Capítulo 26

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Susana

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Susana

El día anterior al sitio de los hostiles, había convencido a Zavel de dejarme ayudar en el comedor, ya saben, tenía esa necesidad de ganarme el pan que me llevaba a la boca. Ella accedió y me asignó con la señora Estela para ayudarle a repartir los alimentos a los chicos que no podían dejar sus guardias. No era difícil para nada y realmente me gustaba ayudar a la señora Estela porque era una mujer mayor y cojeaba un poco de su pierna derecha.

Cuando se escuchó la primera detonación sobre la torre norte, yo estaba en la bodega y por suerte doña Estela ya se había ido a descansar y yo me comprometí a llevar sola los alimentos.

Tenía que hacer algo para ayudarles porque los hostiles nos habían tomado por sorpresa. Ezequiel, el encargado del depósito me dijo que las chicas se encontraban sin protección ni armamento.

— ¿Y si les llevo armas? — Pregunté intentando aportar soluciones.

— Si sales, te van a disparar. — Me contestó.

— No puedo quedarme aquí sin hacer nada. —

— Puedes llegar hasta el dormitorio de mujeres sin necesidad de atravesar el patio, puedes rodearlo a la sombra del circuito de carrera, mide como cincuenta centímetros, pero eres muy pequeña, podrías llegar sin problema si te mantienes a la sombra. — Propuso el aprendiz de Ezequiel.

No lo pensamos dos veces, Ezequiel y su aprendiz empacaron en una mochila improvisada, unas cuantas armas, cartuchos y sobre ellos, algunos chalecos balísticos para evitar que si disparaban al paquete, algún arma se detonara sola.

— ¿Estas segura? — Preguntó Ezequiel mientras estaba parada en la puerta trasera.

— Obedece a Santiago y prepara el dron. Algo tenemos que hacer. — Dije con calma.

Lo cierto es que me moría de miedo. Pero ¿Qué podía hacer?

Si no intentábamos algo, lo que fuera, los hostiles tomarían la base y por lo que yo sabía, ellos no tomaban rehenes. Mientras me arrastraba a la sombra del circuito, sentía como las piedras me cortaban las palmas y como mis uñas se separaban de la piel de mis dedos. Las rodillas comenzaban a doler, pero me concentré en pensar que si yo tenía miedo, Lorenzo, Lucas y Romina tendrían el doble. Solo esperaba que Salvador estuviera con ellos y los mantuviera a salvo. Mientras tanto, yo intentaría hacer mi parte.

Cuando llegué al dormitorio, quise sentarme y descansar, pero no había tiempo para ello. Zavel quiso volver conmigo para llevar armas también a los hombres. No podía negarme y menos cuando Zavel había sido siempre tan amable conmigo. Me tenía confianza, yo no podía defraudarla.

Como decimos allá afuera "No hay peor gente que la mal agradecida" y yo podía ser muchas cosas, menos mal agradecida.

Hice todo lo que ella me dijo, cargamos más armas y aunque no quería usar el chaleco balístico, la obedecí. — No podemos ayudarlos si estamos muertas. — Me dijo antes de salir del depósito y tenía razón. Muertas no servíamos de nada.

FUGAZ - La noche de las estrellas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora