La semana pasó tan rápido que apenas me di cuenta y llegó el temido día del trabajo en grupo. Las clases se me habían hecho largas y estaba cansada. Quedar con la gente para terminar de redactar el maldito informe sobre la investigación que teníamos que presentar la semana siguiente había resultado agotador con tanto infantilismo entre personas que se presuponían medio adultas.
Para cuando por fin logré que se pusieran de acuerdo en los últimos toques y dije que me encargaba yo del tema de las impresiones era tan tarde que no me daba tiempo a ir a pasar datos al hospital. Y por supuesto no había podido ir a comer con Daniel ni visitar a Sara. Ya sólo me quedaba el suficiente sol como para llegar a casa antes de que se pusiera y se hiciera de noche.
Estaba bastante harta del mundo ese día. Solo quería tirarme en la cama y comer alguna guarrería mientras ponía algo en Netflix que me desconectara los pensamientos.
Cerré el coche que había conseguido aparcar sorprendentemente cerca del portal y llamé al ascensor. Solo vivía en un segundo y me había prometido a mi misma subir y bajar siempre andando para hacer algo de ejercicio. «Hoy no es el día para más agotamiento» me dije a mí misma perdonándome por mi falta de compromiso.
Saqué las llaves del bolso mientras el ascensor me elevaba a mi paraíso personal de chocolate y series pero al ir a meterlas en la puerta de casa me di cuenta de que estaba abierta. No había luces dadas dentro de la casa, todo estaba a oscuras y en silencio. La claridad que se colaba desde el descansillo dejaba entrever cosas tiradas por el suelo.
«Un ladrón. Nos han robado».
Hice memoria rápidamente, mi abuela estaba trabajando en esos momentos, tenía turno de noche y aún tardaría horas en llegar. Yo estaba en la puerta y nadie más tenía un juego de llaves de nuestra casa. Nada de familiares ni vecinos que pudieran estar ahí en esos momentos.
Lentamente terminé de abrir la puerta con el pensamiento congelado mirando a todas partes. Las cosas por los suelos, los cajones abiertos, algunos cristales rotos... Me adentré un par de pasos y eché una mirada a la cocina, donde no había nadie. Seguí avanzando hacia el salón poco a poco, en silencio, como si temiera asustar a alguien.
Y fue entonces en medio del pasillo, antes de llegar a la última habitación, la de mi abuela, cuando escuché un ruido. Di otro paso. Pero en esa habitación no tenía que haber nadie, mi abuela seguía trabajando. Di un paso más. Alcé la mirada y me encontré con una sombra que se agitaba en la pared.
Abrí la boca para gritar pero de mi garganta no consiguió salir sonido alguno. Mi cuerpo reaccionó antes que mi voz, porque salí corriendo de casa y no me di cuenta de que mi corazón galopaba fuertemente hasta que corrí escaleras abajo aterrorizada. Mis pies fueron conscientes en aquél preciso momento de que tenían que hacer el movimiento correspondiente para bajar los escalones y resultó demasiado complicado. Trastabillé y caí al vacío en los últimos escalones hasta golpear contra alguien que me sujetó evitándome besar el suelo.
Me agarré a aquella camiseta extraña como si la vida me fuera en ello, como si tuviera la capacidad de salvarme del miedo que sentía en esos instantes al igual que me había salvado de la inminente caída por la escalera.
Miré hacia arriba y me di cuenta de que era él. El nuevo vecino con el que me había encontrado en el portal unas semanas atrás.
—Creo que... que han entrado a robar a mi casa —le confesé casi en un susurro sin soltarle— he entrado y había alguien en la habitación.
Él puso sus manos sobre mi cara, eran tan grandes que casi me abarcaba por completo. Me miró a los ojos con una seguridad propia de alguien que se ha enfrentado a este tipo de situaciones mil y una veces y me habló pausadamente.
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Artefacto
Любовные романыConocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba. FIN --- Terminada la primera parte.