3. Entrevista de trabajo

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Tres días después de aquella conversación me llamaron por teléfono para concertar la entrevista de trabajo en el hospital. La verdad es que me pasé los tres días muerta de miedo. Y en el fondo solo me llamaron para decirme un lugar y una hora.

Entonces fue cuando me entró el verdadero pánico porque era mi primera entrevista, no había hecho una nunca antes en mi vida y no sabía qué podía esperar de ella.

Preguntando a Pat sobre qué decir, cómo actuar, qué ponerme, qué evitar... ella se mantuvo en los consejos típicos y simples: sé tú misma, eres más que capaz de hacer el trabajo, seguro que te cogen.

Mi abuela tres cuartas de lo mismo, que no necesitábamos ese trabajo extra y cuando se acabara la pensión de orfandad ya veríamos cómo hacer, teníamos una habitación vacía y siempre había pensado que podíamos alquilarla para algún estudiante o algo así, pero a mí la idea de meter a un extraño en casa no me hacía nada de gracia.

Ese día me salté la última de las clases para poder ir a casa a arreglarme antes de ir al hospital. Me puse unos pantalones de vestir negros y una blusa morada con un escote bonito pero decente y unas sandalias altas para compensar mi triste altura. Bolso con el CV, un cuaderno para tomar notas, bolígrafo de la suerte, chicles para mejorar el aliento y eliminar el estrés... todo estaba bajo control.

No me gustaba nada ir al hospital, solo el olor me provocaba ya sensación de enfermedad, era lo mismo a lo que olía el uniforme de mi abuela, como a antiguo, cerrado, pero sin polvo. Si fuera un color tendría el tono verde de esas botellas de vidrio que han visto mejores tiempos, que han estado llenas y ahora no tienen uso.

Respiré hondo varias veces antes de entrar y me metí un chicle de menta intensa en la boca para engañarme un poco. Subí y bajé escaleras, giré y giré por pasillos y finalmente llegué al área de investigación y desde allí encontré el despacho de Antonio, el catedrático que llevaba la investigación en la que yo iba a ayudar... como becaria remunerada.

Llamé a la puerta y tras un «pase» entré para encontrarme cara a cara con un hombre sonriente de pelo blanco y mirada curtida. Por lo que podía haber curioseado por internet este era el Antonio que me haría la entrevista.

—Buenas tardes, soy Esther... —comencé a presentarme

—Sí, si... la chica que manda Patricia para ayudarnos con el tema de los datos. ¿Sabes usar un ordenador?

—Sí, señor —contesté rápidamente.

—¿Word, Excel, programas estadísticos...? —continúo como una poesía que se supiera de memoria.

—Sí, claro... —asentí.

—¿Tienes algo de idea de informática? ¿Te sueles pelear con las impresoras? —preguntó alzando una ceja.

—Bueno, todo el mundo sabe que las impresoras son mala gente pero tengo un pacto con ellas y más o menos nos llevamos bien.

Creo que me lo gané con aquello porque sonrió y entonces repasamos un poco mi CV, lleno de trabajos típicos como apoyo escolar para niños o hacer de canguro y algo de voluntariado durante la universidad.

Sería considerado como una beca y por cada pack de datos ganaría unos 150€, me dijo que de media tardaría una semana en conseguir terminar con un pack de datos echando unas tres horas de lunes a viernes aunque dependería de mi habilidad. Así que tendría que ponerme las pilas si quería sacar algo más de dinero que eso.

Haber hecho la optativa de estadística ayudó bastante. Al finalizar la entrevista me dijo que era de los candidatos más capaces que había entrevistado, y que la semana siguiente se podría en contacto conmigo para decirme algo.

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