Capítulo 1

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Entrar en el edificio de la empresa con la sensación de estar a punto de alcanzar una meta, esa mezcla de ilusión y satisfacción al saber que todo el esfuerzo y tiempo invertido en un medio cobra sentido al lograr el fin buscado. Hoy terminaba mi beca en una de las compañías estadounidenses líderes en el sector de la publicidad y marketing, Life Publicity, reconocida mundialmente desde hace décadas por sus trabajos. Sin embargo, el principal motivo que me llevó a querer trabajar en ella era la solidez y reputación de la que gozaba en el mercado, gracias a que fue pionera reinventándose en una época tecnológica en la que las redes sociales cobran vital importancia. Su eslogan "la publicidad del mañana es la innovación del hoy" despejó el camino para las cientos de empresas de publicidad online que surgieron después y que aún sigue marcando tendencia, de ahí su rápida e ingente expansión.

Luché por conseguir una beca en su filial de Madrid superando para ello un duro proceso interno de selección. Desde el principio sabía que no sería fácil entrar pero que si lo lograba, aunque fuera con una beca de formación de un año, las posibilidades de integrarme en su plantilla se incrementarían y con ellas mis expectativas de futuro a largo plazo. Mi deseo era terminar trabajando en su sede central de Nueva York, esa es mi verdadera aspiración y hoy puedo estar un paso más cerca.

Me acomodé en mi mesa como si fuera un jueves más en el calendario, dispuesta a que la reunión fijada a la una y media con mis jefes no afectara al rendimiento y profesionalidad que siempre me caracterizó. Revisé la redacción de varias propuestas publicitarias que acordamos en la última sesión de brainstroming, aunque mi mayor dedicación estaba puesta en volver a leer el proyecto en el que llevaba trabajando en casa, sola, cada noche, durante semanas para vender un nuevo servicio en el que se embarcaba una de las compañías móviles más grandes e importantes a nivel mundial. Mi intención era entregárselo en la reunión y que después me permitieran supervisarlo de cerca en el puesto que me hubieran adjudicado. Me encontraba guardando los papeles en una carpeta cuando el teléfono de mi pequeño escritorio comenzó a sonar, miré el reloj casi como un acto reflejo pero las agujas apenas marcaban la una, con cierta dosis de nerviosismo repentino contesté la llamada.

–Dígame.

–Carolina, soy Nacho. La junta terminó con bastante antelación y el director general quiere que nos reunamos en cinco minutos en su despacho.

–¿El director general?

–Yo le di el informe que elaboré sobre ti al de recursos humanos y sabes que era muy positivo. Así que se lo habrá tomado como un asunto personal para intervenir directamente y no dejarte escapar.

–Muchas gracias.

–¿Me das las gracias por ser objetivo? He seguido tu evolución y rendimiento este año y siempre me sorprendió tu capacidad de adaptación y de ser crítica con el trabajo de los demás y también con el tuyo para mejorar. La rapidez de aprendizaje, la organización, el esfuerzo y la ilusión que le pones a cada cosa que haces. Y esos destellos creativos, a pesar de tu corta edad y tu inexperiencia, llenos de una lúcida madurez. Tienes un gran futuro por delante, simplemente hay que saber valorarte. Suerte, Carolina, te veo arriba en un momento.

Respiré hondo intentando asimilar la información que el que había sido mi jefe directo me había brindado, sus palabras daban a entender que la contratación era casi una realidad y con ella mi sueño podía estar cada vez más cerca. Cerré los ojos, intentando tomar una dosis de serenidad en un momento de desasosiego absoluto, me levanté entonces de la silla y agarré las carpetas totalmente decidida a afrontar la reunión con esos imponentes hombres de trajes de marca.

Al salir del ascensor, en la planta cuarenta, me alisé mi impoluta camisa blanca asegurando que siguiera dentro del pantalón. Me acerqué a la mesa de la secretaria con la que más de una vez he compartido un café en los descansos, en cuanto me vio llegar una sonrisa apareció en su rostro y logró que el mío le dedicara ese mismo gesto, antes de pronunciarme ella intervino por mí.

–Carolina, te están esperando.

–Lo sé ¿Quiénes están?

–El director de recursos humanos, el director creativo y mi jefe, ya sabes... el jefe de los jefes.

–Claro.

–Te acompaño. Suerte, compañera. Seguro que te irá bien.

Aquella mujer alta con un vestido negro que perfilaba perfectamente cada curva de su cuerpo, comenzó a caminar dos pasos por delante de mí, permitiéndome seguirla de cerca mientras ambas guardábamos silencio durante el corto trayecto. Inconscientemente mis dedos se aferraron con firmeza a las carpetas para canalizar la amalgama de emociones que estaba sintiendo y que no podía exteriorizar. Cuando me quise dar cuenta la compresión que ejercía era tal, que el filo del cartón comenzaba a quedar impreso en mi piel. Antes de entrar, no dispuse de unos segundos de cortesía porque Ana ya estaba golpeando el cristal de la puerta y abriendo tras ello.

–Señor, ya ha llegado.

–Gracias, Ana. Hazla pasar.

Aquella mujer se apartó de la puerta dejando mi figura al descubierto y entonces aquellos tres pares de ojos clavados en mí, hicieron atenuar mi confianza. Me estaba preparando para la situación, sin embargo, no contaba con esto, con la forma que tienen de desarmarte únicamente a través de la autoridad y el temperamento que arrojan esas miradas firmes que no titubean. Tres hombres importantes, con sus trajes oscuros casi mimetizados entre sí, pero destacando totalmente en un despacho decorado en tonos blancos. Aquel espacio, que era más amplio que mi piso, destacaba sobremanera y no sólo a causa de los colores claros que intentaban transmitirme calma en un ambiente opresor, si no por las enormes cristaleras que ofrecían una vista extraordinaria de Madrid, a casi doscientos metros de altura.

No podía mostrar ni un atisbo de cobardía e indecisión en este momento, así que el ser racional debía sobreponerse. Comencé entonces a caminar decidida, accediendo al despacho sin cortar la conexión visual. Escuché la puerta cerrarse tras de mí y como si de un acto reflejo se tratase me volteé para comprobar, que ya estaba sola con ellos. Al segundo, el director general que se sentaba tras el escritorio volvió a pronunciarse.

–Señorita Márquez –me tendió la mano para saludarme y después extendió su brazo para señalarme la silla que estaba vacía frente a él– siéntese, por favor.

Lo InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora