7. Un reencuentro ¿casual?

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 No sé si Adrián aún trabaja aquí, pues hace siete meses no hablo con él. Lo más seguro es que sí, pero llevo unas dos horas parqueada frente a la tienda de ropa y no lo he visto ni siquiera a través de la ventana. 

Fue difícil no salir corriendo ayer para irme a espiarlo, después de hablar con Laura. Sin embargo, unas horas después aquí estoy, espiándolo como una pervertida. Me he repetido muchas veces que no lo haré así. Que lo llamaré primero, después de planear bien lo que le diré y cómo le preguntaré si quiere posar para mí. Pero heme aquí, siguiendo mis impulsos de Sherlock Holmes.

Me siento muy tonta aquí dentro del carro, sin tomar una decisión. ¿Llamo a la tienda y pregunto por él? ¿O será mejor bajarme y simplemente buscarlo? Mi teléfono me saca de mis pensamientos y me pega un susto tremendo. Trato de sacarlo de mi bolsillo pero el timbre me fastidia bastante y me desespera, lo que me hace ser más torpe de lo normal y siempre termino tirando el aparato.

Busco debajo de mi silla hasta que lo siento, pero no logro alcanzarlo. Al final tengo que impulsarme con el timón para darle más alcance a mi brazo. Sin querer presiono la bocina y vuelvo a asustarme. ¿Por qué tengo que tener semejante aversión a los ruidos fuertes?

Alcanzo mi celular y veo la llamada perdida de Álvaro. A mí pueden echarme los perros todos los hombres que quieran, o incluso yo puedo admitir que otro hombre me gusta, que Álvaro no se inmuta. Pero si no le contesto sus llamadas, ahí sí puede empezar la tercera guerra mundial. 

—Hola, amor. —Le devuelvo la llamada de inmediato—. ¿Cómo estás?

¿Por qué no me contestaste, Scarlett? —Sí, está molesto—. Sabes que odio que la gente me ignore.

—Sí, pero no te estaba ignorando. Perdón. Estoy en el carro y cuando entró la llamada se me cayó... el celular...

Está bien. Hoy tengo un coctel en la oficina de mi papá. ¿Puedes acompañarme? 

Le presto atención hasta que noto una sombra parada al lado de mi ventana. Al voltear a mirar, me encuentro con los ojos grises de Adrián, que me miran con intensidad.

—Ahora te llamo. —Le corto la llamada a Álvaro. Sé que esa si va a ser una razón para discutir, pero en este momento no puedo pensar en nada.

Bajo la ventanilla sintiéndome muy nerviosa. Adrián se agacha para quedar a la misma altura y me parece que se sorprende.

—¿Scarlett? —Sí se sorprende. Al parecer cuando se arrimó al carro no sabía que era yo—. Qué bueno verte. Y qué raro. ¿Me estabas espiando?

—Eh... Este... ¡No, no! Estaba... Espiando a... ¡ese hombre que va ahí!

Desesperada y nerviosa, señalo a un hombre que va pasando por detrás de Adrián. El hombre me escucha, como seguramente lo hace cualquier persona a al menos un kilómetro de distancia, dado que cuando me pongo nerviosa no hablo, grito.

Asustado, el desconocido me mira como a una loca y acelera el paso. Adrián voltea a mirarlo y luego gira de nuevo su cabeza hacia mí.

—¿En serio? Porque yo estaba bromeando...

—Ahhh, yo también. Claro.

Me mira de forma extraña y deja escapar una media sonrisa. Abre la puerta y me extiende la mano, como un caballero de las películas antiguas. Salgo y me paro justo frente a él. El corazón me late desbocado, tengo la boca seca, y mi estómago empieza a protestar.

«Sí, esto es mucho peor que haberle puesto una cita», pienso.

—Hola, Adrián. —Mi voz sale sin mucha fuerza.

Doce estúpidos mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora