Al día siguiente la alarma sonó a las siete, tal y como había prometido a Tom me puse algo de ropa de deporte y me calcé las deportivas. Salí al salón con los ojos prácticamente pegados. No estaba acostumbrada a madrugar tanto.
—Hoy no saldremos a correr —dijo medio de risa— solo como muestra de buena fe por ser el primer día.
—¿Y qué haremos? ¿Volver a la cama? —pregunté con ilusión medio girándome para volver.
Él me tomó por el antebrazo, su mano parecía gigante en comparación, y me atrajo hacia sí.
—No, no, no bonita. Vamos a hacer pilates para que empieces a practicar tu concentración. El pilates va sobre todo de la postura y la respiración, así que debes tener esas dos cosas muy en cuenta —dijo mientras ponía una mano bajo mi pecho, en el diafragma y otra en mi espalda justo al final de mis omóplatos haciendo que estuviera recta.
Empezamos a hacer varios ejercicios de respiración y poniendo posturas, de lo más ridículo, en el salón. Y aunque la verdad es que no tenía que hacer gran cosa, no había mucho movimiento, si notaba que los brazos se me iban haciendo pesados y las piernas también, era un tipo de ejercicio que cansaba no sé muy bien cómo.
A la hora, por suerte, decidió que podíamos parar y me mandó a darme un agua mientras hacía el desayuno. Yo estaba toda sudada después de no haber hecho prácticamente nada y me planteé que había subestimado por completo aquello del pilates.
Puse el agua y me desnudé para meterme en la ducha, tenía tantas ganas de empaparme con agua calentita. Me froté bien para quitarme todo el sudor y dejé que el agua corriera por mi cabeza y tapara mis oídos haciendo ese típico ruido como de túnel. Respiré hondo varias veces. Todo lo que había pasado en los últimos días corría como una película a toda velocidad delante de mis ojos. Con el sonido borroso salvo las palabras de Tom «soy tu guardián» y la sensación que tuve cuando me retuvo entre sus brazos enjaulándome en un abrazo el día del robo.
Me alegraba tanto de haber tenido la suerte de conocerle antes de que le tocara ser mi guardián. Nuestra relación de amistad era muy importante para mí y quería mantenerle a mi lado tanto como fuera posible.
Por fin me decidí a salir de la ducha y cuando alargué la mano a por la toalla caí en la cuenta. Con las prisas de quitarme el sudor de encima se me había olvidado coger la ropa de cambio.
Bueno, Tom estaba en la cocina y yo tenía la habitación a unos pasos del baño. La toalla de mano no era demasiado grande pero cubría lo esencial. Salí tratando de no hacer mucho ruido pero Tom me pescó completamente nada más salir del baño. Se me quedó mirando como si hubiera salido una especie de monstruo en vez de una persona. Con la boca medio abierta y los ojos muy abiertos.
—Perdón, me he dejado la ropa de cambio... ya... ya salgo —logré decir mientras daba pasos cortos (todo lo que daba de sí la toalla) hasta la puerta de la habitación en la que dormía con mi abuela y la cerraba a mis espaldas.
Dios mío... ¡qué vergüenza! Con los pelos enredados y mojados y toda la cara roja después del agua de la ducha. Saqué la ropa normal para ponérmela y con un peine intenté mejorar en lo posible mi aspecto mientras no hacía nada de ruido para no despertar a mi abuela.
Para cuando salí peinada y vestida como una persona normal Tom se había terminado su desayuno y me había dejado mi café preparado con un par de tostadas. La verdad es que era muy atento con algunas cosas, como recordar que me gustaba el café con una cucharada de azúcar o que me bastaba pan tostado para ser feliz por la mañana.
—¿Vas bien de hora? —me preguntó mirando el reloj.
—Si perfecto, lo justo para poder darle un par de mordiscos a estas tostadas y beberme el café sin que sea de un trago.
—Mañana a la misma hora te quiero lista, ¿vale?
—¿Saldremos a correr? —pregunté con voz lastimera.
—De momento no. Vamos a empezar con tu concentración y luego pasaremos a tu forma física, así hará mejor tiempo, se acerca la primavera.
Terminamos el desayuno hablando del tiempo mientras mi abuela se levantaba y se servía otro café con nosotros. Los dejé a los dos parloteando mientras me fui a la universidad.
Tras las clases del día me dirigí al hospital. Había quedado a comer con Sara y Daniel. Tocaba hamburguesa, como casi siempre que Sara elegía lo que íbamos a comer. Pero esta vez tenía una misión secreta. Intentaría que las plaquetas de Sara se multiplicaran. Pronto tenían que hacerle recuento para ver cómo iba su recuperación y pensaba usar mi habilidad para intentar que fuera lo más alto posible.
Tocar a Sara no fue nada complicado desde la primera vez que nos tomamos de las manos porque yo las tenía calentitas y ella heladas lo habíamos tomado por costumbre así que utilicé toda la concentración que me sobraba de la conversación que manteníamos para imaginar sus plaquetas replicándose rápidamente en el torrente sanguíneo. Había pasado horas en la biblioteca leyendo sobre el tema y esperaba que con imaginarlo y desearlo funcionara. No sabía muy bien cómo iba la habilidad al respecto de curar y la abuela no me había dicho nada más a parte de lo de aquella noche así que tenía que experimentar por mí misma. Lo peor que podía pasar era que no funcionara en absoluto.
Después de la comida Daniel me acompañó hasta el ala donde pasaba datos.
—Gracias por todo lo que haces por mi hermana Ter —me dijo sonriendo.
De repente se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. Con las mismas se giró y se marchó por donde habíamos venido, sin una palabra más. Yo me quedé de piedra unos instantes hasta que me llevé la mano a la mejilla y noté el calor que desprendía. Debía estar completamente colorada.
Al llegar a casa esperaba que Tom estuviera allí pero me equivoqué, debía seguir trabajando, aunque no sabía muy bien en qué consistía su trabajo. Se supone que era mi guardián por lo que debía estar cerca de mí en plan guardaespaldas, ¿no? Pero no se dedicaba a hacer solo eso.
Tuve tentaciones de entrar en su despacho a cotillear qué había dentro. Alguna vez había dejado la puerta entre abierta pero abría justo donde estaba la pared y no se veía nada del interior.
Cuando tenía la mano en el pomo de la puerta empecé a sentir unos escalofríos extraños y un poco de mareo. Me llevé la mano a la frente y estaba mojada, como si estuviera sudando, pero no sentía calor. Volví a sentir otro mareo de nuevo, más fuerte. Tuve que agarrarme a la puerta para no caerme pero aún así resbalé por ella hasta el suelo.
De repente me sentía inmensamente débil. Vi caer unas gotas de sangre al suelo y me llevé la mano a la cara, me sangraba la nariz. El baño estaba al lado de la puerta del despacho y me arrastré hasta el bidé para lavarme la cara pero parecía que aquello no paraba de sangrar. Cogí la toalla para taponar el agujero y respirar por la boca, que también me sabía a sangre.
Empecé a llorar, me encontraba sola, asustada y enferma de repente sin haber hecho nada y sin ningún previo aviso. Me dio de nuevo un mareo y terminé tumbada en el suelo del baño con la toalla llena de sangre en una mano.
Entonces escuché las llaves en la puerta, mi salvación, pero no pude decir nada, perdí el conocimiento.
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Artefacto
RomanceConocí a un chico interesante. Mi mejor amigo de la infancia volvió a ser mi vecino y mi abuela me regaló un colgante. Un colgante que puso mi vida patas arriba. FIN --- Terminada la primera parte.