Diago
Esa noche en san Hipólito estaba demasiado lejos de usarse para descansar. Nos pasamos la mitad en una reunión improvisada con doña Cecilia, intentando descifrar de dónde salieron esas armas y sobre todo, de quien demonios eran.
Las armas no estaban marcadas con el escudo de Calipso, aunque tampoco es como si Calipso a estas alturas utilizara armas de fuego, pues desde muchos años atrás habían reemplazado casi todas con armas láser.
— Y ¿Ya sabemos cuántas armas son? — Preguntó la señora Cecilia.
— Son casi mil, no tengo el número exacto. —
— Insisto en que lo correcto sería dejarlas aquí. No pueden hacer el viaje hasta la antena con esa carga. — La señora Cecilia me miraba con desconfianza. Era la primera vez que yo notaba ese tipo de emoción en su rostro.
— Definitivamente no. — Solté aquello en un tono un poco más fuerte de lo debido, supe eso por el modo en como Eleazar y Franco me miraron, pero no iba a ceder ni un poco en esto. — Esas armas no están marcadas y representan un riesgo para ustedes, independientemente de a quién le pertenezcan, no puedo dejarlas en manos de civiles, eso es tanto o más peligroso que si las hubiéramos dejado en la bodega. Si Calipso por cualquier motivo encontrara esa cantidad de armas en manos de ustedes ¿Creen que ellos esperarían a una explicación? — Los tres en esa sala me miraban de muy mal modo, pero no les di tiempo de replicar nada. — Arrasarían con la población y luego fingirían investigar. Calipso ataca y luego, si tiene ganas, averigua y si no, solamente se va. — Se me acabaron los argumentos.
— Creo que tienes argumentos sólidos. — Añadió doña Cecilia mientras se sentaba en su silla detrás del escritorio.
— Señora, tiene que confiar en mí, la única manera de aumentar la seguridad y defenderlos, es que usted confíe en mí. — Dije aquello con la firme convicción de que me creyera, necesitaba saber que la señora confiaba en mí. De algún modo necesitaba esa afirmación de su parte.
— ¿Por qué tendría que hacerlo? Dígame Diago ¿Qué podríamos hacerle a Calipso con menos de mil hombres? Anda muchacho, dime que podríamos nosotros hacer en contra de Calipso. —
— Me importa un carajo lo que nuestros hombres puedan hacerle a Calipso, lo que me importa realmente es lo que ellos podrían hacernos a nosotros si nos consideran peligrosos, rebeldes o traidores. La división ESE acabaría con todos sin remordimientos. —
— ¿Y por qué le importa Diago? — Preguntó mirándome a los ojos y pude ver un poco de miedo en ellos, esa fue la primera vez que noté algo de inestabilidad en la siempre serena cara de la señora Cecilia.
— Ustedes no saben de lo que un ESE es capaz, todos nosotros moriríamos por una imprudencia que puede fácilmente arreglarse ahora. —
— ¿Todos nosotros? Tú y tus hombres son de Calipso, ustedes son los únicos que estarán seguros si algo pasara. — Escupió aquella frase con más dolor que coraje.
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FUGAZ - La noche de las estrellas rojas
Ciencia FicciónCuándo desde el otro lado del mundo decidieron bombardear al país vecino, se olvidaron de los daños colaterales. Al principio, todos pensaban que mantenerse al margen de los problemas de las grandes naciones, era el mejor modo de sobrevivir. Lo cie...