34. Ataque

19 2 0
                                    

La alarma sonó el domingo y la odié cada segundo como ya había ocurrido el día anterior. Me maldije por aquel entusiasmo por entrenar que me daba en el momento de subidón de haber conseguido completar todas las rutinas y ejercicios. Sabía que lo que me daba pereza en realidad era prepararme y que una vez tuviera café en vena las cosas serían muy diferentes.

Aún así una pequeña parte de mí se resistía a estar de nuevo en una situación físicamente cercana a Tom. El sueño del día anterior me había dejado tocada y un poco vulnerable. Tenía la sensación de que no podría con el cuerpo a cuerpo de nuevo después de haber imaginado todas las otras cosas que podían hacer esos malditos brazos llenos de músculos y tatuajes.

Sacudí la cabeza intentando sacar de mi mente la imagen mental. Era preciso deshacerme de todas las chorradas que mi imaginación había creado para poder sobrevivir al día.

Cuando llegué al salón me encontré a Tom con la taza de café prácticamente terminada observando unos papeles. Si el día anterior me había apoyado en su hombro sin pensar rogando que me diera la mañana libre, hoy no contemplaba la opción de tan siquiera rozarlo. Iba a tener que hacer mi mejor esfuerzo esquivando para que no me placara contra el suelo.

—Buenos días —murmuré.

—Buenos días, tienes café en la cocina si quieres.

Gruñí a modo de contestación y me serví mi propia taza bien cargada, con otras dos cucharadas de azúcar. Total, lo iba a quemar todo antes de pestañear. Me quedé en la cocina tomando el café de pie tratando de evitar a Tom, aún sabiendo que era tan absurdo como inútil y no iba a poder hacerlo por mucho tiempo.

—¿Esther? —me llamó desde el salón.

Rezongando me dirigí allí taza en mano. Me senté al otro lado de la mesa mirándolo seriamente esperando a que me dijera algo. Tom me siguió con la mirada con gesto extrañado.

—Estás un poco rara esta mañana, ¿te encuentras bien? —me preguntó.

Suspiré sonoramente. Tenía que dejar esta actitud o seguiría preguntándome hasta obtener una respuesta satisfactoria. A cabezón ganaba él sin esforzarse.

—He tenido pesadillas esta noche y no he descansado nada bien. Además que me duele todo el cuerpo después de lo de ayer.

—Eso es normal, nos pegamos una buena paliza. Bueno, yo te pegué una paliza a ti —rio.

Seguí bebiendo de mi taza sin contestar. No engancharme a discutir por una tontería como esa era algo bastante impropio en mí, pero mientras él se metía conmigo yo solo podía mirarle la boca. Esos labios habían sabido tan bien en mis sueños... a café. Ahora acababa de tomarse uno ¿tendrían el mismo sabor que en mi sueño?

Cerré con fuerza los ojos. «¡Para ya Esther!» me ordené a mí misma. Dejé la taza en la mesa, apoyé los codos y me llevé las manos a la frente. Tenía sueño y no podía pensar con claridad, necesitaba que el café y el azúcar hicieran efecto en mi organismo cuanto antes. Volví a suspirar, bajé las manos y puse mi frente sobre ellas.

—Quiero volver a la cama —gemí lastimeramente buscando piedad.

—Venga pequeñaja, te prometo que hoy seré menos duro.

Tom cogió mi taza de café junto con la suya y se las llevó a la cocina. Era muy duro conmigo, me veía hecha una patata y aún así no mostraba misericordia alguna. Buen entrenador me había buscado.

Pese a todo se mostró bastante clemente en el entrenamiento aquella mañana. Me enseñó cómo se usaban unas cuantas máquinas para poder hacer músculo además de correr en la cinta. Nos picamos un rato y luego descubrí que era imposible seguirle el ritmo, pero al menos lo intenté durante unos minutos.

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora