A la mañana siguiente me desperté al lado de mi abuela que seguía roncando como solo ella sabía hacer, de forma tan tierna que daba pena despertarla. Decidí levantarme y preparar el desayuno para ambas, unas tortitas, algo para reconciliarnos y con suficiente azúcar como para aceptar cualquier tipo de información que me diera.
Me puse una bata que había subido de casa y me dirigí a la cocina donde me encontré a Tom con la cafetera ya encendida.
—¿Quieres un café? —me preguntó.
—Sí, por favor —le dije suplicante.
Él estaba ya vestido con sus típicos vaqueros oscuros y camiseta gris de algodón de manga larga. Pareciera que fuera siempre uniformado.
—¿Por qué vas siempre vestido así?
—No voy siempre así, a veces llevo... voy en chándal.
—Pero siempre vas más o menos igual.
—Supongo que es mi estilo —dijo poniendo media sonrisa y alzando una ceja mientras hacía como que posaba para una cámara imaginaria.
No pude evitar reírme, Tom siempre había sido un poco payaso. También sabía sacarme de mis casillas como nadie.
—No te vas a escapar de tener una conversación seria conmigo sobre esto —dije señalando el collar que tenía en la mano izquierda.
—Prometo que no me escaparé. Ahora tengo que irme a currar pero volveré al medio día y estaré libre para ti a partir de las... —miró su reloj mientras hacía una pausa— seis de la tarde que termine en el despacho.
—Vale, intentaré volver cuanto antes de las prácticas.
—Cuando la luz deje de parpadear dale a este botón y tendrás tu café. Yo ahora me tengo que ir pequeñaja. No molestes demasiado a Dora con preguntas, para ella esto también es difícil, piénsalo.
Me dio un beso en la frente y se marchó.
Yo me quedé patidifusa ante esa muestra de cariño repentina. Ni que fuéramos una pareja que se despedía por la mañana o algo así. Aunque no me había besado en los labios había sido completamente inesperado, podría haber chocado los cinco o algo más.... casual, incluso habría aceptado un abrazo. Tom y yo siempre habíamos sido muy cercanos y los límites físicos entre nosotros quizás habían sido algo borrosos pero ya no éramos niños. Aunque bueno... era solo un maldito y casto beso en la frente.
La cafetera pitó y vi que el botón había dejado de parpadear. Aquello me sacó del bucle fastidioso en el que me había metido y decidí no darle más vueltas al tema. Simplemente seguiría adelante con el día. Me hice mi café y empecé a buscar por la cocina los ingredientes y cacharros necesarios para hacer las tortitas que tanto le gustaban a mi abuela. De pequeña me las hacía ella a mí los fines de semana y ahora era mi turno de hacérselas a ella.
Tras una hora de peleas entre búsqueda de ingredientes, hacer la masa y conseguir el punto perfecto del fuego para que salieran tostaditas y no quemadas las puse todas en un plato grande, Junto con un par de cafés (para mí el segundo ya) lo llevé todo al salón.
Dora seguía durmiendo cuando me acerqué a la habitación pero al oírme entrar se removió y se giró para mirarme.
—¿Tú no tienes clases?
—Sí, pero hoy no. Hoy la clase me la vas a dar tú, sobre todo esto de las habilidades. Anda levántate que tengo tortitas recién hechas para ti.
Sonrió y por un momento me pareció la abuela más guapa del mundo. No era que fuera clásicamente guapa pero si tenía aquellos rasgos que a mí me parecían tan adorables, unos ojos oscuros y pestañas largas, que yo había heredado. Me encantaban esas rayitas que los años de sonrisas habían hecho aparecer en su cara y habían dejado los surcos de la felicidad ahí grabados al igual que a los lados de su boca.
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Artefacto
Roman d'amourConocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba. FIN --- Terminada la primera parte.