2. Clases

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Después de pasar la mitad de la noche despierta viendo series no es de extrañar que al día siguiente me despertara con la hora pegada como para salir corriendo sin desayunar siquiera. Salí como si me persiguiera el mismísimo diablo por la puerta de casa camino a la facultad, corriendo como siempre, que eso de llegar tarde es una marca genética de la casa. Antes de llegar a la puerta del portal me di de bruces con algo. Que digo algo... alguien... un chico que no había visto en mi vida. Tan alto que ocupaba la práctica totalidad de la puerta del portal y por eso no podía salir. ¿Darían sus hombros lado a lado con los bordes de la puerta? Empecé a divagar mientras miraba hacia arriba con mi retahíla de disculpas estándar.

—Lo siento mucho, muchísimo, es que voy con prisa... no me... he... dado cuenta...

Y a la mierda que se fue toda mi actividad neuronal en cuando mis ojos subieron por ese maravilloso cuerpo, fijándose en el pecho ceñido por una simple camiseta de algodón sudada que podría ser lo más asqueroso del universo pero en esos momentos a mi me parecía sexy hasta decir basta. Un cuello bronceado por el sol al que seguía una barbilla afilada sujeta por unos dedos largos y grandes, a juego con la mano. Se estaba medio riendo de mí mientras intentaba encontrar palabras para pedir perdón y salir pitando.

Aunque empezaba a sentir como se desdibujaban mis prioridades, llegar a la primera hora estaba deslizándose peligrosamente entre no tan necesario y completamente inútil en comparación con observar a ese chico.

Nos quedamos unos segundos mirándonos el uno al otro lo cual resultó en una situación bastante incómoda ya que él ni aceptaba mis disculpas ni se movía.

—Perdona, ¿me dejas... salir? —terminé por preguntar con una sonrisa.

—Por supuesto —contestó echándose a un lado dejando el espacio justo para que pudiera pasar.

Llevaba una mochila gigantesca a los hombros, de estilo acampada, quizás era un nuevo vecino que se iba a mudar. Que genial, por fin la media de edad del edificio podría bajar un poquito más allá de los sesenta años.

—¡Gracias! —le dirigí una leve sonrisa y salí pitando mientras mis prioridades volvían a reordenarse poniendo como la principal llegar a clase antes que el profesor.

Y sin mirar atrás esprinté hacia el final de la calle donde tenía mi Twingo aparcado. Mi pobre coche de tercera o cuarta mano que apenas tenía aire acondicionado y por supuesto no contaba con airbag pero que me era muy útil para ir y volver a la universidad. Me senté y abroche el cinturón todo en uno mientras el corazón me latía como si se me fuera a salir por la boca. En parte por la carrerita que me había pegado y en parte por encontrarme un pedazo de dios griego en el propio portal de mi casa. Probablemente se habría perdido, con la mejor de las suertes alguien había decidido alquilar su casa y podría alegrarme la vista a menudo.

Sin poder dedicarle más pensamientos al espécimen masculino que me acabaría trastornando toda la mañana inicié camino a la universidad. Por suerte aparcar cerca de mi facultad era bastante sencillo ya que estaba ubicada en el quinto pino.

Me encontré con Pat en una de las mesas que hay cerca de la máquina de café, aunque ella llevaba su termo, como siempre. Decía que el café de la máquina no estaba hecho para paladares como el suyo.

Mi Pat, esa chica que conocí el primer día de clase en la universidad. Nos sentamos al lado en la segunda fila. Nadie más se sentó delante de nosotras, parecíamos las empollonas del siglo. Nos presentamos, nos intercambiamos el número de teléfono y desde entonces habíamos sido inseparables aunque han ocurrido muchas cosas en nuestras vidas. Por una parte ella se decidió a la investigación mientras que yo aún no tenía muy claro por dónde tirar. Tanto ella como yo lo dejamos con nuestro novio a la vez, tuvimos nuestra época fiestera y luego ella se marcho de Erasmus un año entero. Allí conoció al amor de su vida (hasta el momento al menos) y yo descubrí que había estado demasiado centrada en nuestra amistad y conocí a más gente. Aprendí a ser independiente a pesar de seguir queriéndola con locura.

Las dos habíamos evolucionado mucho en esos años juntas, y aún así permanecíamos igual que el primer día en muchos otros aspectos.

—¡Ey Ter! —me saludó con su sonrisa llena de dientes blancos e igualados.

Me llamaba así desde que el primer día tuvimos un lapsus absurdo en el que me preguntó cuál era mi nombre y yo le contesté «Esther», ella creyó entender «Es Ter» y desde entonces me creó un diminutivo. Como consecuencia yo le acorté Patricia a Pat y así acabamos. A veces me pregunto si no seremos demasiado raras.

—Pat, te hacía ya sentada en clase por lo menos —le dije medio resollando de la carrera que me había pegado desde el coche.

—Que va, resulta que el profe se ha puesto malo y han cancelado la clase, ya podían avisar por un mensaje o un aviso en la web, pero no, siguen usando ese súper sistema de un folio en la puerta de clase.

—Genial, ¿para eso me he pegado el carrerón? —mascullé lanzándome de cualquier manera en el asiento frente a ella.

Ahora tenía una hora en blanco sin nada que hacer hasta la siguiente clase. Que sí, siempre se puede hacer algo, pero la verdad es que me molestaba muchísimo que pasaran aquellas cosas, aunque estuviera llegando tarde.

—Ter, ¿sigues buscando curro? —me preguntó Pat.

—Si claro, algo de unas horas por la tarde sería genial. ¿Por? ¿Te has enterado de algo?

Ella puso entonces su sonrisa maléfica. Esa que es adorable y a la vez deja entrever que tiene un plan malvado en su mente, que está maquinando algo o que tiene una segunda parte que vas a tener que sonsacarle o descubrir en el momento menos pensado.

—Pues... casualmente —dijo lentamente— mi equipo de investigación está ahora con un tema súper interesante.

—No me va la investigación, pero puedo ayudar si pagáis.

—Entonces no es ayudar.

—Lo que tu digas —le guiñé un ojo.

—A ver, necesitamos a alguien que grabe los datos de los informes que estamos haciendo. Parte se hará aquí en la universidad y parte tiene que hacerse en el centro donde se hace el estudio.

—¿Y dónde es eso? —pregunté mientras fruncía el ceño.

Estaba siendo extremadamente vaga en los detalles y eso quería decir algo, pero tendría que averiguar exactamente el qué. A parte de que eso de grabar datos sonaba a la cosa más aburrida del mundo.

—En La Paz.

—¿En el hospital? ¿Dentro del hospital?

—Sip.

Odiaba ir al hospital. Siempre que recogía a mi abuela lo hacía en la puerta, no me gustaba el olor ni los pasillos ni la decoración ni nada de lo que tenía que ver con los hospitales, enfermedades y muerte. Ya sé que debería tener un poco más de aguante siendo mi abuela enfermera, pero era algo superior a mí.

—Te darían un ticket para poder guardar el coche en el parking los días que trabajes allí y así no tendrías que ir en autobús.

—¿Cuántas horas son?

—Eso es lo mejor del trabajo, no pagan por horas, va por objetivos, cada cierta cantidad de datos que proceses te darán un porcentaje.

—Eso suena chungo Pat.

La miré seriamente. Eso que me estaba contando sonaba a que habría que echar muchas horas para ganar poco o nada y encima haciendo algo soberanamente aburrido.

—Podrías acercar a tu abuela a casa si salierais a la vez, además te puedes distribuir las horas de curro, si una tarde tienes que estudiar puedes hacer el resto otro día. Si necesitas más dinero echas más horas... yo lo veo muy razonable.

—Bueno... ¿y qué tengo que hacer para conseguir ese trabajo?

—Le daré tus datos al del Instituto para que te llamen para una entrevista.

Necesitaba el dinero pronto, en nada sería mi cumpleaños y diríamos adiós a la exigua ayuda del estado por mi orfandad.

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora