30. Una mala decisión

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Saber manejar los nervios nunca ha sido una de mis virtudes. Al escuchar el nombre "Adrián" algo en mí se activa, como si estuviera haciendo algo malo, y empiezo a correr como loca por todo mi apartamento, buscando un escondite adecuado para Axel.

Y como el sitio no es precisamente un palacio lleno de cuartos y escondites secretos, lo único que se me ocurre es llevarlo a mi habitación. El muy borracho se quedó dormido y por poco no consigo levantarlo. Afortunadamente, saco fuerzas de no sé dónde y logro arrastrarlo hasta mi cuarto.

—¡Oyeee! No pensé que sería tan fácil llevarte a la cama... Pero no es que me esté quejando... —Axel deja de decir estupideces pero solo para buscar mi boca con la suya.

—¡Quieto!... Por Dios, Axel... Técnicamente soy yo quien te está llevando a la cama... ¡Quédate quieto, por favor!

—Pero si me quedo quieto, ¿cómo vamos a hacer la ensalada de frutas fantástica?

No puedo evitar soltar una risa.

—Será el frutifantástico... ¡Pero ahora lo que necesito es que duermas! —exclamo mientras trato de despegar sus brazos de mi cuello y acomodarlo para que se quede dormido.

—Ay, ¡qué aburrida eres!

—Mira, ¿sabes qué? Si duermes aquí solito un ratico, te prometo que cuando regrese tendremos una noche de frutifantástico loca y desenfrenada... Pero necesito que te duermas una media hora, ¿si? —Necesito convencerlo de que se quede quieto y no se me ocurre nada mejor que esa mentira tan tonta.

—¿Qué tan loca y desenfrenada?

—Súper... loca... loquísima... —Empujarlo me está dejando sin aliento, pero al fin logro que se siente en la cama.

—¿Y si nos ponemos locos ya mismo? —Hace caso omiso a mis palabras y, antes de que pueda darme cuenta, ya lo tengo muy cerca de mi boca, otra vez.

—¡Ya basta, Axel! ¿Justo hoy tenía que darte por beber tanto y andar de besucón?

—Yo se que tú quieres... Tanto como yo...

Como no puedo hacer que se acueste en la cama y no logro dejar de imaginarme a Adrián esperando afuera, o peor aun, yéndose y no volviéndome a hablar en la vida, tengo un ataque de rabia y tomo una almohada que está muy cerca de él, lo empujo sobre la cama y aplasto su cara con ella.

Los gritos de Axel se ahogan entre la tela y las plumas, pero en un momento recupero la cordura y me da miedo hacerle daño.

—¿Ves? Esto es lo que provoca la pasión que me causas... Que será mucho más grande si te quedas dormidito un rato y esperas a que yo vuelva —le ruego, y al fin logro que prometa guardar silencio y descansar un rato.

Salgo de mi cuarto muy nerviosa y agitada, pero con la esperanza de que la idea mediocre que se me acaba de ocurrir dé resultados.

Abro la puerta principal y me encuentro con la mirada gris del hombre que lleva semanas ignorándome, y a quien quiero exigirle una, no; miles de respuestas.

—Hola, Scar. ¿Todo bien? —pregunta con esa voz medio ronca que tanto extrañaba.

—S... Sí, todo bien. ¿Por qué?

—Porque tardaste bastante para abrir la puerta.

—¿Si? No creo que haya sido tanto. —Trato de controlar mi respiración y de cambiar el rumbo de la conversación para llegar al tema importante—. ¿Y tú por qué estás aquí? ¿Estás bien?

Suelta una pequeña risa y enseguida caigo en cuenta de cuál es el motivo.

—Ay, sí, perdón. Pasa por favor, estás en tu casa. —Abro más la puerta y le hago un gesto para que se siente en el sofá.

Doce estúpidos mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora