Capítulo 07

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"Los recuerdos felices también pueden destruirte"


Los recuerdos duelen.

Y aunque suene descabellado son los recuerdos felices los que terminan por destruirte, porque son el recordatorio constante de que lo que fue está muy lejos de volver a ser. De que aquello que en algún momento te hizo sentir plenamente completa ahora solo son trozos perdidos en tu memoria que no volverán a unirse. La cicatriz de los recuerdos buenos sangra porque revive, con tristeza, tiempos mejores con personas que lamentablemente terminan yéndose.

Las personas se van y los recuerdos se encargan de recordarte que en algún momento hicieron parte de tu vida.

En el instante en que entré a la habitación me arrepentí de hacerlo, recordé que siempre he sido cobarde para enfrentar mis miedos, y la verdad era que aquella habitación guardaba todo a lo que siempre le he temido.

La soledad.

La penumbra en la que se encuentra la habitación me hace retroceder unos cuantos pasos hasta que mi cuerpo choca contra la madera de la puerta, tomo la perilla con la intención de irme, pero no soy capaz de moverme. Mi mirada se pierde entre lo poco que alcanzo a ver debido a la oscuridad.

Tú puedes, Ellen puedes hacerlo.

Repito esas mismas palabras en mi cabeza, mientras me alejo de la puerta y avanzo hacia el centro de la habitación. La oscuridad me impide ver con claridad, sin embargo, la poca luz que entra por la ventana me permite ubicarme y moverme sin miedo a chocar con algo. A simple vista parecería que todo sigue igual, la misma cama, el mismo armario al lado de la repisa y el escritorio, el pequeño sofá junto a la ventana y el cuarto de baño, pero lo cierto es que todo se siente diferente, nada es igual a como lo era antes de que todo sucediera.

Me acerco al borde de la cama y me dejo caer con lentitud sobre ella. Ubico mis manos en mis rodillas y repaso una vez más mi alrededor.

Suspiro.

A medida que recorro con mi mirada cada rincón de la habitación, esa caja de recuerdos que tanto he evitado abrir empieza a destaparse llegando a mí con fuerza sin ni siquiera permitirme asimilarlo.

¿A dónde me llevas, Ellen? Llevamos un buen tiempo caminando y ya me duelen los pies —la escucho quejarse mientras la arrastro por las calles de la ciudad.

—Deja de quejarte, Mara. Ya casi llegamos —río cuando veo las muecas que hace—. Prometo que te gustará ya verás.

Rueda los ojos, pero no suelta mi mano, en cambio deja que la guíe hacia el lugar que he querido mostrarle desde hace un tiempo. Continuamos caminando unas calles más hasta que reconozco la entrada al muelle, me detengo abruptamente y a causa de eso Mara choca contra mi espalda.

—Lo siento —se disculpa dando un paso hacia atrás. Giro mi cuerpo para quedar frente a frente

La observo durante unos cuantos segundos antes de llevar una de mis manos a mi espalda y sacar del bolsillo trasero de mi Jean un pañuelo para cubrir sus ojos.

—Necesito que cierres tus ojos y confíes en mí —le pido acercándome hacia ella.

—No, no, no ni se te ocurra, Ellen. No dejaré que cubras mis ojos —sentenció dando un paso hacia atrás.

—Venga, Mara por favor. Será un segundo no te arrepentirás te lo prometo. Confía en mí ¿si? —junto mis manos en modo de súplica.

Mantiene su mirada fija en mis ojos antes de rodarlos y asentir. Aplaudo de emoción y me pongo tras de ella para ponerle la venda.

—Ya me estoy arrepintiendo y si mejor me cubro los ojos con mis manos —propone, pero ya es muy tarde.

—Lo siento, pero no. Te conozco y estoy segura de que harías trampa. Solo deja que yo te guíe —ubico mis manos en sus hombros y la obligó a avanzar.

—Te mataré si nos caemos, Ellen —amenaza cuando accidentalmente tropezamos con una roca—. Estoy segura de que ni siquiera estás viendo por dónde caminamos ¡Vas detrás de mí! Y yo soy más alta que tú ¿Cómo estás viendo el camino? ¡oh Dios! Esto es una muy mala idea —exclama deteniéndose.

—¡Cristo Jesús! Cállate, Mara, todo va a estar bien —río—. Claro que sé por donde vamos, no es la primera vez que vengo a este lugar.

Por el resto de camino no dice una sola palabra y en serio lo agradezco, su nerviosismo me pone nerviosa a mí también.

Por fin llegamos al claro dónde está el muelle, donde también está el viejo puente que da vista al lago, es un lugar realmente hermoso y por breves segundos quedo casi hipnotizada observándolo. Pestañeó un par de veces antes de soltar a Mara y ubicarme a su lado.

—llegamos —anunció—. Puedes quitarte la venda.

Veo casi en cámara lenta como lleva sus manos detrás de su cabeza para desatar el nudo, el pañuelo cae y sus ojos miran anonadados la vista frente a ella. Cierra y abre su boca unas cuantas veces antes de regresar su vista a mí.

—Esto es... no tengo palabras, Ellen. Es realmente hermoso chillo de emoción al ver su reacción.

—Lo sé, te dije que iba a gustarte.

Caminamos hacia el borde del puente y la vista es aún más impresionante desde aquí.

—¿Cómo es que tú...?

—La verdad no lo sé, un día caminé sin rumbo alguno y terminé aquí. Me gusta pensar que este lugar me encontró —desvíe mi mirada a su perfil—, así que lo bauticé como mío y bueno... ahora tuyo también.

Sonríe y conecta su mirada con la mía mientras pasa uno de sus brazos alrededor de mi cuello.

—Este es nuestro lugar, Ellie. Siempre nuestro.

—Siempre nuestro, Mar —repetí apoyando mi cabeza en su hombro.

Sin darme cuenta las lágrimas que estaban reteniendo mis ojos están rodando por mis mejillas, siento como me falta el aliento dificultándome respirar, el constante dolor en mi pecho se hace más fuerte y siento un terrible ardor en mi garganta.

Llevo una de mis manos al pecho sintiendo que mi corazón se saldrá de él, mientras que la otra cubre mi boca ahogando un sollozo. Le pido a mi cuerpo que se calme, pero me es imposible controlarme. Me deslizo por la cama hasta quedar sentada en el piso con la cabeza recostada al borde de esta.

—Te amo, Ellen.

Mi pecho duele

Nunca estarás sola, siempre estaré junto a ti.

Mi garganta se cierra y los sollozos se vuelven incontrolables

—Qué haría yo sin ti, hermanita. Creo que te necesito por el resto de mi vida,

Mi pecho tiembla y solo puedo abrazarme a mi misma tratando de controlarme.

—Tienes que ser feliz por las dos, cielo. Promételo.

Ese último recuerdo termina por destruirme, Mara se llevó la mitad de mi corazón al irse y ahora... ahora no puedo sentir más que un vacío en mi pecho, un vacío constante que me recuerda que mi corazón está incompleto.

Los recuerdos duelen.

Y quien sea capaz de decirme lo contrario no sabe de lo que habla. Los recuerdos están cargados de emociones y ese simple hecho los hace mortales.

No recuerdo cómo terminé entre las sábanas de la cama, ni siquiera recuerdo haberme levantado del suelo y acostarme en ella, pero ahí estaba vuelta un ovillo y llorando sin detenerme. En algún punto de la noche me cansé de llorar y el cansancio pudo conmigo dejándome en un profundo sueño que solo pudo ser interrumpido con el estruendoso sonido de un vidrio rompiéndose la mañana siguiente.

La lista de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora