40. Consecuencias

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Tom vino a recogerme tal y como habíamos quedado. Me miró con ojos interrogantes al verme, pero no dijo nada. Simplemente saludó a Sara y le hizo alguna broma que no alcancé a escuchar mientras le daba un toque en su pequeña naricita.

Sonreí al verlos juntos. Desde que había interrumpido su beso no les había vuelto a ver tan cercanos, aunque seguían haciéndose bromas y teniendo algún roce aquí o allá no habían estado en modo pareja. Me echaba la culpa de que no darles más tiempo para ellos a solas. Pero Tom no tenía mi habilidad, era prioritario que Sara pasara el rato conmigo. Ya tendrían tiempo para ser dos más adelante.

No sé cómo fui capaz de ir hasta los ascensores y luego hasta el coche con lo que me temblaban las piernas. Era consciente de que me había excedido en el uso de la habilidad. Me apoyé en Tom y enlacé nuestros brazos.

—No puedo más, no puedo caminar —musité antes de caer sobre mis rodillas en medio de la calle.

Noté sus brazos a mi alrededor y un torrente de aire caliente impactó contra mi cara cuando bufó, no sé si por el esfuerzo de llevarme o por el más que probable enfado que tendría que enfrentar en un futuro cercano por mis decisiones del día.

—¿Lo has vuelto a hacer? ¿Con Sara?

Asentí levemente, me costaba respirar, aún más hablar. Me dejó con cuidado en el asiento del copiloto y pasó por encima de mí para atarme el cinturón de seguridad. Tomé aire y me topé con su olor a bocajarro. Casi podía alimentarme de él a esa distancia. Si levantaba un poco la mano podía tomar su energía y dejaría de sentirme mal.

Habría cabeceado para negar mis pensamientos si hubiera tenido algo de fuerza en el cuello. Respiré hondo y contuve mi ansia de energía. No podía alimentarme de Tom y mucho menos por algo tan egoísta como lo que acababa de hacer.

Había ido en contra de su voluntad. Tanto mi abuela como él me habían dejado muy claro que no querían que anduviera jugando con mi habilidad. Los había desobedecido y encima quería irme de rositas. No. Sufriría las consecuencias de ayudar a Sara en mi cuerpo, era mi decisión.

El camino se me hizo largo a pesar de que no eran más de veinte minutos. Tom con el ceño fruncido, su gesto habitual para mí últimamente, no dijo ni una sola palabra en todo el trayecto.

Cuando aparcó volvió a tomarme en brazos. Me sentía pesada y quería caminar pero las piernas no me respondían. Ni los brazos. La cabeza se me empezaba a ir un poco también. Noté el sabor metálico de la sangre en mi boca y supe que habían comenzado las consecuencias. Esperaba que esta vez fueran menos intensas que la anterior.

Al entrar en los brazos de Tom en casa a mi abuela casi le da algo.

—Lo ha vuelto a hacer, ayudar a Sara.

—¡Pero! ¿Qué? —Le costó encajar las piezas unos segundos—. Túmbala en la cama, voy a prepararle un suero —ordenó a Tom mientras desaparecía escaleras abajo rumbo a nuestra casa.

No sabía que tuviera útiles médicos allí, supuso toda una sorpresa para mí. Aunque tenía sentido que tuviera ciertas herramientas, una bolsa de suero no era algo que hubiera esperado de mi abuela. ¿La abría robado del hospital? La cabeza me daba vueltas con preguntas absurdas. Tom me dejó en la cama y luego puso los brazos en jarras.

—¿En qué coño estabas pensando? —rugió.

Empezó a deambular a los pies de la cama como un león enjaulado. De repente me miró a la cara con espanto y salió de la habitación para volver con una de las toallas del baño. Me di cuenta de que me estaba sangrando la nariz y él trataba de limpiarme. Parecía asustado.

—No puedes hacer estas cosas Ter. —Su voz rebosaba pena.

—Sara —conseguí decir medio ahogada.

—Tú no eres quien tiene que ayudarla. Los médicos están haciendo todo lo que está en su mano, son ellos los que tienen que curarla, no tú. Tú no puedes hacerlo.

Cerré los ojos, los parpados me pesaban y yo solo quería descansar, estaba a punto de desmayarme. Tom me tomó por la barbilla y me levantó la cabeza.

—Ni se te ocurra dormirte ahora, espera a que vuelva Dora.

Suspiré y el aire parecía viciado con el olor de Tom. Todo lo que podía sentir en esos momentos era su aroma, la calidez de sus dedos y la suavidad de su piel. Entreabrí los labios, necesitaba algo como beber pero no quería agua, quería a Tom.

Lo miré a los ojos intentando que adivinara mis necesidades, busque el contacto y puse mi mano sobre su antebrazo. Ahí lo tenía, el tatuaje y toda su energía a mi disposición. Solo tenía que tomar un poco de energía y aquel infierno se acabaría.

Y me eché a llorar. Porque me dolía todo pero no quería ponerle remedio si eso suponía lastimarlo a él. Estaba rota de dolor por la conversación que había tenido con Sara y no quería pensar en ello pero sus palabras no hacían más que darme vueltas en la cabeza.

—Shhhh, lo siento —Tom puso sus manos a los lados de mi cara y acercó su frente a la mía.

Sentí una descarga de frío glacial desde donde nuestra piel se tocaba hasta la punta de mis pies y no pude evitar el pequeño espasmo que me recorrió el cuerpo de vuelta. Tom me soltó la cara y fue a por una manta para taparme. Pero yo necesitaba su calor, no el de una maldita manta.

Sonó un golpe que anunciaba que mi abuela acababa de cerrar la puerta, volvía de su excursión a nuestra casa, traía una bolsa llena de cosas que empezó a disponer en la mesilla y sobre la cama. Tendió una bolsa transparente a Tom y le pidió que la sujetara en alto. Me cogió una vía y me pinchó el suero tal como había dicho que haría.

Me tomó la temperatura, tenía algo de fiebre, justo como aquella otra vez en la que había usado mi habilidad sin realmente saber lo que podía pasar.

—Te vamos a dejar descansar porque ahora no es el momento, pero la bronca que te espera mañana va a ser monumental —dijo mi abuela con cara de pocos amigos.

—Lo siento... —quise añadir algo más pero el sueño se me llevó. En esa nada en la que me zambullí me sentí muy lejos de mi casa, de Tom, de mi abuela y de aquel momento tan tenso.

 En esa nada en la que me zambullí me sentí muy lejos de mi casa, de Tom, de mi abuela y de aquel momento tan tenso

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