39. Exámenes

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Se acercaba peligrosamente la temporada de exámenes y tenía que estudiar todo el tiempo que tenía disponible. No me fue difícil coger rutina gracias al espacio que había dejado con Daniel las semanas anteriores, pero sí se me hizo más duro no pasar tiempo juntos sabiendo que ahora él quería estar de nuevo conmigo.

Las cosas se habían enfriado entre nosotros, volvíamos a ser esos amigos que a lo mejor se miraban con un poco intensidad pero nada más. Nada de poner su mano en mi cintura o abrazos largos desde aquella charla en el hospital. Y en el fondo me parecía bien. Volver a tener una relación muy cercana, menos parecida a una amistad y más a otra cosa, solo me haría daño y no quería pasar de nuevo por lo mismo. Las personas somos volubles y no me podía permitir ser un vaivén emocional en esos momentos.

En parte me estaba protegiendo y lo sabía. El dolor que había sentido resultó inesperado y penetrante. Se había quedado dentro de mi corazón como un eco sordo que solo escuchaba yo cada vez que nuestras miradas se cruzaban.

Al principio intenté tenerlo todo. Hacer malabares con el tiempo y seguir cumpliendo con todas las demás cosas a parte de preparar los exámenes. Pero no podía. Hablé con Tom y dejamos los entrenamientos físicos relegados a los fines de semana. Aún así dedicábamos un mínimo de una hora diaria a mi habilidad. Cada vez llevaba mejor el control y estaba empezando a poder decidir si quería o no traspasar una emoción a la otra persona a voluntad.

Sara iba y venía al hospital para las sesiones de quimio. Finalmente le pusieron un catéter de forma que no tuvieran que pincharla cada vez que debían medicarla. Ella al principio estaba bastante a disgusto pero no luchó. Poco a poco se la veía algo más apagada en cuanto a energía. Aunque trataba de poner todo su empeño en simular lo contrario cada vez que la visitábamos, se notaba a kilómetros que en las últimas semanas su estado de salud había caído en picado. Tenía la cara amarillenta y había engordado... bueno más bien se había hinchado debido a los medicamentos que tenía que tomar para paliar los efectos secundarios.

Cada vez que pasaba a visitarla me convertía en la amiga pegajosa y aprovechaba para que mi energía viajara de mi cuerpo al suyo para que pudiera tener las pilas cargadas en los días que no podía verla. Había notado que al utilizar el colgante, al tenerlo en la mano mientras lo hacía, luego no me sentía tan agotada y lo mejor de todo no enfermaba. Pero tampoco podía excederme porque afectaba a mi rendimiento en el resto de cosas. Valoré la posibilidad de dejar todo para la siguiente evaluación y centrarme en Sara pero mi abuela no apoyaba esa idea en absoluto.

Tanto ella como Tom se habían dado cuenta de que yo visitaba habitualmente a Sara y que esos días mis ritmos cambiaban. Comía más y me iba antes a la cama. A pesar de que no me decían nada sentía que me tenían vigilada.

A pesar de todo lo que hacía, la estancia de Sara en el hospital se alargaba. Cada vez la encontraba peor, aunque la dejara rebosante de felicidad y con brillo en los ojos, ese resplandor que irradiaba con su presencia se estaba apagando. Y me daba mucho miedo lo que aquello podía significar.

Daniel y Sara habían dejado de compartir los progresos de la enfermedad con nosotros. Tom no me daba más información de la que ya tenía así que si entre ellos se contaban algo más me lo ocultaba. Mi abuela directamente ignoraba mis preguntas sobre las analíticas de Sara. Y yo sin esa información actuaba completamente a ciegas en mi propósito de mejorar su estado.

Sí, había estado investigando por mi parte todo lo posible sobre su condición, la medicación que sabía que le estaban dando, las combinaciones que los médicos estaban probando... pero cada vez me sentía más insegura en mi camino. Y entonces recordaba las palabras de mi abuela, que la enfermedad de Sara no se podía curar con nuestra habilidad. Sabía en mi fuero interno que debía de tener razón. Si fuera realmente posible ella habría curado a sus pacientes en vez de perderlos una y otra vez. Pero no quería tomar sus palabras por la única verdad. Quería creer en que existía la posibilidad de que se equivocara.

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