35. Nuevas costumbres

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Juan apareció por el umbral de la puerta del salón con una taza humeante entre las manos justo en el momento en que sonó el timbre. Sin llegar a entregármela volvió sobre sus pasos, descolgó el telefonillo y tras dos palabras abrió. Tom había llegado a casa.

No sabría explicar todos los sentimientos que se me vinieron encima al verlo entrar. El miedo que hasta ese momento no sabía sido consciente de que se había instalado en mi pecho se diluyó poco a poco hasta colarse por mis huesos que estaban helados. Pude aflojar por fin el agarre de mis manos sobre los cojines del sofá y suspirar con alivio al comprobar que estaba de una pieza, sin ningún rasguño.

Confiaba en él y en sus habilidades para hacer frente a un grupo de ladrones de tres al cuarto, pero a pesar de eso había pasado miedo. Y no me di cuenta de cuánto hasta que no le tuve cara a cara. Me levanté como un rayo y fui hasta él para rodearlo con mis brazos y constatar que se encontraba bien.

Me devolvió el abrazo a medias ya que estaba cargado con mi bolsa de deporte.

—La encontré tirada en una calle lateral —dijo mientras la dejaba caer al suelo y me envolvía por completo—. ¿Estás bien?

—Sí.

Disfruté por unos segundos de su cercanía pero la atenta mirada de Juan me hizo sentirme incómoda y me alejé. Parecía estar conteniendo la risa o algún tipo de comentario. Entre ellos cruzaron una mirada pero no dijeron nada.

—¿Y Dora? —preguntó Tom.

—No estaba en casa cuando hemos llegado —contesté— quizás haya quedado con algunas amigas, hace tiempo que no tiene días libres y dudo que haya querido quedarse aquí sola, ya sabes como es.

—Llámala aunque sea para ver que todo está bien, ¿vale? —me ordenó.

Normalmente habría rechazado cumplir ante una orden, más aún si venía de su parte y con aquel tono de sargento, pero me pareció muy razonable así que callé y saqué mi móvil del bolsillo del pantalón para llamar a mi abuela.

Ella estaba bien, pasando un buen rato con sus amigas, como había predicho. No le comenté nada del intento de robo, ya se lo diría cuando volviera a casa, no había motivos para preocuparla cuando no había nada que pudiera hacer. Había dejado comida preparada para cuando volviéramos. Dada la tendencia a la exageración que tenía en cuanto alimentarnos sobraba suficiente para que Juan se uniera a nosotros.

Aproveché para observarlos y me di cuenta de que había una estrecha relación entre ambos. Se movían de forma similar, como si estuvieran bailando algún tipo de danza que yo desconocía pero que ellos hubieran ensayado mil veces.

—Bueno... ¿y de qué os conocéis? —pregunté finalmente.

Ellos se miraron elocuentemente y estallaron en carcajadas, como si hubiera hecho algún tipo de broma. Mientras Tom iba a la cocina a preparar y servir la comida, Juan se quedó conmigo en el salón y me empezó a contar su historia.

Se habían conocido en la academia, entraron el mismo año. Desde entonces se habían vuelto inseparables. Compartiendo habitación durante años, entrenamientos y clases. Habían terminado estudiando lo mismo, aunque eligieron especializaciones diferentes. También habían pasado por los peores momentos juntos. Echar de menos a la familia y los amigos, empezar desde cero...

Juan hacía que la conversación fluyera fácilmente. Ese tipo de personas amigables que hacen que te nazca contarle tus cosas y confiar en él. Me estaba hablando de cosas personales que Tom no había compartido conmigo como si yo fuera una amiga de toda la vida y nos acabáramos de reencontrar años después. Como quizás debiéramos haber hecho Tom y yo si no se hubiera mezclado en la ecuación todo lo de mi habilidad y el colgante.

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