12. Volver a la rutina

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Un olor delicioso como a pan tostado llegó de repente a mi nariz... y quizás unas notas de café... la música de la voz de mi abuela y de repente... un tono más bajo en respuesta, una risa ronca y gutural.

Abrí los ojos de repente notando la suavidad de las sábanas y me encontré en una habitación totalmente desconocida. Una vez recordé el robo del día anterior y que estábamos durmiendo en casa de Tom pude sumar dos más dos y me di cuenta de que aquella era su habitación.

¿Habíamos dormido juntos? ¿Qué diablos llevaba la tila que me había dado? Recordaba perfectamente la charla que habíamos tenido, poner la televisión y luego caer inconsciente en el sofá.

Pero ahora no estaba en el sofá, ni en la cama de matrimonio con mi abuela sino en su cama, en su habitación, rodeada por su calor y su olor. De repente me giré boca abajo y olí la almohada como si me fuera la vida en ello para llenarme de aquella esencia de Tom que me hacía sentirme segura en mi hogar. En el momento justo en que se abrió la puerta y fui pillada in fraganti en pleno acto por el dueño de la almohada en cuestión.

—¿Qué haces? —preguntó entre extrañado y divertido— ¿Estás oliendo mi almohada?

—Pues sí, resulta que me gusta mucho como huelen tus sábanas, debe ser el suavizante que usas. ¿Cuál es?

—Ninguno, no le pongo.

—Ahhh... —casi me ahogo en mi propia miseria— será el detergente entonces.

—Uso uno de marca blanca pero si tanto te gusta luego te lo enseño para que puedas comprarlo. He hecho tostadas y hay café recién hecho, por si te quieres levantar.

Se giró dejando la puerta abierta y me dejó con cara de pasmada avergonzada por mi comportamiento. Me levanté, pasé por el baño para asearme y llegar medianamente digna a la cocina donde estaban riéndose de algo aparentemente súper gracioso.

—Buenos días —saludé con una tímida sonrisa.

—Buenos días mi niña —mi abuela me cogió por la cintura y me apretó contra sí misma— ¿Has logrado descansar?

—Pues la verdad es que si, muy bien... como si me hubieran drogado —comenté así de soslayo mirando a Tom que soltó una carcajada antes de contestar:

—La tila es una droga natural, tu bebida no llevaba nada más, lo juro por mi cara de niño bueno, me crees, ¿verdad? —se giró a mirar a mi abuela con morritos y pucheros— ¿Verdad Dora?

Mi abuela asintió por supuesto. Si yo era su ojito derecho Tom era su ojito izquierdo, ambos éramos sus niños y jamás nos había tratado diferente, éramos como hermanos.

—Abu, ¿qué turno tienes hoy? —le pregunté mientras miraba el reloj. Todas las mañanas lo hacía porque aunque su turno cambiaba por semanas. Ella solía cambiarse a los turnos más complicados para cubrir a algún compañero.

Empezó a hacerlo cuando crecí y ya podía cocinar algo sin quemar toda la casa y luego se volvió una costumbre.

—Hoy tengo de nuevo turno de tarde cariño, volveré como ayer más o menos. Voy a bajar a casa y a ir arreglando el estropicio... —bufó sonoramente— en fin... no merece la pena enfadarse. Y luego pasaré por la comisaría.

—Puedo ir yo, de hecho debería ir yo que fui quien me encontré la casa en ese estado.

—No hace falta cariño, lo haré yo, y así me alegro la vista un rato.

Me reí. Mi abuela era así, a veces parecía que aún fuera una adolescente que quisiera tener cualquier excusa para ver cuerpos musculados. Aunque tenía el de Tom en sus narices no debía bastarle, o tal vez al ser tan «familia» le costaba ver los músculos que le habían crecido en estos años. Yo, por otra parte, no me había perdido esta evolución. Estaba bueno, pero para mí seguía siendo Tom. Daba igual que estuviera bailando desnudo en frente de mí, seguiría siéndolo.

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