32. Emociones

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Cuando salí de la ducha el olor a café sobrevolaba el ambiente y el sonido de las tazas entrechocando me avisaron de que mi abuela estaba en la cocina. La puerta del despacho de Tom estaba entreabierta y se le oía teclear.

Parecía que la otra parte de la casa se había puesto de acuerdo en darme un poco de espacio para poder gestionar todo lo nuevo que había pasado en las últimas horas. Tenía la sensación de que últimamente me dedicaba a hacer eso con mi vida: recibir información que me cambiaba la vida, aceptarla, obtener nueva información que volvía a poner todo patas arriba y así una y otra vez.

Había tardado bastante rato en calmarme tras lo ocurrido con Tom. Si el roce de una pluma mientras estaba recitando el abecedario podía traspasar las barreras y llegar hasta otra persona no quería pensar cómo habían podido afectar mis emociones reales a Daniel la noche anterior.

La llamada de Pat duró media hora de reloj. Habría sido divertida antes del entrenamiento, cuando estaba emocionada por lo que había pasado. Cuando creía que las reacciones de Daniel se debían a sus propios sentimientos y no al reflejo de mis emociones. Pero no podía contarle aquello a Pat.

Ella quiso saberlo todo con pelos y señales: desde lo que habíamos comido hasta cada una de las palabras que habíamos dicho pasando por las reacciones de Daniel incluyendo la capacidad de pausar la excitación que ambos teníamos para dejar en mis manos la decisión de si ir más adelante o no.

Mientras Pat era pura felicidad yo estaba emocionalmente machacada. No podía parar de pensar en que había manipulado la realidad y ahora no sabía cómo me iba a enfrentar a Daniel la próxima vez que le viera. De hecho ni siquiera tenía un solo mensaje suyo. Tal vez al llegar a su casa se alegró de que Tom nos hubiera interrumpido porque él realmente no quería hacer nada conmigo.

Le comenté el tema de los mensajes a Pat y me dijo que ahora no era el momento de hacerse la dura, si él se había lanzado y había dado el primer paso, bien podía ser yo la que diera el siguiente.

Entonces recordé aquel tierno beso de despedida que me dio repentinamente cuando ya se iba. En aquellos momentos yo no lo estaba tocando, ni lo había hecho después de que sonara el timbre... ¿querría decir eso que algo, aunque fuera una mínima parte de todo lo que había pasado, era real?

Decidí saltarme a Tom e ir directamente a mi abuela. Ella tenía la habilidad y no iba por el mundo trastocando con sus emociones y sentimientos a los demás. Necesitaba una solución al problema y rápida.

Me vestí sin pensar en lo que me estaba poniendo y mientras terminaba de secarme el pelo con una toalla me dirigí a la cocina. Asomé la cabeza desde la puerta y la vi cacharreando con varias sartenes en los fuegos, probablemente preparando algo delicioso para comer.

—Buenos días abu.

—Hola mi niña, ¿qué tal has dormido hoy? Ayer llegaste cuando ya me había acostado, ¿no? —Me dijo con voz cantarina.

—Ayer... —reuní valor y me lancé— Daniel me besó.

Mi abuela dejó una taza con cuidado en el armario, cerró la puerta y me miró a los ojos con una sonrisilla pícara.

—Ya lo sé, Tom me lo ha contado.

Empecé a enfadarme de nuevo con Tom. Ni siquiera me dejaba ser yo la persona que le contara las cosas a mi abuela. Abrí la boca para decirle que no era lo que parecía que no estaba usando nuestra casa vacía de picadero ni mucho menos pero ella se me adelantó.

—Me ha dicho que estás agobiada porque no sabes si Daniel te besó de motu propio o porque le provocaste con tu habilidad.

Se acercó a mí y me dio un abrazo de esos que solo una abuela sabe dar. Que rellenan cada gota de tu cuerpo con calor y con amor de verdad. La abracé de vuelta y escondí mi cabeza en el hueco de su cuello. Había echado de menos esos abrazos en los últimos días. No habíamos tenido nuestras charlas de siempre, estábamos un poco alejadas desde que había descubierto todas las cosas que no me contaba sobre mi habilidad y mis padres... tenía que poner fin a eso y volver a nuestra relación de antes.

—No puedes meterle a alguien una idea en la cabeza —dijo mientras seguíamos abrazándonos—. Puede que él quisiera besarte y tú le hayas dado un empujoncito, pero si lo ha hecho es porque la idea ya le rondaba.

—¿Entonces sus sentimientos son de verdad, abu? —pregunté para constatar lo que había dicho.

—Sí, si te besó es porque quería hacerlo. Quizás lo habría hecho más adelante, pero lo habría acabado haciendo igual.

Me solté del abrazo y di un pequeño saltito de alegría. Me hacía sentir bastante mejor y tremendamente menos culpable la idea de que no era una manipulación de los sentimientos si no una forma de... ¿despertarlos?

—Las emociones básicas son las más fáciles de traspasar, las tenemos a flor de piel y es difícil mantenerlas quietas, pero poco a poco aprenderás a mantenerlas para ti. Aún es muy pronto, apenas acabas de despertar. No te preocupes, chiquitina.

—Pero... ¿Cómo haces tú para no traspasar tus emociones a los demás abu? —pregunté intrigada.

—Bueno, es como si tuvieras una piel extra que desaparece cuando quieres que pasen las emociones. Es difícil de explicar, mira ven.

Me acerqué a ella y me cogió de la mano.

—Ahora estoy manteniendo esa protección, no me puedes sentir, ¿verdad?

Me concentré en el tacto de su mano, no sentía nada especial, ninguna segunda piel ni nada. Negué con la cabeza.

—Vale ahora voy a retirar la protección, escucha...

Entonces sentí algo, como si una sábana ligera pasara por encima de mi mano con un pequeño chisporroteo casi inaudible... y luego felicidad, intensa y llena de matices. Ganas de abrazar y de sonreír. Noté como mis labios se curvaban hacia arriba inevitablemente y soltaba una pequeña carcajada.

—¿Qué me pasa? —dije divertida.

—Es mi habilidad, te estoy enviando sentimientos de felicidad y alegría. Tú ya la tienes en ti, por eso te es fácil aceptarlos. Estás contenta. Pero si te intentara enviar otro tipo de emoción sería más difícil.

Vi que fruncía el ceño y ponía cara de concentración. La felicidad se fue tal cual había llegado con un pequeño destello eléctrico que no estaba segura de haber escuchado o sentido en las puntas de mis dedos. Al momento algo pareció fuera de lugar. No estaba segura de qué estaba sintiendo pero no me gustaba. Me sentía intranquila. Quería alejarme de mi abuela, soltar la mano. Pero ella me apretaba más fuerte y entonces me di cuenta. Miedo.

—Estás haciendo que tenga miedo... ¿de ti? —le pregunté.

Me percaté de que ella dejó de poner ese gesto característico suyo con las cejas que dejaba entrever que estaba concentrada y me miró. La desagradable sensación fue desapareciendo de nuevo levemente hasta perderse en la punta de mis dedos. Solté su mano y examiné la mía. No tenía nada fuera de lo normal.

—Esta vez has podido darte cuenta de que algo andaba mal ¿verdad? Porque la emoción no partía de algo que estuvieras sintiendo en el momento. Algo que estuviera en ti —sonrió como si con aquello estuviera todo explicado.

—Pero Tom dijo...—empecé a decir insegura.

—Tom solo sabe lo que le han contado —contestó mi abuela antes de que pudiera decir nada más—. Él trabaja para la academia, no lo olvides. Nunca lo olvides. Ellos solo saben una parte de lo que somos, de lo que podemos hacer... y a veces, más de las que creen, se equivocan.

Y ahí estaba lo que necesitaba escuchar. Tom podía estar equivocado en lo que decía. No podía crear algo de la nada. Daniel sentía esas cosas por mí a algún nivel. Esas emociones estaban ahí. Y entonces la sonrisa volvió como por arte de magia a mi cara. Abracé de nuevo a mi abuela y me prometí a mi misma volver a retomar nuestra relación que tan tocada estaba con los últimos acontecimientos.

 Abracé de nuevo a mi abuela y me prometí a mi misma volver a retomar nuestra relación que tan tocada estaba con los últimos acontecimientos

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