37. Tiempo

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En ocasiones se me hacía tremendamente mal lidiar con las personas. A pesar de estar estudiando psicología, lo cual supuestamente debía darme herramientas para entenderlas y entenderme mejor. Las relaciones podían llegar a ser demasiado intensas y algo escurridizas para mi gusto. Las normas podían cambiar de la noche a la mañana sin enterarte.

Me costó recobrarme tras la petición de Daniel. Desde aquel día no nos habíamos visto, no habíamos hablado ni intercambiado un solo mensaje. Le dieron el alta a Sara para que siguiera la recuperación en casa mientras continuaba con las sesiones de quimio así que no podía ir a visitarla al hospital.

Cuando me dijo que pasara por su casa me agobié tanto ante la idea de encontrarme con Daniel que me excusé diciendo que estaba muy liada con las cosas de la facultad y por eso necesitaba organizarme y estudiar durante unos días, que tenía cosas que entregar.

Y en cierto modo era cierto, estaba en mi último año de carrera y con el trabajo extra, los entrenamientos y todo el drama vital había dejado un poco de lado los estudios. Quería retomarlos antes de que todo se fuera de madre y me costara el grado. Ese espacio que me había pedido Daniel era la justificación perfecta para centrarme en mis cosas. De repente tenía tiempo para poder terminar trabajos, hacer presentaciones, subrayar lecturas...

Y para sentirme vacía.

Los demás a mí alrededor se daban cuenta de que algo me ocurría. Pero tenía que seguir adelante y dejar lo negativo lado. Me hice la fuerte y decidí esperar a que Daniel diera el primer paso para retomar el contacto, tendría el espacio que me había pedido.

Juan y Tom seguían repartiéndose los días para estar conmigo en la facultad. Seguían vigilándome de cerca para que no ocurriera nada aunque según pasaban las semanas tras el intento de robo la sensación de inseguridad se iba diluyendo. Juan pasaba más tiempo conmigo, era una buena compañía, sabía sacarme la sonrisa cuando menos me lo esperaba y nunca estaba cansado de hacerme de niñera. Los entrenamientos con él eran mucho menos duros que con Tom y casi hasta nos divertíamos pasando el tiempo en el gimnasio.

Aunque él nunca me habló del colgante, mi habilidad, ni nada similar yo sabía que estaba enterado de lo que era capaz de hacer. Había evitado el contacto conmigo desde el último calambre en la cafetería. Esa parte de mí claramente no le gustaba.

Tom andaba también muy ocupado. Apenas nos cruzábamos por casa por las mañanas y las noches. Se le notaba cansado y las ojeras se habían instalado bajo sus ojos. Me sentía culpable porque sabía que yo era la razón de que tuviera tanto trabajo.

De repente, después de semanas en las que mi mundo se había hecho un poco más grande y me había abierto a la gente, volví a encerrarme en mí misma. Solo Pat era mi roca en aquellos momentos. La constante que me hacía seguir adelante.

Así que volqué todas mis emociones en ella, mis miedos, mi indecisión, dudas y sobre todo inseguridades. Porque al final lo que había ocurrido con Daniel me había dejado una inseguridad enorme en mi misma. Esa frialdad repentina tras el acercamiento. La pared de hielo que había leído en sus ojos.

Pat me apoyó. Aunque no compartía mis decisiones. Ella pensaba que dar espacio a Daniel no significaba ignorar su existencia. Igual que no tenía por qué dar espacio a todo el mundo de repente haciéndome la dura y dejando de lado a los demás. Sé que lo decía por Sara. Ella no tenía la culpa de nada de lo que había pasado, y seguía necesitando mi apoyo. Su mundo era aún más pequeño que el mío.

Después de sentirme tremendamente culpable y egoísta, hablé con ella para preguntarle si podía pasar a verla alguna mañana, mientras que Daniel estuviera en sus clases. Si le pareció raro que quisiera verla sin su hermano por ahí no me dijo nada. Aquellos días me acompañó Tom a su casa. No quería meter a nadie nuevo en su vida y que me acompañara Juan habría sido muy raro. Sabía que era pedirle mucho a Tom porque luego tenía que recuperar horas en el trabajo pero tenía la sensación de que a ambos les venía bien la compañía mutua.

Y fueron mañanas agradables, aunque Daniel no estuviera con nosotros. Pese a apoyar a Sara con nuestra presencia me sentía un poco inútil sabiendo que mi habilidad no servía para hacerle pasar mejor por los efectos secundarios de la quimio. Había intentado unas cuantas veces que sus náuseas remitieran, que su cabello creciera más rápido o su piel estuviera menos amarilla, pero sin éxito alguno. Necesitaba un objetivo más concreto para que la habilidad funcionara y no tenía mucha idea de medicina o funcionamiento del cuerpo humano bajo los efectos de la quimio. Mi habilidad no funcionaba con buenos deseos.

Necesitaba investigar más sobre el cáncer de Sara para poder encontrar un objetivo con el que cumplir. El de mejorar su recuento de plaquetas ayudó a que se sintiera mejor y poco tiempo después le dieron el alta. Quizás debía centrarme de nuevo en algo como eso. Bloqueando de alguna manera mis propias plaquetas para que no me volviera a pasar lo de la última vez.

Investigando sobre el tema me di cuenta de la gran cantidad de personas con diferentes enfermedades que precisaba de trasplantes de médula. Estuve informándome y con la compañía de Juan me acerqué al centro de transfusiones para hacerme donante yo misma. Aunque mi médula no fuera apta para Sara, quizás había otra persona allá en el mundo que la podía necesitar. Podía ser inútil en este momento pero salvar el día en otra ocasión.

Mi abuela me había prometido que mi habilidad no suponía ningún problema así que tras rellenar unos cuantos papeles y un pequeño pinchazo para una analítica ya tenía mi carnet de donante. Había sido tan fácil que me pregunté cómo era posible que no hubiera más personas que lo hicieran.

—La gente no sabe lo que es esto hasta que le toca de cerca —me dijo Juan sin mirarme cuando expresé en alto mis pensamientos.

Yo misma, aun teniendo a mi abuela trabajando en oncología no me había informado de ello hasta que Sara había llegado a mi vida. Era un poco hipócrita por mi parte pensar de aquella manera sobre otras personas.

—Tienes toda la razón Juan, la gente somos así.

—Pero tú ya has puesto de tu parte.

Nos sonreímos y seguimos camino al gimnasio, donde su sonrisa se ensancharía más al verme caer en la colchoneta y yo trataría de hacer lo posible por volver a ponerme en pie una y otra vez hasta quedar agotada. Lo suficiente para no pensar.

Así eran mis días mientras esperaba noticias por parte de Daniel. Algunas semanas después volvieron a ingresar a Sara para ponerle finalmente el catéter. Quise estar presente y hacerle compañía en el hospital. Temía el momento de enfrentarme a él y que se comportara fríamente. Me aterraba darme un golpe de realidad y tener que admitir que todo lo que había ocurrido entre nosotros había sido un espejismo.

 Me aterraba darme un golpe de realidad y tener que admitir que todo lo que había ocurrido entre nosotros había sido un espejismo

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