29. El informe

170 2 2
                                        

Sacó sus manos de debajo de mi camiseta para cogerla por los bordes y tirar hacia arriba, dejando al descubierto mi pecho. La lanzó por los aires hacia algún lugar desconocido. Su boca empezó a besar la comisura de mis labios y a bajar lentamente por mi cuello hasta perderse en mi escote.

Yo por fin terminé de desabrochar su camisa y pude recorrer con mis dedos aquellos músculos que tantas veces me había parecido vislumbrar a través de la ropa. Acaricié sus pectorales y fui bajando por su abdomen. Parecía que estuviera esculpido. Sus manos trataron de desabrochar mi sujetador sin timidez en esta ocasión, para igualar la situación yo desabroché sus pantalones.

Aquello se estaba poniendo cada vez más serio. Se levantó del sofá conmigo en brazos, como si no pesara nada, se giró y me tumbó boca arriba sobre el sofá. Con el sujetador desabrochado mis pechos estaban expuestos y él los manoseó antes de pasar la lengua por mi piel sensible. Gemí de placer. Aquello que estaba haciendo con la lengua debía estar prohibido.

—Daniel —susurré entre gemidos.

Él como toda respuesta sonrió contra mi pezón. Solo estábamos él y yo. El mundo se había reducido a las sensaciones que me llegaban al pasar la lengua sobre mí. No había nada más.

En un momento él se retiró y yo arqueé mi espalda para retener los estremecimientos que causaba su aliento sobre mi piel húmeda. Él rió roncamente y su pecho vibró en sintonía con una musicalidad que jamás había escuchado salir de sus labios. Sonaba a libertad, a diversión... a puro Daniel.

«Ding dong» sonó el timbre de la puerta. Ambos nos quedamos congelados en el sitio durante unos segundos. Luego sonó el golpear de los nudillos y acto seguido una voz masculina al otro lado de la puerta.

—Esther, ¿estás en casa? Soy Tom.

«¡Mierda!». Me levanté del sofá frenética buscando mi ropa para volver a ponérmela, no encontré el sujetador por ningún lado pero sí la camiseta que me puse de cualquier manera.

—Ya voy —dije para que Tom esperase pacientemente pero mi voz temblorosa delató mi estado nervioso.

Vi como Daniel se ponía la camisa y se la abrochaba rápidamente con cara de mal humor. Ya, yo tampoco estaba demasiado contenta con la visita sorpresa. No tenía que haberle dicho a Tom que estaría en mi casa, habría sido mucho mejor decir que simplemente llegaría tarde. Siempre cometía errores de novata con estas cosas. Eché un último vistazo a Daniel que afirmó con la cabeza dándome a entender que todo estaba bien mientras se pasaba las manos por el pecho alisándose la camisa y fui a la puerta para abrir a Tom.

—Sí que has tardado en abrir pequeñaja —me recibió con su cálida sonrisa.

—Hola Tom —contesté cruzándome de brazos para que no notara mi falta de sujetador mientras mantenía la puerta entornada— ¿pasa algo?

—Sí, he recibido noticias importantes...— dijo empujando la puerta con toda naturalidad, entrando en la casa y caminando hacia el salón para dejar un sobre encima de la mesa.

Fue en ese justo momento en el que se dio cuenta de que Daniel estaba de pie al lado del sofá y abrió mucho los ojos. Supuse que se esperaba que estuviera sola.

—Tom —se acercó Daniel a saludar tendiéndole la mano.

—Daniel —contestó tomando la mano que le ofrecía y dando un apretón lo suficientemente fuerte como para que yo lo notara.

Cuando se soltaron se quedaron mirando como si estuvieran manteniendo algún tipo de conversación telepática, tal vez preguntándose cada uno a sí mismo que hacía el otro allí, por lo que intervine.

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora