Cuando desperté era bien entrada la madrugada y paseando mi mirada por la habitación me encontré con mi abuela tumbada a mi lado, probablemente para estar conmigo toda la noche. Sentía la boca seca y me palpitaban las sienes del dolor de cabeza que tenía pero en general ya no me sentía mareada lo cual era una mejora.
—Abu... —llamé con la voz un poco rota tras no haberla usado en horas.
Ella abrió un ojo instantáneamente, supongo que por defecto profesional, y se levantó dejando caer la mantita con la que estaba tapada, probablemente cosa de Tom, cuidándonos a las dos.
—¿Qué necesitas chiquitina? ¿Cómo te sientes? —me preguntó.
—Agua... —pedí casi como si no hubiera bebido en días.
Mi abuela me pasó el vaso y al ver que me temblaban las manos al cogerlo me ayudó a beber. Pude pegar unos cuantos tragos antes de que me lo quitara de los labios.
—Cuidado, no te puedes dar un entripado de agua ahora.
—Me siento... algo mejor —le dije para calmarla, y porque era verdad— ya no siento mareos, pero el dolor de cabeza me está matando.
Ella se movió hasta la mesilla y cogió una caja de analgésicos, sacó uno del blíster y me lo dio.
—Toma esto debería bastar para que se te pase, aunque preferiría que te lo tomaras con el estómago lleno.
—Ahora no puedo... pensar en comer... abu —dije despacio después de tragarme la pastilla con otro par de sorbos de agua.
—Ya. Ahora no, pero por la mañana te voy a hacer unas tostadas con tomate que no te vas a dejar nada en el plato —sentenció.
Y sabía que sería verdad, cuando se ponía en modo cuidadora no había quien le llevara la contraria, seguro que Tom había insistido en quedarse «de guardia» esta noche pero si había alguien más cabezón que mi abuela, no existía en este mundo. Bebí un poco más de agua y volví a caer inconsciente en un sueño muy raro.
Estaba paseando por la playa cuando de repente surgían unas huellas ante mí, como si alguien invisible paseara justo unos pasos por delante. Yo iba jugando a poner mis pies sobre sus huellas hasta que acababa el camino frente una gran pira de fuego con mucho humo.
Quise parar antes de caerme en la hoguera, pero no pude. Fue como si algo me obligara a seguir avanzando por esas pisadas hasta caer presa de las llamas.
Me desperté sudando con un grito congelado en la garganta. Esta vez mi abuela despertó sin que siquiera hubiera dicho una palabra o tal vez había escuchado mi grito interior.
—¿Qué tienes chiquitina? ¿Una pesadilla? —me abrazó como solo ella sabía hacerlo, llenando cada parte de mi cuerpo de confianza y de cariño, con ese amor incondicional que solo una abuela sabe dar.
—Sí, una pesadilla terrible.
—Es posible que sea efecto secundario de haber usado la habilidad, como el resto de síntomas, no te preocupes.
Pero si me preocupaba. Di unas cuantas vueltas en la cama pensando en ello hasta que, de nuevo, me quedé dormida.
A la mañana siguiente cuando desperté vi a Tom en una silla en vez de a mi abuela. Se oían ruidos que venían desde la cocina y pensé que estaría preparando ese desayuno que me había prometido la noche anterior.
—¿Cómo estás pequeñaja? —me preguntó Tom.
—Mejor —dije incorporándome en la cama con algo de esfuerzo— ya no me siento mareada y creo que no me sangra la nariz —me toqué la zona y miré la mano para comprobar que estaba seca.

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Artefacto
RomanceConocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba. FIN --- Terminada la primera parte.