36. Espacio

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Solo se hizo esperar unos días, pero pareció que pasaban semanas antes de recibir los resultados de las analíticas de Sara. Se notaba que ella estaba nerviosa pero trataba de controlar los ánimos como mejor podía. Mientras, Daniel trataba de hacer como si las cosas no fueran con él, pero le notaba más seco de lo habitual. Sus padres pasaban más tiempo en el hospital de lo que había visto en todas las semanas anteriores que había estado de visita.

Finalmente llegó la noticia: ninguno de ellos era compatible. La iban a poner en la lista de espera de donantes para ver si encontraban a alguien compatible fuera de la familia.

No fui consciente de lo realmente mal que se había tomado la noticia Daniel hasta que me fijé en sus manos sujetando el bocadillo que habíamos decidido compartir. Tenía heridas en los nudillos, como si le hubiera dado un puñetazo a algo demasiado duro o se hubiera peleado. Él no era el tipo de persona que se dejara llevar por la impulsividad o se pusiera agresivo por cualquier cosa. Era más bien todo lo contrario.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —le pregunté acariciando los nudillos con cuidado.

Él se retiro repentinamente ante el tacto. Dudé si podía haberle hecho daño por unos instantes. Bajó el bocadillo y lo dejó sobre la mesa. Se miró el dorso de la mano por unos instantes casi sorprendido por lo que estaba viendo. Hizo un gesto de desagrado con la boca y se llevó la mano herida a la frente.

—No quiero que Sara muera —dijo quedamente.

El corazón me dejó de latir en el pecho. El aire dejó de entrar en mis pulmones y mi mente se quedó en blanco. Intenté pensar alguna respuesta adecuada a aquella frase pero fui completamente incapaz.

Nada. No había nada que pudiera decir. Abrí la boca un par de veces para decir algo, pero la volví a cerrar sin emitir sonido alguno.

Así que hice lo único que podía hacer. Me levanté y dando la vuelta a la mesa para acercarme a su lado y estreché a Daniel entre mis brazos, llevándolo contra mi pecho. Sentí como se tensaba ante el tacto, probablemente valorando la idea de deshacer el abrazo pero se quedó quieto y rígido, aguantando. Después de lo que me pareció una terrible lucha consigo mismo se apartó, disolviendo todas mis buenas intenciones en un gesto vacío.

Lo miré a los ojos sin saber aún qué decir ni qué hacer. Pensaba que mostrarle mi apoyo era una buena idea pero había fracasado. Su mirada estaba turbia y él estaba en otro lugar que no era la cafetería.

Me quedé a su lado con los brazos, el corazón y la mente vacíos. Como una idiota. Esperando que ocurriera algo que no ocurrió.

—Ter tú no lo entiendes —dijo con una voz gutural llena de rabia que jamás antes le había escuchado—. Haría lo que fuera por Sara, lo que fuera.

Vi como apretaba los puños y sus nudillos se volvían blancos. Las heridas le tiraban y daba la impresión de que se le iban a abrir de un momento a otro.

Me hubiera gustado poder decirle que lo entendía, pero yo era hija única. ¿Qué iba a saber de su dolor? Quería mucho a Sara, se había convertido en una gran amiga y detestaba que tuviera que pasar por algo como esa enfermedad, pero no era lo mismo.

Me mantuve quieta a su lado, con miedo a tocarlo por si había un nuevo rechazo por su parte. Si fuera capaz de tener un mínimo roce piel con piel podría mandarle paz y tranquilidad, sentimientos de que todo iba a ir bien. Pero eso sería manipularle. Yo no sabía la forma correcta en la que una persona tenía que vivir esos momentos tan duros para poder hacer frente a lo que estuviera por venir.

—Sé que quieres muchísimo a Sara, ella también lo sabe. —Fui capaz de articular en medio del tenso silencio que se había instalado entre ambos a pesar del ruido de fondo de la cafetería.

Daniel se levantó lentamente de la silla. Teniéndole tan cerca me sorprendió de nuevo lo alto que era. Lo cerca y lejos que se encontraba en esos momentos. Apenas tenía que mover una mano para tocarlo pero estaba congelada en aquella postura tras abrazo fallido.

Di un paso atrás sin saber muy bien qué hacer. Él me miró a los ojos con el ceño fruncido, como si le doliera algo. La luz brillante que daba vida a aquellos maravillosos ojos azules que tanto me encandilaban se había perdido.

—Necesito algo de espacio, Ter.

Y se marchó. Me quedé en la misma postura, esperando algo. Intentando entender lo que acababa de ocurrir. Repasando toda la conversación, mis gestos y los suyos en mi memoria, buscando el error o lo que había hecho mal. Lo que había de inadecuado en las palabras que había dicho. Tratando de unir las piezas del puzle que Daniel suponía para mí en esos momentos.

Tardé bastante tiempo en reponerme. No es que hubiéramos discutido, porque no se podía llamar al intercambio de palabras que habíamos tenido una discusión. Ni tampoco que lo hubiéramos dejado. No había nada que dejar porque no éramos pareja. Éramos solo amigos. Si es que después de todo seguíamos siéndolo.

 Si es que después de todo seguíamos siéndolo

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