Santiago
Esperábamos la llegada de Diago y los demás alrededor del mediodía del siguiente día. Según Avril, tenían unas cuantas sorpresas y por el tono jovial de su voz, era obvio que la emocionaba. Me había quedado de encargado en la guardia de la antena y no tenía que hacer turnos nocturnos, aun así, prefería levantarme temprano para ejercitarme un poco y de pasada, supervisar a los chicos apostados en las torres de control.
La base tenía una construcción muy básica, únicamente contaba con una trinchera sur ubicada a unos 20 metros del sendero que servía como único medio de salida y entrada. Una torre norte que protegía el cerco que nos separaba del cañón y tenía suficiente altura para monitorear la colina del lado oeste, desde donde se extendía el territorio alto fuera del valle. El lado este no nos preocupaba demasiado, el territorio que abarcaba el bosque era bastante extenso e inhóspito como para que pudiera haber acceso desde ese punto. Además, había sensores de movimiento que nos permitían activar las minas a control remoto desde un radio amplio sin necesidad de ejercer presión.
Pero no dejaba de ser un valle hundido entre suelos elevados y con ello, configuraba una especie de jaula que podía fácilmente convertirse en una daga de doble filo.
La noche anterior había estado lloviendo y la mañana era fría y ventosa. El otoño se sentía en los huesos cada vez que una ráfaga de aire te golpeaba. No había muy buena visión pues la neblina era espesa, pero esperaba que conforme avanzara el sol, esta se disipara y permitiera una mejor visibilidad.
Durante el circuito de carrera, me topé con varios de los chicos que también se ejercitaban temprano y pasé saludando a algunos de ellos. Luego me fui a mi alojamiento para bañarme y uniformarme. Aunque en la antena no era estricto portar el uniforme, la costumbre de llevarlo bien limpio y planchado no se iba por más lejos que se estuviera de la cede de Calipso.
Cuando llegué al comedor, aún no había nadie más que una chica sentada sola y el grupo que terminaba su turno nocturno y desayunaba atropelladamente por la prisa de irse a dormir. Doña Estela me saludó como siempre muy efusiva y me tendió la charola con varios platos coloridos.
— ¿Café mi niño? — Me preguntó con ese acento curioso que tienen todos en esta zona.
— Por favor. — Contesté casi rogando. El café era una de las bebidas que yo más disfrutaba, sobre todo con el frío que últimamente era mucho más fuerte.
Le sonreí y la escuché decirme lo atractivo que me veía y que por favor me cuidara mucho. Doña Estela siempre tenía comentarios amables que a cualquiera levantarían el ánimo.
Los chicos ya se habían levantado y dejaban las charolas en la cocina, caminando más como autómatas por la falta de sueño. Decidí hacerle compañía a la solitaria chica al fondo del salón, pero Sin Ji y Fernando me alcanzaron a medio camino. Fernando estaba prácticamente asignado a los hermanos de Lorenzo y después de desayunar, él se había ofrecido a llevarles sus alimentos y cuidar que se asearan. Mientras tanto, Lorenzo y Salvador aún estaban confinados hasta que Diago volviera.
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FUGAZ - La noche de las estrellas rojas
Ciencia FicciónCuándo desde el otro lado del mundo decidieron bombardear al país vecino, se olvidaron de los daños colaterales. Al principio, todos pensaban que mantenerse al margen de los problemas de las grandes naciones, era el mejor modo de sobrevivir. Lo cie...