25. Cuerpo a cuerpo

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No sé cómo pasó pero tras la llantina me debí de quedar dormida porque desperté de nuevo en la cama de Tom, con él a mi lado. Esta vez yo tenía mi cabeza en su regazo y él estaba leyendo un libro.

—Mmmh... ¿me he quedado dormida? Lo siento —dije desperezándome.

—Te has pegado un buen soponcio y luego tu cuerpo se relajó y caíste, decidí que lo mejor era no despertarte y traerte aquí que estarías más cómoda pero antes de que me fuera te volviste a agarrar a mí y he tenido que quedarme —dijo señalando mis manos.

Las tenía agarradas a la maldita camiseta. Empezaba a pensar que tenía algún tipo de atracción eléctrica hacia ella porque no me explicaba que fuera siempre mi salvación. La solté como si me hubiera dado una descarga y me incorporé quedando mi cara mi cerca de la suya.

—Te he hecho perder todo el día —lamenté.

—Tú nunca me haces perder nada pequeñaja —sonrió, con esa sonrisa que le llegaba a los ojos y hacía que brillaran.

Yo sonreí de vuelta. Y entonces todo volvió como un alud a mi cabeza. Los últimos acontecimientos. Las confesiones de mi abuela. La caja, el mensaje. Y me empecé a agobiar, como si la habitación se hiciera más pequeña y me quedara sin aire, me costaba respirar. Me llevé la mano al pecho y la otra a la garganta.

—Ey, ey pequeñaja.... Mírame a los ojos, mírame —dijo Tom dejando el libro a un lado y cogiéndome por los hombros— vas a estar bien, es solo un ataque de ansiedad. Trata de respirar con normalidad.

Y yo le miraba a los ojos, a esos ojos como pozos negros en los que podía perderme cualquier día, pero no hoy. Hoy me ahogaba, no podía con tanta información, tantas cosas que habían ocurrido y tantas otras que yo había crecido creyendo que habían sido de una manera y eran de otra. La culpa me reconcomía por dentro al odiar que mi madre me hubiera dejado con mi abuela.

Dejé de respirar por completo, no entraba aire en mis pulmones, estaba mareada. Notaba como Tom me zarandeaba por los hombros y me gritaba pero yo solo podía escuchar el zumbido de mis oídos y no era capaz de reaccionar.

Y entonces me besó. Así sin un preaviso ni nada, puso sus labios sobre los míos de sopetón, provocando que no pudiera respirar por la boca y tuviera que coger aire por la nariz. Haciendo que me olvidara de todo y que sólo pensara en él, en su sabor, en su olor, en su calor.

Abrí mucho los ojos e intenté apartarme pero él no me dejó. Colocó sus manos sobre mi cara y me atrajo aun más hacia él y tuve que seguir respirando por la nariz para mantener el oxígeno corriendo hacia mis pulmones. Y entonces me di cuenta de lo que estaba haciendo. Me había tapado la boca para que dejara de hiperventilar, de una forma bastante peculiar.

Empecé a respirar normal y él me guiño un ojo, con sus labios aún en los míos. Entonces me soltó la cara y me liberó de su beso.

—Normalmente me pasa al revés con los besos, las tías acaban hiperventilando, no dejando de hacerlo —dijo como si tal cosa.

Me quedé mirándolo como si fuera una aparición. Me había robado un beso, lo había utilizado para cerrarme la boca y encima estaba haciendo bromas sobre ello.

—Eres un pedazo de gilipollas —le dije dándole un guantazo sonoro en el brazo. Aunque casi me hice más daño yo en la mano del que creo que le provoqué a él.

—¡Ay! Pero bueno, ha funcionado... no sabía qué hacer.

—¿¡Qué no sabías que hacer!? —Hervía de enfado por dentro—. ¡Haberme dado una bolsa para respirar en ella o algo!

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora