28. Cena para dos

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Con Sara dada de alta las comidas con Daniel entre las clases y el trabajo se acabaron, lo cual me hizo ser mucho más productiva. En la nueva rutina comía rápido y llegaba más pronto a la oficina para meter datos de más. Así podía llegar al cupo lo antes posible. El dinero extra no venía mal y de esa forma podía adelantar datos aprovechando el tiempo dado que los exámenes de fin de carrera estaban en el horizonte próximo, a tan solo unas semanas. Pensaba decirle al jefe, Antonio, que si podía tener en esas fechas algunos días como de vacaciones, sin trabajo, aunque fuera también sin remuneración.

En esas estaba cuando noté unos golpecitos en el hombro. Me quité los cascos con los que estaba escuchando «Florence and the machine» y levanté la vista para toparme con Daniel.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté entre asombrada y avergonzada ante la posibilidad de que me hubiera escuchado cantando.

—He venido a verte —sonrió— como ya no quedas para comer conmigo he pensado que tal vez te dejarías invitar a cenar.

—Me encantaría ir a cenar, pero no hacía falta que vinieras hasta aquí, podías haberme mandado un mensaje —contesté algo cortada por la situación.

Daniel apoyó su cadera en mi mesa y se cruzó de brazos haciendo que su camisa azul se le quedara aún más ceñida de lo que la llevaba.

—Sara tenía revisión y ya que estaba por aquí se me ha ocurrido hacerte una visita sorpresa. Ella se va ahora con mi madre a casa porque está cansada pero pensé que podíamos ponernos al día tú y yo.

Empezó a dibujar círculos invisibles con uno de sus largos dedos sobre los papeles de la documentación que había estado mecanografiando hasta entonces. Parecía algo nervioso.

Miré el reloj y vi que solo me quedaban quince minutos para salir, aunque era pronto para cenar. Entonces se me ocurrió una gran idea. Mi casa estaba vacía desde el robo y el ataque porque nos habíamos medio mudado a la casa de Tom, situación que no parecía que fuera a cambiar en el futuro cercano, así que podíamos ir allí y cenar algo casero, con este apaño podría invitarle yo esta vez sin gastar mucho dinero, que no andaba para nada sobrada y aún era mitad de mes.

—¿Qué te parece si esperas a que salga, que solo me quedan quince minutos, y cenamos en mi casa? Yo invito —le contesté.

Daniel se quedó unos segundos dubitativo, como si le hubiera pillado con la guardia baja. Tal vez había ido demasiado lejos invitándole a casa. Quizás pensaba que le estaba proponiendo otra cosa. Me tensé y abrí la boca para desdecirme cuando él asintió con la cabeza y sonrió.

—Genial... aunque hoy no llevo coche... ¿vamos en metro, autobús...? —me preguntó.

—No te preocupes, he traído el mío, espérame a la salida del parking donde la parada de metro de Begoña y ahí te recojo.

—Vale, ahora te veo —y me guiñó un ojo mientras se marchaba.

Me quedé un poco en blanco. Entre las ganas de saltar de la alegría y los nervios por el plan que tenía por delante. Cena con Daniel. Los dos solos. En mi casa. Ni preparándolo de antemano me habría quedado tan redondo.

No es que quisiera pasar tiempo a solas con Daniel. O tal vez sí. Las últimas veces que habíamos quedado siempre habíamos estado acompañados por Sara, y ella me caía muy bien, pero echaba de menos la complicidad que había entre nosotros a solas. Cuando se mostraba él mismo sin la coraza de hermano mayor resistente a cualquier mala noticia relacionada con el cáncer de su hermana. Dejaba de ser Daniel «el duro» para ser simplemente él mismo.

Pasé los últimos minutos de la jornada pasando datos y equivocándome más de lo que metía correcto. Todo por culpa de los nervios de la inesperada cita. Bueno por eso y por las miraditas que estaba recibiendo de parte de algunas compañeras de oficina que nunca habían hecho el más mínimo intento de trabar amistad conmigo. Daniel había arrasado con el efecto chico guapo, una teoría que habíamos desarrollado Pat y yo durante nuestras charlas en la cafetería entre clase y clase. Ya había sobrevivido al instituto con esa losa colgada, culpa de Tom, y no quería que se repitiera de nuevo en mi vida adulta.

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