13. Ningún lugar es seguro

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Volvía después del trabajo pensando en todo lo que había pasado durante el día anterior, y en lo que pasaría el día siguiente cuando abrí la puerta de casa y de repente me dio un escalofrío. A veces el cuerpo recuerda lo que la mente quiere olvidar y mi cuerpo tenía demasiado reciente el robo.

La entrada estaba a oscuras pero estaba recogida. Mi abuela debía haberse pegado una buena panzada durante la mañana para que la casa tuviera aquel aspecto. ¿Cuántas cosas tendríamos que tirar porque las habían roto al arrojarlas contra el suelo?

Suspiré sonoramente y salí cerrando con llave para dirigirme a casa de Tom. No tenía sentido entrar en esa casa sola y muerta de miedo. Utilicé las llaves de repuesto que nos había prestado para descubrir que ya estaba él en casa.

—¡Hola! Ya estoy de vuelta —dije desde la entrada.

—¡Hola cariño estoy haciendo la cena! —me contestó descojonándose desde la cocina.

—Muy gracioso idiota —le contesté sin poder evitar que una sonrisa apareciera en mis labios. Tom era felicidad incluso cuando los momentos no eran los más fáciles del mundo. Sabía cuando hacer la broma perfecta para sacarte del estado en el que estabas. Al menos, eso hacía conmigo.

Dejé mi bolso en la entrada junto con mi abrigo y me asomé a la cocina persiguiendo el rico olor de lo que presuponía era la cena.

—¿Qué toca de cenar? —pregunté siguiendo el olor.

—Tacos —se giró hacia mí y sonrió— ¿quieres ayudarme picando la cebolla?

—¿Y ponerme a llorar como una idiota? Paso, prefiero verte llorar a ti.

—Yo no lloro con la cebolla, la cebolla llora conmigo.

—Claro que sí, Chuck Norris... anda voy a cambiarme y ahora te ayudo.

Me puse lo que había traído el día anterior para estar por casa y dormir. Una vez cómoda volví a la cocina con Tom. Miré el reloj, eran casi las diez de la noche.

—Mi abuela está a punto de salir del turno, llegará como en media hora.

—Perfecto, así estará todo preparado para cuando ella llegue. Siéntate, —dijo señalando el taburete de la barra con la cabeza— y dame charla mientras peleo con la cebolla y ves que no puede conmigo. ¿Qué tal el día?

Mi mente fue corriendo hacia Daniel, el abrazo que me había dado y la comida que habíamos tenido juntos. Cada vez nos entendíamos mejor y nos conocíamos más en esos ratos que compartíamos. Tenía ganas de hablarle de ello a mi abuela pero con Tom era distinto. En nuestra otra vida, antes de que se fuera a la academia se lo habría contado sin dudar pero ahora no quería parecer una adolescente tonta que se ilusionaba con una comida. Por otra parte él podía darme el punto de vista de un chico y eso era interesante.

Mientras valoraba si contarle o no sobre Daniel se puso a silbar tarareando una canción que me sonaba muchísimo aunque no terminaba de encontrar cual era en mi cabeza.

—Las clases bien, he comido con un amigo y luego las prácticas bien también. El trabajo es muy fácil de hacer.

—¿Un amigo? ¿Un amigo especial? —me preguntó sin siquiera volverse.

—Bueno, no hace mucho que nos conocemos pero parece que nos conociéramos de toda la vida. Su hermana está enferma de cáncer, por eso lo conocí en el hospital. Solemos quedar para comer entre semana... Hoy le he contado lo del robo y... me ha dado un abrazo así de la nada, ¿tú qué piensas?

—Uhhhh ese chico quiere algo contigo seguro.

—¿Tú crees? Tengo la sensación de que solo busca un poco de alivio emocional el pobre. Está muy asustado con la enfermedad de su hermana, imagínate el papelón.

—Sí, la verdad es que debe ser una putada.

Nos quedamos en silencio y volvió a ponerse a silbar tarareando la misma canción. Era relajante verlo moverse por la cocina como si estuviera bailando mientras tarareaba. Suspiré y el olor de la comida llegó hasta mi estómago que rugió un poquito.

—Vaya, parece que alguien tiene hambre.

—No he comido nada desde las dos.

—En nada llega Dora y cenamos, ¿te parece ir poniendo la mesa? Las cosas están en estos cajones de aquí —apuntó a los cajones con la cabeza.

Me dispuse a hacerle caso y preparar la mesa. Parecía que estuviéramos acostumbrados a hacer las cosas así, él cocinando y yo poniendo la mesa. No me importaría hacer de esto algo cotidiano. Mejor que la comida precocinada que solía tomar cuando mi abuela llegaba tarde. La cocina no era mi fuerte, ni la paciencia. Entre idas y venidas de la cocina al salón fui preparando la mesa y la cancioncita de Tom se me metió en la cabeza.

Sonó el timbre de la puerta, Tom fue a abrir aunque probablemente era mi abuela.

—Pero Dora, usa las llaves que te di... qué... ¿qué te ha pasado?

De repente el tono seguro, confiado y tranquilo de Tom cambió y me asusté. Dejé los cubiertos de un golpe sobre la mesa y me acerqué a la entrada. Mi abuela estaba en la entrada con los ojos llorosos y la parte de arriba del uniforme rasgada.

—¿Qué te ha pasado abu? —preocupada llegué hasta ella y la abracé con todas mis fuerzas, estaba temblando, y no hacía tanto frío.

Le cogí la cara con las manos y volví a notar una descarga eléctrica.

—Dinos qué te ha pasado —casi le exigí mientras la acariciaba la cara con mimo e intentaba que se calmara y estuviera menos asustada.

Ella puso sus manos sobre las mías y las apartó de su cara, las miró, me miró a los ojos y una lágrima silenciosa corrió por su mejilla.

—¡Abuela! Di algo.

Tom nos empujó desde la entrada al salón y apartó una silla de la mesa para que mi abuela se sentara. Ella tomó asiento gustosamente y suspiró.

—Me han intentado robar. Estaba en el portal de casa sacando las llaves del bolso cuando alguien ha aparecido detrás de mí, ha tirado del bolso y ha salido corriendo. Cuando me he girado hacia donde se iba otro a aparecido como de la nada y me ha rasgado el uniforme como buscando... mi colgante, creo.

—No me lo puedo creer, ¿en la puerta del portal? Son los mismos de ayer, seguro.

Ella se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar. No pude evitarlo y me tiré a sus pies para abrazar sus piernas y poner mi cabeza en su regazo. A punto estaba de ponerme yo a llorar también cuando las palabras de Tom nos sacaron de aquel estado.

—Hay que llamar de nuevo a la policía. Ahora sabemos que son más de una persona y que quieren algo concreto. Dora, ¿le has hablado a alguien de tu entorno de ese colgante o del valor que tiene?

—¡No! Por supuesto que no.

Sonó extraña al decirle eso a Tom. La miré a los ojos y le pregunté:

—¿Estás segura? —mirándola a los ojos con curiosidad.

De repente ella miró a Tom, me miró a mí y suspiró. Parecía más mayor y muy cansada. Sentí como si se volviera débil en mis manos. A la vez sus ojos reflejaban mil cosas.

—Tom, ¿sabes lo que esto significa?

—Sí, Dora —contestó Tom irguiéndose de repente.

—¿De qué estáis hablando? —pregunté.

Ambos me miraron a la vez. Ellos sabían algo de lo que yo no tenía ni idea, estaban guardándome un secreto.

Todo aquello era muy confuso y sentí que la cabeza me iba a dar vueltas, menos mal que seguía tirada en el suelo a los pies de la silla que ocupaba mi abuela. Los dos estaban comportándose de forma tremendamente extraña.

Y yo no tenía ni idea de lo extraño que estaba aún por volverse.

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora