de vomitar se incrementaron– quiero oírte decirlo.

–¿Lo qué?

–Que entrarás en la sala de reuniones y lo harás muy bien. Que estás segura de ello y que crees en ti, como creo yo.

No sé en qué momento sus labios rozaron los míos, de manera muy sutil, como si su pretensión fuera no establecer un muro entre nosotros por su atrevimiento, un atrevimiento que fue la catarsis para alcanzar mi calma.

Los días continuaban sucediéndose y con ellos, las semanas. Nacho no regresaba a Madrid, supongo que se habría cogido vacaciones. De lo único que estaba segura es que él se convirtió en mi gran apoyo allí. El trabajo y Nacho, consiguieron desplazar a Alan de mis pensamientos recurrentes. Las distracciones lo conseguían. Mi cabeza debía estar concentrada en otras cosas, para que no recayera en él, una y otra vez. Sin embargo, no siempre era posible mantener ocupada la mente.

El beso de Nacho no se borró tampoco. Al contrario, me confundió ¿Sería verdad la confesión de Arturo? Una noche fuimos a cenar juntos después de acabar la jornada de trabajo; y terminamos en su piso. Porque sí, resulta que tiene casa también en Nueva York. Me ofreció una copa de vino, decidí aprovechar la intimidad que nos brindaba la situación para sacar un tema que quería tocar hace días con él, por la confusión que para mí suponía.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora