14. El secreto

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Mi abuela se levantó de la silla lentamente apartándome de su regazo con cariño. Me acarició la mejilla con ternura mientras me miraba con los ojos algo vidriosos.

—Tom, ¿traes la cena para que no se nos enfríe?

—Por supuesto Dora —contestó amablemente.

Cuando Tom desapareció por la cocina y se empezaron a oír los típicos ruidos de cuencos y vasos mi abuela me cogió de la mano y me guió hacia la habitación de matrimonio. Cerró la puerta y cuando estuvimos solas empezó a cambiarse de ropa quitándose el uniforme roto y poniéndose el pijama.

La miré como si fuera la primera vez que la veía, estaba como diferente aunque no sabía decir por qué exactamente.

—Esta no es la forma en la que quería que te enterases de todas estas cosas, chiquitina.

Estaba utilizando mi apodo, esto convertía la conversación en algo muy serio.

—Pero... ¿Qué pasa abuela? ¿Qué tienes que contarme? ¿Y por qué parece que Tom ya sabe de lo que hablas?

—Vamos a cenar y te voy contando, ¿vale?

Yo no tenía ni pizca del hambre que había sentido unos minutos atrás. Mi estómago se había convertido en un vacío gigante en el que no cabían más que preguntas.

Volvimos al salón. Tom y mi abuela se miraban entre ellos y me miraban expectantes, como si fuera un momento importante.

—Bueno, a ver, ¿alguien va a decirme algo? ¿O me voy a quedar toda la noche aquí sin cenar esperando una explicación? —dije bastante indignada después de un par de minutos de silencios y miradas.

Mi abuela se sentó a la mesa y empezó a prepararse un taco como si el momento fuera el más normal del mundo.

—Creo que ya sé que es lo que buscan los ladrones —comenzó a hablar mi abuela— el colgante.

—Dime que no estaba en casa la noche del robo —rogó Tom.

—No, no lo estaba —contestó.

—¿Y no han conseguido quitártelo hoy? —preguntó.

—No lo han conseguido.

Tom exhaló abruptamente con un alivio que casi se podía palpar. Empezó a hacerse otro taco tranquilamente.

—¿Qué colgante? ¿El que me diste el otro día? —pregunté.

Parecía que era la única allí que se estaba perdiendo cosas. Miré a uno y otro con un poco de desesperación por conseguir información.

Tom me miró con los ojos desorbitados.

—¿Ella tiene el artefacto Dora? Tenías que haberme avisado, soy su guardián por el amor de Dios. Podría haberle ocurrido cualquier cosa.

—¿Guardián? —pregunté.

—Yo no tengo que avisarte de nada, no estoy obligada a nada ni contigo ni con la academia.

—Sabes bien que no es por la academia Dora, es por la seguridad de Esther.

—¿Mi seguridad? —volví a preguntar.

Ambos se giraron hacia mí visiblemente enfadados entre sí.

—Tom tiene que contarte un montón de cosas —dijo mi abuela.

—Creo que aquí la que tiene más cosas que contar eres tú —contestó él, tomó su plato con otro taco que se había preparado y continuó hablando— me voy a mi despacho para daros algo de intimidad, buscadme allí cuando terminéis.

ArtefactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora