«Ding-dong» sonó el timbre de casa. Le había dado a Pat la dirección de Tom para que viniera a verme allí en vez de mi casa y así estuviéramos ambas vigiladas por el señor «no creo que podáis estar solas ni un minuto y sobrevivir».
Aunque habíamos pasado los últimos 8 años sin que nadie mirase por encima de nuestro hombro cada vez que hacíamos algo o se nos ocurría cruzar una calle ahora parecía que el mundo fuera un inmenso peligro en sí mismo.
Yo estaba en la cama y le grité a Tom:
—Abre, debe ser Pat, que viene con los apuntes.
—Como desees —me contestó con sorna aludiendo a la película de «La princesa Prometida». La habríamos visto mil y una veces de pequeños.
Escuché saludos en la entrada y algo de conversación sobre el tiempo, lo típico de personas que no se conocen. Tom acompañó a Pat hasta su habitación que era la que yo estaba ocupando desde el día anterior y se despidió cerrando la puerta diciendo:
—No seáis malas —y le guiñó un ojo a Pat.
La miré y vi como se le caía la baba. No literalmente por supuesto, eso habría sido asqueroso, pero estaba embobada mirando la puerta que Tom había cerrado tras de sí.
—¿Pero de dónde ha salido ese... hombre? —me preguntó muy despacio mientras se giraba para mirarme.
—¿Te acuerdas del tío con el que me choqué hace unas semanas y que era mi nuevo vecino? Pues resultó ser mi amigo de la infancia.
—¿Qué me dices? —contestó dejando la boca abierta al final de la frase, que hacía juego con sus ojos también abiertos.
—Lo que te cuento. ¿Te acuerdas de Tom? El amigo que tuve que se fue a la universidad y me dejó tirada de mala manera... pues este es ese Tom.
—Wow —cerró la boca al instante.
Vi como su mente empezaba a funcionar. Y no era bueno cuando ponía aquella expresión. Normalmente siempre acababa ocurriendo alguna cosa que me metía en líos después de esa mirada de Pat.
—Seguro que estás tan sumamente babeando por Daniel que ni te has dado cuenta de lo que tienes en casa.
Oh, sí que me había dado cuenta, por supuesto que sí. Pero no podía haber nada entre nosotros por mil y una razones, entre otras, la más primordial, que yo no le gustaba y la segunda que éramos como hermanos.
—Podríamos salir por ahí juntos... Hace mil que no voy al cine y van a sacar una nueva de zombies, esa que me dijiste que querías ver a principios de año.
Por algún motivo ir con Tom, Pat y su novio me parecía que estaba terriblemente mal. Por un lado no me sentía cómoda en la situación porque parecería una salida de parejas y por otro lado me sentía mal respecto a Daniel si hacía eso sin decirle nada, aunque solo mantuviéramos una amistad.
—Mejor aún, podrías invitar a Daniel al cine así en plan salida con amigos. Así le conozco de una vez.
Me acomodé en la cama mientras ella se sentaba a mi lado y contesté:
—No me acaba de convencer el grupo que estás montando. ¿Acaso le has preguntado a Reidar si le apetece?
—Ya sabes que a él le encantan también los zombies, cuando le diga que vamos al cine le va a dar igual la compañía, además es muy extrovertido, ya sabes.
Lo sabía. Reidar era un delgado dios noruego con ojos claros y sonrisa deslumbrante. Siempre estaba sonriendo y era muy amable. Tal vez le venía por la educación recibida en Noruega o era así de dulce por deferencia a Pat, pero la verdad es que no había queja alguna sobre él... salvo una.

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Artefacto
RomansaConocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba. FIN --- Terminada la primera parte.