Capítulo 7

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Daniela

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Daniela

Viéndolos entrar a los dos por la puerta, mi corazón se detuvo. Y es que ellos eran tan similares y al mismo tiempo tan diferentes. Desde sus cuerpos grandes, atléticos y bronceados, hasta los detalles de las motas negras de los ojos de Santiago o el cabello ligeramente ondulado de Diago. Él era unos centímetros más bajo que Santiago, y mucho más fornido y moreno.

Santiago era inteligente, sereno y prudente, Diago era un remolino de viento que iba de un lado a otro jugando con las hojas y se convertía en un tornado que demolía todo a su paso. Santiago me sonreía con el alma, me miraba con devoción y me protegía con su vida. Diago me sonreía con el universo entero en sus labios, un universo de posibilidades que se me antojaba descubrir y que al mismo tiempo me llenaba de miedo y de inseguridad.

Ambos se acercaron a la mesa donde ya casi terminábamos de comer. Sentí un escalofrió recorriéndome cuando Diago puso su mano tibia en mi hombro y apretó ligeramente mientras lanzaba un saludo general. Yo me escondí detrás de mi taza de café.

No tuvimos que esperar mucho. Ambos devoraron el desayuno frente a ellos mientras el resto de los chicos en la mesa se retiraban uno a uno. Al final solo quedamos Franco y yo, aguardando a que ellos terminaran de comer.

Franco era un chico tranquilo y sereno pero con una afilada habilidad mental. Su sarcasmo me hacía reír y a diferencia de los demás, exceptuando a Santiago, era el único que parecía poder mantenerle la mirada a Diago y decirle "Que te den" sin recibir un golpe como respuesta.

Diago nos contó a grandes rasgos todo lo relacionado con su viaje de reconocimiento al poblado de San Hipólito y por lo que entendí nos estaba tomando parecer de su plan para trabajar en conjunto con los pobladores.

¿Yo qué tenía que opinar en eso?

Pues al parecer los cuatro jefes de división debíamos estar de acuerdo puesto que, si el plan fallaba y teníamos una insurrección por parte de los pobladores, se tendría que activar el protocolo de expiación el cual solo yo podía activar. Pensar en activar el protocolo de expiación me provocó un escalofrío.

¿Por qué?

El protocolo de expiación consistía en activar el mecanismo de auto destrucción de la antena 225, de manera que los comandos manuales se anularían y el satélite enviaría una alerta de emergencia que activaría simultáneamente los misiles. Eso provocaría un enorme agujero en el valle pero activaría la antena de respaldo que sostendría el domo hasta que Calipso lo reprogramara. Mientras tanto, la amenaza sería neutralizada y todos pasaríamos a la historia.

Nunca me pasó por la cabeza la idea de que ese protocolo fuese una posibilidad, pero si existía, era por algo. Los argumentos de Diago para colaborar con los pobladores no sonaban nada descabellado.

La moneda estaba en el aire y todos apostamos por el águila.

FUGAZ - La noche de las estrellas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora