48. Un adiós

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¡Hola!

Sé que muchos de ustedes están esperando el capítulo especial del chisme pero... recibieron tantas preguntas que los pobres están así:

 recibieron tantas preguntas que los pobres están así:

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Entonces... para que no se queden sin dedos contestando, decidí publicar las respuestas este fin de semana. 

Espero que les guste este capítulo. ¡Los amo!

______

Laura me insistió por un rato largo que no fuera a reclamarle nada a Héctor, que dejara todo así, que la abrazara hasta que se durmiera.

Y sí, cumplir esa última parte es muy fácil, pero si no hago lo primero no podré dormir tranquila yo. Así que me aseguro de que Laura ya duerme profundamente y me levanto con mucha suavidad para no despertarla. Salgo al pasillo, no tengo ni idea de la hora pero todo está muy silencioso.

Voy hasta el cuarto de Héctor y golpeo la puerta con suavidad. Nadie responde.

—Héctor... Ábreme... —susurro para no despertar a nadie más.

Silencio.

—Héctor. —Subo un poco el volumen pero la respuesta es la misma.

Más silencio.

—¡Héctor Ibarra! 

Aumento el tono de voz y al fin escucho movimiento al otro lado de la puerta. Tomo aire para prepararme para la cantaleta que voy a darle, sé exactamente lo que voy a decirle, pero todo se me olvida al ver a una persona totalmente diferente abrir la puerta.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto.

—Tratar de dormir, y fallar gracias a tus gritos —contesta Menzo.

—No estaba gritando... ¿Dónde está tu hermano?

—No tengo ni idea. Adiós. 

Cierra la puerta en mi cara y no me deja preguntar nada más. Si no fuera porque no quiero despertar a medio hotel, el primero en llevarse una cantaleta esta noche sería él. ¿Dónde puede estar el baboso de Héctor? Salgo a la playa, el lugar más probable en el que puede estar, y doy un vistazo. 

La playa está sola, y parece difícil que alguien pudiera estar aquí afuera, en especial porque la temperatura ha bajado mucho, y el viento sopla algo fuerte. Mi vestido vaporoso parece una pésima idea. 

Camino un poco con la esperanza de encontrarlo, ignorando las pocas posibilidades que eso presenta, hasta que al fin veo a alguien a la distancia. Acelero mis pasos para acercarme a la persona y compruebo que efectivamente, es Héctor.

—Héctor Ibarra. 

Al escuchar su nombre, gira a verme e inmediatamente pone los ojos en blanco. Ya sabe lo que le espera.

Doce estúpidos mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora