46. Una terapia

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Las sensaciones que producen sus labios sobre los míos me llenan de paz y felicidad. Esperaba este beso con ansias desde hace tiempo, sin embargo... no es como lo que sentí cuando besé a Óliver. 

¡Óliver!

Me acuerdo de que debe estar esperándome en su cuarto, claramente lo veo acostado sobre la cama, desnudo, con los pezones llenos de crema batida y una cereza, como Chris Evans en aquella película... La imagen mental me hace reír y me alejo de Adrián.

—Veo que te sientes mejor —pregunta con ternura en su voz—. ¿De qué te ríes?

—De... Nada. —Decirle que tal vez alguien me esté esperando en alguna parte del hotel con postres sobre su cuerpo no me parece buena idea.

Adrián sonríe con una expresión muy dulce y siento que las rodillas me tiemblan. La voz de mi mamá suena en mi mente: «Desvístelo y ponte a hacer un nuevo bebé, ¡hazme sentir orgullosa, hija!»

Sacudo mi cabeza para sacar esos pensamientos tan provocadores y extraños. Adrián pone sus manos sobre mis mejillas y vuelve a acercar sus labios a los míos. En este nuevo beso no hay lugar para pensar en nadie o nada más que el contacto de su piel, su sabor, todas las posibilidades...

Pero somos interrumpidos por una voz chillona y desagradable —¿En serio está nominada para un Grammy? ¿Con esa voz de orca con diarrea?— que nos grita casi en los oídos.

—¡Scarlita! ¿Este es tu novio? ¡Qué guapo!

—No, él no...

—Mucho gusto, soy Dalila Ponce. —Me interrumpe, me ignora y estira su mano para saludar a Adrián—. Cantante, modelo, nominada al Grammy y esposa de Mau.

Él la mira confundido. Debe estar procesando la hoja de vida de la rubia oxigenada. Yo también proceso cosas... sobre todo la última parte. ¿Esposa? ¿Ya se casaron? Trato de recordar la fecha que me habían dado para la boda pero las matemáticas nunca han sido lo mío.

—Mucho gusto, soy Adrián. 

—Y qué fuerte estás. —Suspira—. ¿A qué te dedicas?

—Tengo una tienda de ropa.

—¡¿En serio?! ¡Qué ideal! Tienes que darme la dirección para pasar un día de estos a ver qué puedo encontrar. Estoy segura que mi presencia ahí te traerá muchos clientes.

«Engreída».

—Claro, si tuviera tarjetas aquí te daba una, pero tal vez puedas buscarme en Instagram...

Adrián se emociona ante cualquier posibilidad de promover su negocio, y la verdad no lo culpo. Debo admitir que la pendeja tiene razón; su presencia en cualquier lugar atrae gente. Pero no hago nada importante escuchando su conversación, y ni siquiera notan cuando me voy, lo que demuestra mi punto. 

Entonces me apresuro a ir al cuarto de Óliver. No podría estar con él después de lo que acaba de pasar con Adrián —al menos no en este mismo momento— pero creo que una explicación, o al menos una disculpa es conveniente. 

Sin embargo me cuesta algo de tiempo encontrar el lugar. La ubicación y orientación tampoco son lo mío, y no recuerdo muy bien cuál es la habitación. Saco mi celular para escribirle y que me confirme el número del cuarto, rezando para que haya señal. Tengo varios mensajes de Whatsapp, la señal había estado muy intermitente, y al parecer todos entraron de golpe. 

Entre los mensajes hay varios de Álvaro. Se habrá vuelto a equivocar de número. Paso de largo pues no quiero encontrarme de nuevo con su pequeño pack, y entro primero al chat de mi mamá y encuentro como diez mensajes. No puedo empezar a escribirle a nadie cuando estoy llena de notificaciones.

Doce estúpidos mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora