Cuándo desde el otro lado del mundo decidieron bombardear al país vecino, se olvidaron de los daños colaterales.
Al principio, todos pensaban que mantenerse al margen de los problemas de las grandes naciones, era el mejor modo de sobrevivir.
Lo cie...
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Daniela
Estaba tan furiosa, realmente furiosa. Con Diago por ser tan cabeza dura. Y conmigo por haberle dicho semejante cosa. Te necesito. Que absurda debí escucharme, pero, si se hubiera quedado callado, yo habría entendido eso como una señal de que debía parar, pero no, el señor egoísta se atrevió a decirme: nadie aquí es necesario.
¿En verdad nadie es necesario?
¿Hasta dónde hemos llegado que ya nadie se considera necesitado? Ya nadie siente la añoranza de la presencia de alguien.
¡Pues a la mierda! Yo sí y lo necesitaba a él.
¿Qué estaba diciendo?
Si, algo que no podía ocultar y que definitivamente me estaba costando media vida aceptar. Necesitaba a Diago junto a mí.
¿Por qué?
Pues porque con él me sentía segura, del mundo y de mi misma. Su presencia me reconfortaba el alma, me hacía sentir que no importaba lo mal que estuviera el mundo allá afuera. Siempre podíamos tener momentos bellos. Recuerdos hermosos y compartir buenas charlas. Porque con él no tenía que fingir ser alguien distinta porque, yo sabía que él no me lastimaría.
Porque en un mundo donde ya no existen los instrumentos, su estúpida risa se convirtió en la más bella música.
Porque me gustaba estar con él, que me mirara como lo hacía, incluso cuando sus ojos parecían querer fulminarme, incluso cuando estaba enojado. Me gustaba saber que él me veía de un modo que tal vez nadie más lo hacía.
Me gustaba verlo desde lejos, disfrutar del panorama de sus bíceps y sus piernas cuando luchaba. Me gustaba el modo en como los músculos de sus brazos se tensaban al tomar un rifle o lanzar un balón.
Me gustaba como el sol besaba su piel bronceada mientras jugaba básquet y también su sonrisa cuando yo decía alguna estupidez. Pero sobre todo, que siempre me decía lo importante que yo era para él. Y no le importaba escucharse ridículo. Diago lo hacía.
Iba caminando en el pasillo de camino a mi habitación cuando vi a Zavel viniendo desde las duchas.
— ¿Y esos ojos? — Me dijo mientras me abrazaba. Yo volví a llorar y ella se quedó ahí, esperando hasta que me calmé. — Vamos, te llevo a tu habitación. — Me dijo en voz baja y comenzó a guiarme.
En mi habitación, me sentó en la cama y comenzó a cepillarme el cabello. No pude evitar el volver a llorar, recordé a Tanny y como me sentaba a sus pies y ella me cepillaba el cabello y me hacía trenzas de diferentes formas.
¿Cómo la estaría pasando mi amiga?
— ¿Te volviste a pelear con Diago? — La voz de Zavel era suave, pero siempre tenía ese timbre mordaz.