Capítulo 02

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"El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos."
Ernest Hemingway.

Lamentarme de mis problemas no los harán desaparecer, eso está más que claro, sin embargo, no existe ningún manual para la vida que me prohíba hacerlo y en ese momento era mi único consuelo.

Declararía esa noche como la peor de mi vida, en las cuatro paredes de mi habitación solo se escuchaban mis sollozos acompañados de la gran llovizna que había empezado a caer de madrugada, grandes gotas de agua chocaban contra el cristal de mi ventana tan fuerte e incesables como la misma lluvia. Durante toda la noche lloré, pataleé e incluso me atreví a gritar sabiendo que nadie escucharía, sabiendo que nada la traería de vuelta.

Esa noche tampoco pude dormir, cada que cerraba mis ojos su rostro aparecía en mi mente impidiéndome conciliar el sueño.

La mañana siguiente al salir ya arreglada de mi habitación noté que la casa estaba muy silenciosa, hacían falta tantas cosas que fue inevitable no sentirme sola; primero papá, luego Mara y ahora Ben... un fuerte suspiro escapó de mis labios mientras descendía por las escaleras, recorrí el pasillo que llevaba a la pequeña sala de estar y miré a mi alrededor, no había rastros de mamá por ningún lado, imagino que debió levantarse temprano e ir al hospital a revisar a Ben.

Era difícil estar en este lugar luego de todo lo que habíamos pasado, por lo que mi madre lo estaba evitando a toda costa. Dolía que de alguna manera entendía por qué lo hacía, mirara donde mirase había recuerdos en todos los rincones, está casa guarda los mejores momentos de nuestras vidas, de todos nosotros juntos y ahora solo era una casa vacía y solitaria que un día nos llenó de tantas alegrías que ya no volverán.

Desplacé mi cuerpo por el reducido espacio hasta llegar a la puerta principal, cogí mis llaves que descansaban en la mesita de la entrada y abrí la puerta. Eché un último vistazo al lugar y cerré mis ojos con fuerza para evitar que cayeran las lágrimas que estaban contenidas en mis ojos.

La fuerte brisa de junio me recibe al salir a la calle, obligándome a abrazarme a mi misma mientras caminaba por la acera hacia el único sitio que ahora puede traerme paz. Observo a las personas caminar a mi alrededor y me pregunto si alguna de ellas puede percibir lo rota que me encuentro, si alguien nota lo cerca que están mis piernas de fallarme y dejarme caer sobre el asfalto, pero todas ellas caminan a su paso, sin preocupaciones ignorando mi presencia.

Continúo mi recorrido hasta girar a la derecha dando paso al pequeño muelle que ya me es familiar, un lugar que muy pocas personas conocen debido a que no es fácil llegar allí, no es como que pides un taxi y ya está, no aparece en las rutas de los mapas por lo que fácilmente se asumiría que no existe. Venir caminando es la única opción por lo que en este momento siento mis pies cansados y pidiéndome descanso, sin embargo, la larga caminata vale la pena, es un lugar realmente hermoso.

Justo frente a mí está el puente con vista al lago. De niña amaba venir aquí y pasar horas observándolo, me transmitía tanta paz que se convirtió en mi sitio favorito en el mundo. No tardé mucho en traer a Mara conmigo, este se había vuelto nuestro lugar, veníamos cada vez que necesitábamos despejarnos, pensar o simplemente pasar el tiempo juntas. Estar sin ella aquí se siente como traicionarla y por breves segundos me planteo la idea de regresar, pero recuerdo que no existe manera de que volvamos a estar aquí juntas de nuevo, por lo que este lugar dejó de ser nuestro para convertirse en un espacio solo para mí y su recuerdo.

Me acerco un poco más al borde del puente y paso mis manos por su baranda, dejando caer mi cabeza sobre el tubo de metal, respiro con dificultad mientras lágrimas brotan de mis ojos, no puedo recordar la última vez que estuvimos aquí, fue hace tanto tiempo.

Si me hubiesen dicho que ese momento tan efímero no iba a repetirse, hubiera grabado en mi memoria cada maldito segundo.

—Las despedidas nunca se me han dado bien —solté las palabras al viento, dejando que este se las llevara—, y es porque nunca encuentro las palabras correctas para decir, nunca nada me parece suficiente. Mi mente se aturde y ningún pensamiento coherente sale de mi boca.

Levanto mi cabeza y miro la hermosa vista frente a mí, mi labio inferior tiembla y mis ojos se nublan por las lágrimas, pero eso no impide que continúe hablando.

—No quiero tener que despedirme de ti —.susurro mientras atrapo mi labio inferior entre mis dientes—. Despedirme significaría aceptar que te fuiste y aún no puedo hacerlo. Merecías más que toda esta mierda que tuviste que vivir, merecías más tiempo Mara, pero el puto destino no lo quiso así. Siento no haber hecho más por ti.

Las palabras se atoran en mi garganta dificultándome seguir hablando, una de mis manos viajó a mis ojos frotándolos para eliminar las nuevas lágrimas, me mantengo firme apoyada contra aquel viejo puente. Mi cabeza ha empezado a doler, tantos sentimientos alborotando mi interior me aturden de sobremanera, decido que es hora de volver a casa, así que alejo la mano de mi rostro y me dispongo a separar mi cuerpo de la baranda, sin embargo, mi cuerpo se estremece y mis alarmas se activan al escuchar una voz tras de mí.

—Con el tiempo aprendemos a vivir con el dolor —afirmó la voz de aquel desconocido—. Y aunque ahora no parezca, las cosas estarán mejor. Lo prometo.

Su comentario me tomó por sorpresa, por un instante no comprendí a que se refería, pero luego algo en mi cerebro hizo click y todo fue claro. Me había escuchado. Giré mi cuerpo y enfrenté a aquel desconocido.

—Tú no entiendes —me escuché decir mientras reparaba al chico frente a mi, su altura era impresionante tanto que resultaba un poco imponente, la luz del día me dejaba observar con facilidad el color de sus ojos; una combinación entre el azul celeste y el verde, realmente impresionantes. Mis ojos lo observaron con detenimiento, era atractivo.

—Créeme, si lo hago —un atisbo de sonrisa apareció en su rostro mientras daba unos pasos más cerca de mi—. El mundo nos rompe a todos, luego solo queda aprender a vivir con las heridas.

No supe que responderle, en parte porque sus palabras habían calado muy profundo dentro de mi y por otro lado estaba el hecho de que su presencia me desconcertaba, mi mente no trabajaba con normalidad y difícilmente conectaría pensamientos coherentes, así que dije lo primero qué pasó por mi cabeza:

—Gracias.

—No hay problema, nunca está de más recordarnos que es posible seguir viviendo. Solo encárgate de encontrar los motivos que te obliguen a seguir.

Recuperé mi compostura a la vez que obligaba a mis piernas a moverse para alejarme de mi lugar, solo pude darle un asentimiento de cabeza al chico que sin saberlo acababa de consolar a una chica a punto de rendirse. Lo dejé de pie justo en el lugar donde estaba yo anteriormente observándome mientras me alejaba.

Una sonrisa tonta aparece en mis labios cuando retomo el camino de vuelta a casa

"Encárgate de encontrar los motivos que te obliguen a seguir viviendo"

Yo iba a encontrar esos motivos.

La lista de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora