19. Enferma

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Me pesaban los ojos, oía una voz grave que me llamaba.

—Esther, Esther despierta por favor...

Con una fuerza que no sabía que tenía conseguí abrir los ojos que notaba como hinchados después de haber llorado, aunque no recordaba haberlo hecho.

Vi la cara preocupada de Tom sobre mí y miré alrededor. Estaba en su habitación, tumbada en la cama, tapada con una manta y con un montón de pañuelos manchados de sangre al lado. De repente recordé, ¡mi nariz! Me llevé las manos a la cara para descubrir que estaba respirando por la boca porque tenía ambos agujeros de la nariz taponados para que no sangrara.

—¿Qué ha pasado? —dije con una voz nasal que daba bastante pena.

—No lo sé, he llegado a casa y te he encontrado así, he llamado a tu abuela y me ha dicho que en cuanto termine el turno viene para acá. Me ha ido dando indicaciones de qué hacer contigo para que dejases de sangrar y volvieras a la consciencia.

Por un instante volví a mirar la habitación, tenía los pies en alto sobre unos cojines, varios paquetes de pañuelos, un vaso de agua en la mesa y una bolsa de hielo... ¿para qué?

Tom siguió mi mirada extrañada y debió adivinar lo que estaba pensando porque me contestó:

—La bolsa de hielo es para la cabeza, te has debido caer justo al lado del bidé y te has golpeado en la frente. Tienes un moratón bastante feo —dijo mientras cogía y me ponía en el lugar la bolsa de hielo. En ese preciso instante noté todo el dolor que no había sentido hasta el momento.

—¡Au! —Me quejé—. Duele —y unos lagrimones empezaron a caer de mis ojos sin que yo pudiera controlarlos.

Me sentía fatal, me dolían los huesos y los músculos, sobre todo las articulaciones. Me dolía también la cabeza y el golpe que me había dado. No podía respirar por tener la nariz taponada a duras penas podía hacerlo con la boca. Me sentía cansada y agobiada, como si no pudiera mover el cuerpo.

—No llores, no llores Esther por favor —dijo Tom quitando la bolsa de hielo de mi cabeza.

Tomó mi cara entre sus manos con una delicadeza que no habría creído posible y con los pulgares me secó las lágrimas. Incluso ese tacto tan cuidadoso y lleno de cariño me dolía en la piel. Levanté las manos y le cogí por los antebrazos para apartarlo de mí cuando de repente lo sentí.

Una oleada de calor que subía por mis manos y me cubría los huesos doloridos, era como si de repente un rayo de sol se colara por la ventana y me fuera dando poco a poco y me hiciera sentir bien, cómoda, a gusto, en casa.

Abrí los ojos y miré a Tom, tenía el rictus de la cara como con dolor y de repente le empezó a sangrar a él la nariz. En ese mismo instante lo solté y caí hacia atrás. Ni siquiera había sido consciente de haberme incorporado.

Al momento su gesto se relajó, se pasó un pañuelo por la nariz, había dejado de sangrar.

Y entonces mi mente sumo dos más dos y se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Chupar la energía de Tom para curarme yo.

—Lo siento —dije horrorizada mientras me tapaba la cara con las manos— ha sido sin querer, lo juro.

—No lo sientas, para esto estoy, para eso existo, para que puedas recuperarte usando mi energía.

—¿Para ponerte enfermo a ti en vez de estar enferma yo? Eso no tiene sentido —mi horror se había convertido en enfado.

¿Cómo podía la academia haberle lavado el cerebro de esa forma? ¿Acaso no valoraba su vida? Podía haberle hecho mucho daño sin darme cuenta. Aún no controlaba mi habilidad como para saber cómo y cuándo parar. Podría haberle...

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