Conocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba.
FIN --- Terminada la primera parte.
El domingo por la mañana recibí un mensaje de Sara preguntándome si podía hacerle el favor de acompañarla a la peluquería una tarde de la semana siguiente.
Sabía, por Daniel, el tema de lo de su corte de pelo y que tenía que buscar algunas pelucas para cuando se le cayera del todo. Así que le conteste raudamente que por supuesto iría con ella, que me apetecía muchísimo.
Me daba mucha pena que una chica tan dulce como Sara no hubiera conseguido hacer amigas como para que no tuviera a nadie que la acompañara a pasar el trance que suponía raparse el pelo al cero. Como si quedarse calva no fuera suficiente drama.
Se lo comenté a Tom y a mi abuela para que supieran que una de las tardes iba a ir a las prácticas más temprano para poder escaparme luego con Sara a la peluquería. La verdad es que me sorprendía mucho que en el trabajo me dieran tanta manga ancha con el tema del horario, pero no me cuestionaba el por qué, simplemente disfrutaba de las ventajas que eso tenía.
Quedamos un jueves que acabó llegando más pronto de lo que pensé y fuimos a un sitio especializado en personas en tratamiento oncológico. Era más bien un piso en pleno centro de Madrid, de esos con techos altos y ventanas gigantes que tienen balconcitos con barras ornamentadas de metal al exterior.
Por dentro había cristaleras en las que se exhibían pelucas de todos los colores posibles, diferentes longitudes, melenas, lisas, rizadas... podías cambiar de look en un momento. Yo estaba extasiada ante la idea de poder llevar el pelo a lo afro y acto seguido tenerlo rubio y largo. Sara sin embargo miraba todo con cierto reparo. Aquel día iba a perder su precioso pelo, y aunque era solamente eso, y acabaría por crecer de nuevo en algún momento, internamente significaba una pérdida mucho más grande. Como me había dicho de camino hacia allá: «no quiero dejar de ser Sara para ser la calva que tiene cáncer».
No me podía ni imaginar lo que era estar en su piel, tener que soportar todos los tratamientos a los que la sometían y además la pérdida de una parte de su identidad. Dejar de ser la chica normal y sana para ser la visiblemente enferma.
Además tenía un precioso pelo rubio y largo que hasta a mí me daba pena cortar.
La peluquera que estaba acostumbrada a este tipo de clientes en ningún momento nos metió prisa ni nada por el estilo, lo cual agradecí muchísimo. Al final podía parecer una actitud vanidosa pero en realidad se estaba enfrentando a un duelo, la pérdida de una vida anterior, de parte de sí misma.
La chica que estaba encargándose de nosotras, Gema, dijo que había varias opciones: podía hacerle una trenza para que ella guardara su pelo como recuerdo, o que podían usarlo para hacerle una peluca con su propio pelo si así lo quería. Al final Sara decidió donarlo para que hicieran una peluca para las personas sin recursos. Ella, por suerte, tenía dinero de sobra para comprar pelucas y pañuelos.
Llegó el momento de cortar la trenza y vi como se le escapaba una lágrima silenciosa por la mejilla. Me acerqué a ella y le apreté la mano con fuerza, invitándola a sentir paz con aquello que estaba ocurriendo. Ella me miró a los ojos y sonrió, a pesar de todo.
Después llegó el momento de la maquinilla para dejarlo todo al cero y que no le picase al irse cayendo. No sé si me excedí al mandarle sentimientos positivos pero ella de repente decidió que quería raparse ella misma. Le pidió la maquinilla a la peluquera y se pegó el primer trasquilón en medio de toda la cabeza. De repente parecía que se hubiera hecho un corte estilo mohawk pero al revés.
Y entonces sucedió la magia. Se empezó a reír con un sonido melódico que invitaba a seguirla, yo no pude evitarlo y tras alguna pequeña risita me dejé ir abiertamente. Gema nos miraba a las dos de hito en hito y al final se unió a nosotras en aquel hilarante momento. Habíamos llenado aquel instante de demasiada solemnidad cuando era solo pelo.
—Toma Gema, termina tú el trabajo que yo no puedo —dijo entre risas Sara a la peluquera.
Ella tomó la maquinilla y con pases suaves pero precisos fue rapando poco a poco su hermoso pelo hasta no dejar nada de él.
—¿Qué vas a querer ponerte peluca o pañuelo? —le preguntó solícita.
—Pues... quería una peluca lo más parecida posible para que nadie que me conozca se de mucha cuenta... y un par de pañuelos... aunque no sé muy bien como se ponen.
—Uy, no te preocupes —dijo quitándole importancia—, hay un montón de tutoriales en Internet para ponérselos de mil maneras distintas, pero yo te enseño. Y si se te olvida o te trabas —añadió— te pasas otro día por aquí y te vuelvo a enseñar sin ningún problema ni coste.
—Gracias —Sara sonrió.
Yo estaba ahí mirando cómo le enseñaba a ponerse las pelucas para que quedaran lo más naturales posible. También se puso algunos pañuelos de diferentes formas. Cuando pensé que ya habíamos terminado y estábamos a punto de irnos se giró hacia mí y me preguntó:
—Tú eres su hermana, ¿no?
Sara y yo nos miramos y estallamos otra vez en carcajadas. No podíamos ser más diferentes físicamente, ni nos parecíamos en absolutamente nada ¿cómo íbamos a ser hermanas?
—No, soy solo una amiga —conseguí decir.
—Mi mejor amiga —rectificó Sara acercándose a mí y cogiéndome del brazo.
La miré sorprendida y agradecida porque pensara en mí de esa manera. Al principio ella para mí solo había sido la hermana de Daniel pero poco a poco se había ganado un hueco especial en mi corazón. Además, había decidido que haría lo que estuviera en mi mano para que superase ese cáncer de mierda. Aunque la abuela dijera que no se podía curar, sí que podía ayudarla haciendo que las plaquetas remontasen en el recuento. Probablemente hubiera otras cosas que pudiera hacer para mejorar su experiencia en el hospital. Tendría que investigar sobre ello.
—Bueno, ¿te vas a encargar tú de dibujarle las cejas? Por enseñarte cómo funciona —dijo Gema mirándome a mí.
Me quedé por un momento bloqueada, no sabía que decir. No sería yo la que compartiría vida con ella como para estar todos los días dibujándole las cejas cuando las perdiera... Aunque pasábamos mucho tiempo juntas.
—Ter, ¡despierta! —me dijo Sara.
—Sí, perdona... a ver enséñame como se hace.
Al final era algo muy sencillo con una plantilla y unos polvitos, pero había que tener cuidado con cómo se colocaba la plantilla porque las cejas son lo que da expresión a la cara y podía quedar algo muy raro si cambiabas el ángulo aunque fuera solo un poco.
—Lo que se va a divertir Daniel pintándome las cejas cuando no estés tú... seguro que me las pone en pico solo para reírse de mí —comentó Sara poniendo los ojos en blanco.
—Eso sería muy típico de él —reí.
No tenía ni idea de cómo había sucedido todo, pero me había hecho un hueco en la vida de aquellos dos. Y ahora no me la podía imaginar sin ellos.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.