Cuándo desde el otro lado del mundo decidieron bombardear al país vecino, se olvidaron de los daños colaterales.
Al principio, todos pensaban que mantenerse al margen de los problemas de las grandes naciones, era el mejor modo de sobrevivir.
Lo cie...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Diago
Esa mañana, el frio había decidido ser prudente con el festejo de san Hipólito y únicamente se sentía un vientecillo fresco que despeinaba los mechones de cabello que se escapaban del chongo derretido de Daniela.
Habíamos pasado buena parte de la madrugada entre el huerto y la noche parecía querer ser cómplice de nosotros. No llovió y el cielo estuvo despejado dejando que las estrellas brillaran. Sé que son falsas, pero igual se reflejan en las pupilas de Dani y honestamente eso me valía más.
La dejé en la puerta de su habitación alrededor de las tres de la mañana y me hubiera encantado quedarme con ella, pero me ponía nervioso que alguien pudiera tener una mala imagen de ella.
Doña Cecilia había llegado en las primeras horas de la mañana, el sol aun no salía, pero pude escuchar a través de mi puerta como metían cosas y luego a ella diciendo algo de la festividad de hoy.
No tardé demasiado en quedarme dormido y muy temprano, Eleazar nos invitó a acompañarlos al recorrido de flores.
La gente se reúne en la placita y dan varias vueltas por las diminutas calles, ofreciendo flores a cada casa vecina y lanzando pétalos de distintos colores a los umbrales de las casas, invitándolos a reunirse con ellos por la tarde para comer todos del mismo platillo y posteriormente, por la noche, tomar ponche caliente con mezcal, tamales y participar en el baile de parejas.
Bueno, al menos así era como Eleazar me había dicho que sería aquello. Lo que nunca me explicó, es que son las parejas casaderas las que hacen la invitación con las flores, así que sin previo aviso, ahí estábamos todos los del escuadrón, atados de la cintura con lazos de colores y lanzando flores y pétalos directamente desde canastitas con adornos de colores.
Daniela salió de su habitación con un vestido de manta de color blanco que le llegaba por debajo de la rodilla, bordado con flores de colores en el cuello, el pecho y las mangas. Llevaba el cabello en dos trenzas con listones de color azul y una bufanda de colores azules y rojos muy vívidos y en los pies un par de sandalias de tiras de color azul y bordados con brillantes hilos y cuencas de madera que se movían con cada paso que daba.
Se veía hermosa bajando las escaleras y estoy seguro de que mi corazón dejó de latir por unos segundos.
Esa ropa la hacía ver diferente. Su piel resplandecía y parecía más pequeña e inocente. Sus ojos se notaban todavía más grandes de lo que eran, pues normalmente no se peina y siempre tiene mechones de cabello estorbándole la vista pero justo ahora, podía ver todo su rostro. Sus mejillas irrigadas de rojo y esos labios carnosos me hicieron recordar que justo la noche anterior los pude besar una y otra vez.
Ella me sonrió y dio una vuelta mostrándome todo su atuendo.
— ¿Te gusta? — Me preguntó cuándo se acercó a mí y me sorprendió con un beso rápido en los labios. ¡Joder! Pero claro que me gustaba. No me detuve y la abracé por la cintura, intentando prolongar un poco más su contacto.