61. Una equivocación

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—El Cielo es tal como lo describen en las películas y los libros, y cuando lo ves sientes una paz inmensa...

—¿Y tú cuándo has visto el Cielo? —pregunta Óliver.

—Pues lo acabo de ver... es el efecto que tienen las experiencias cercanas a la muerte.

—¿Cuándo estuviste cerca de la muerte? —Me mira entrecerrando los ojos, dándome una mirada extraña.

—Pues ahora... cuando me dispararon.

Suelta una carcajada que me ofende un poco. No entiendo cómo puede alguien reírse ante las experiencias de vida o muerte de los demás.

—Nadie te disparó, Scarlett. De hecho creo que todos tuvimos mucha suerte en ese restaurante. 

Bueno, tiene razón, todos tuvimos suerte, pero el miedo que sentí en ese momento creo que podría ser el mismo que hubiera sentido si me dispararan de verdad. 

—Pues se sintió como si me hubieran mandado al Cielo —digo enojada.

—¿Hay alguien en tu apartamento?

—¿Qué? ¿Qué tiene que ver eso con el Cielo?

El taxi en el que vamos se detiene junto a un edificio muy parecido al mío, y recuerdo la conversación que tuvimos sobre dejar mi carro en el parqueadero del restaurante. O mejor dicho, sobre dejarme a mi conducir esta noche.

Óliver le paga al taxista, quien sale disparado y me hace preguntarme si fue porque es una buena noche para recoger carreras o ya venía cansado de oírme cantar I will survive a todo pulmón. 

Una brisa fría golpea en mi cara y cierro más mi abrigo. La noche está helada y como un reflejo de la sensación térmica o tal vez un efecto de mis experiencias cercanas a la muerte, busco un abrazo de Óliver; a lo mejor se anima a que nos sigamos abrazando arriba pero sin ropa.

—Necesitas un Alka-Setzer y algo de comer para que se te quite la borrachera. 

—No creo que haya nadie, deberías subir conmigo. —Meto mi mano por dentro de su camisa, pero él se retira. Me mira con una expresión que no logro descifrar y me da un beso en la frente.

—Mejor hablamos mañana.

—¿Y si no hay nadie y me ahogo con mi propio vómito?

A mi mente vienen recuerdos de cuando Lau y yo nos emborrachamos y Samuel y él se quedaron con nosotras para luchar contra los vómitos asesinos. Óliver solo se ríe.

—Yo creo que vas a estar bien.

—¡No!, ¿No sabes lo que les pasa a las estrellas de rock? Se quedan dormidos después de beber y ¡pum! se ahogan en su propio vómito. 

—Qué bueno que no eres una estrella de rock. —Me da un beso en la frente a modo de despedida.

Me alejo de él molesta, con ganas de llorar o pegarle una cachetada. Ni siquiera le digo adiós y trato de abrir la puerta de entrada a mi edificio. Por fortuna solo me enredo un poquito con la llave y no tengo que quedarme mucho tiempo aquí parada, para no darle la oportunidad a Óliver de que quiera venir como un caballero andante a ayudarme a abrir.

Ya dentro de mi apartamento, camino hasta mi habitación tropezando con todo porque nunca se me ocurre encender la luz. 

Trato de dormir pero no puedo dejar de pensar en Óliver. Cuando el efecto del licor empieza a pasar un poco, tomo mi celular y pienso en llamarlo. Recuerdo que quería decirme algo... de hecho me puso una trampa para hacerlo. Samuel fue su cómplice, pero un asalto y una experiencia de vida o muerte nos distrajeron y no pudimos hablar. ¿Qué sería lo que quería decirme?

Doce estúpidos mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora